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Día tras día

Drama El padre José intenta enderezar la vida de dos feligreses de la parroquia del Rastro, Anselmo y Ernesto. Una muchacha, Luisa, se enamora de Ernesto. (FILMAFFINITY)
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
28 de abril de 2018
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Película de género social de 1951 que se ve con agrado. En los años cincuenta, en España era prácticamente imposible hacer cine neorrealista. Sin embargo, este film cuenta una historia valiente, que se atreve a sacar la cámara a la calle y contar lo que puede observarse en ese entorno natural-urbano, los problemas reales de una juventud que aun no teniéndolo nada fácil, lucha para labrarse un futuro y conseguir sus ansiadas metas. Entre otras, el sacerdote protagonista intenta enderezar la vida de dos feligreses de la parroquia del Rastro, en tanto una muchacha se enamora de uno de ellos.

El director Antonio del Amo (1911-1991) fue una figura paradójica de nuestro cine porque todo el mundo lo reconoce como el autor de las películas de Joselito (El pequeño ruiseñor, 1956; Saeta del ruiseñor, 1957; El ruiseñor de las cumbres, 1958; etc.; y también películas de Antonio Molina o Raphael. Pero no era éste el cine que realmente le interesaba o le inspiraba. Estas obras sencillas a mayor gloria de Joselito y Cia., las hacía para subsistir. Tenemos que saber que en los años cuarenta, cuando empezó su carrera en el cine, Del Amo ya llevaba casi veinte años trabajando. Por ejemplo, trabajó a las órdenes de Buñuel, y este cúmulo de experiencia le sirvió de mucho. Por filiación comunista es encarcelado tras la guerra y lo saca de presidio su mejor amigo, Rafael Gil. Gil, productor y director de cine que lo contrata como ayudante de dirección. Así empezó a hacer cine en la línea de Rafael Gil, comedias humanistas (Cuatro mujeres, 1947); esta obra es la última película de esta primera etapa de su filmografía.

Buen guión de guion Juan Bosch y Antonio del Amo, adaptación de una historia de Ignacio Rubio y Juan Bosch. Música correcta de Jesús García Leoz y una fotografía en blanco y negro excelente de Juan Mariné.

Estamos ante una película emblemática de lo que fue el cine español de los años cincuenta, pues el de los años cuarenta, en plena penuria de postguerra, el cine estaba volcado en transmitir ideología, o era negacionista y escapista de la cruda realidad que se vivía, o buscaba hacer comedias para que el público olvidara sus problemas. Pero el cine de los cincuenta tuvo como propósito reflejar los problemas sociales y humanos desde un abordaje realista. Este film es un ejemplo de un cine en el cual por vez primera se transmite ese afán neorrealista de mostrar las calles y sobre todo los problemas genuinos de la juventud de aquellos años. Es un realismo que está en la trama y también en la manera de rodar. La trama por vez primera se centra en un aspecto que después sería muy contado: el de las dificultades de los jóvenes para labrarse un futuro digno. Esto se ve a las claras en los personajes y también en el mundo exterior del Rastro y barrios reconocibles de Madrid, zonas muy pobladas en que la gente no se da cuenta que la cámara rueda, con tintes de documental incluso. Rodar en la calle es siempre una tarea ardua y esta cinta abunda en ello y lo logra con notable éxito.

Así pues, describe muy bien la vida de los barrios de la gran ciudad de Madrid de la época, lugares emblemáticos con sus variopintos personajes tratando de sacar algunas monedas para ir tirando lo mejor posible el "día a día" en aquel contexto paupérrimo.

En el reparto destaco a un protagonista que es un actor que habitualmente hacía de secundario, Mario Berriatúa. Berriatúa no acababa de cuajar como galán, que es lo que pretendía, y aquí es el personaje central sobre cuyos hombros pivota toda la trama; personaje atormentado, acorde a su estilo actoral. Y junto a él tenemos a unos secundarios estupendos como María de Leza, José Prada, el sacerdote bueno, y un jovencísimo Manuel Zarzo, que con sus dieciocho años interpreta su primer papel en el que ya demostraba su fuerza y su carácter actoral.

La película se ve bien a pesar de los años. Puede que en algún aspecto haya envejecido un tanto, por la excesiva carga de moralina. Moralizante en el plano religioso sobre todo, con la Iglesia Católica como salvadora de almas perdidas, personificada por un sacerdote popular que es un verdadero santo, aun con sus cosillas, pues el "el fin justifica los medios".

Ya la recomiendo, sobre todo para que la juventud cinéfila de habla hispana, descubra las joyas y perlas que tenemos en nuestro haber cinematográfico. Son películas españolas olvidadas que merece la pena re-visionar.
Kikivall
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