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Patrimonio nacional

Comedia Segunda entrega de la saga de los Leguineche precedida por "La Escopeta Nacional" y completada con "Nacional III". Tras la muerte de Franco (1975) y la restauración de la Monarquía, el marqués de Leguineche regresa a su palacio de Madrid. Después de treinta años de exilio voluntario en su finca Los Tejadillos, se propone acercarse al Rey para reanudar la vida cortesana de antaño. Sin embargo, no resulta nada fácil acceder a la Casa Real. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
11 de diciembre de 2015
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la muerte de Franco, los Leguineche padre e hijo, unos aristócratas venidos a menos, deciden abandonar su exilio voluntario y vuelven a la capital con su mozo de cuadras Segundo (Luis Ciges) y su animales a los que el marqués adora: “Cuida de esas gallinas que habrán llegado mareadas”. Pues regresan con la intención de introducirse en sociedad, ahora que ha vuelto la monarquía y el nuevo régimen democrático. Instalándose en un palacete construido por el abuelo del marqués en pleno centro de Madrid. Allí encontrarán a la mujer del aristócrata que no les recibe con demasiada alegría, pues la señora (Mary Santpere) tiene un amante, además de ser perseguidos por los inspectores de Hacienda, a la que adeudan tributos desde 1936. Se volverán a vivir situaciones desternillantes, aunque cada vez es más difícil sorprender al espectador que ya conoce la variopinta tropa.

El humor del binomio Berlanga-Azcona sigue funcionando como una prolongación que en realidad no lo es, de “La escopeta nacional”, en todo casa ésta sería un preludio de la que nos ocupa, aunque continúan la mayoría de los protagonistas, se echa en falta el personaje del inefable Sazatornill, también es cierto que no pertenecía a tan “ilustre” familia, pues la llegada a la mansión del elegante y relamido sobrino (José Luis de Villalonga con una amiga, no están a la altura del catalán. Siguen siendo unos personajes ridículos a los que Berlanga siempre trata con cariño y ternura.

Aunque el film se decanta más por los diálogos que por los iconos y tópicos que tanto destacaban en el film anterior, siguen siendo mordaces y estrafalarios. El film está construido básicamente en torno a sus largos plano-secuencias, en los que los personajes van entrando y saliendo del plano, intercambiando diálogos algunas veces solapados que deja la sensación de la comedia coral de enredo, típico del cine berlanguiano. Luis Escobar con su planta de hombre noble y López Vázquez con su excéntrico personaje vuelven a las andadas acompañados por el impagable cura Agustín González. Todos ellos a medrar en la corte y recuperar su pasado esplendor.
Antonio Morales
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9 de septiembre de 2013
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Patrimonio nacional es una obra que debe ser vista no como una película única, sino como un tríptico que Berlanga, uno de los mejores directores del cine español, rodó siguiendo la estela de la familia ficticia de los Leguineche. La primera entrega de dicha saga es La escopeta nacional (1978), mientras que Patrimonio nacional, la película que nos ocupa, está rodada en el 1981 y la última de la citada saga se trata de Nacional III del 1982. A pesar de esto, las películas no forman un paréntesis en la trayectoria del director, sino que comparten muchísimos rasgos en común con el resto de la filmografía del director alicantino. Con sólo los cinco primeros minutos de la película sirve para que esta sea identificada, y es que el cine de Berlanga sin duda es uno de los más característicos y singulares que se pueden encontrar en la historia del cine español. Entonces, ¿Por qué una trilogía?

La respuesta está en la cronología. Y es que los años de rodaje de las películas nos lo dejan bien claro. Las diversas obras de la saga están dirigidas justo después de la muerte del dictador Franco y se hacen eco de una manera Berlangiana de la manida transición española, y de cómo muchos de los integrantes de la vieja España se adentraron en los cimientos de las nuevas maneras políticas. El argumento ya lo deja bastante claro, unos cortesanos exiliados durante el régimen franquista, vuelven a Madrid para obtener los favores de la nueva aristocracia que se erige con la designación del rey Juan Carlos como monarca. En realidad, la película es un pretexto perfecto para que Berlanga haga lo que mejor sabe hacer, una bufa cómica a modo de sainete u opereta en la que las costumbres de la alta alcurnia salgan ridiculizadas mediante la parodia y la ironía.

Más de una vez se ha relacionado el cine de Berlganga con los ya citados géneros menores teatrales, tan típicos españoles y que tanto furor causaron durante tanto tiempo. Ciertamente la comparación está bien buscada y Berlanga se postula como el director perfecto que recoge este tipo de tradiciones teatrales para adaptarlas a nuestro tiempo. Los personajes parodiados, y estirados, como si no fueran nada más que una caricatura de la que se sirve el director para exhibir su chanza cruel con ellos. De igual manera sucede con el argumento, que se aleja de pretenciosas historias trágicas (que tanto éxito han tenido en otras partes del continente europeo) para centrarse en aspectos mucho más cotidianos, tan cercanos al público que este se siente identificado de una manera muy profunda. La impronta de Berlanga en este sentido, como uno de los codificadores de la tradición teatral y bufa en el cine es tan grande, que no son pocos los que hoy en día intentan seguir su estilo. De todas maneras maestro como Berlanga sólo hay uno, y las obras de hoy en día están bastante alejadas de las maneras de hacer que tenía el alicantino.

En Patrimonio nacional, pues, encontramos todas estas características del cine de Berlanga.
Algunos críticos han considerado que con el paso de los años el director fue perdiendo la cabeza y dejarse ir por toques de humor elaborados con una sal mucho más gruesa o exhibir unos tintes mucho más eróticos en sus películas. Más allá de esta apolillada visión del cine de Berlanga, uno ha de entender la máxima de Renovarse o morir, y eso es lo que hizo el director, adaptándose a los nuevos tiempos que requerían un uso mucho más explicito de contenidos (ya no estaba la censura de por medio, de tal manera que los directores críticos con el sistema, ya no habían de recurrir a sutiles metáforas con las que encubrir su mensaje). De todas maneras, Patrimonio nacional está bastante lejos de ser la película más inaccesible del director, y la misma Escopeta nacional (la primera de la saga) es una película bastante más extraña a los ojos de un espectador que no esté familiarizado con la iconografía de Berlanga que esta.

Si la película falla no es porque se contenga momentos ácidos que se pasan de rosca o de un humor exagerado, sino por otros motivos. La película empieza bien y la presentación de los personajes es más que correcta, pero en cuanto el director tiene que poner toda la carne en el asador, la película empieza a fallar y a perder consistencia. Los momentos cómicos sin que tengan un fondo detrás no sirven como única base para la película y llega un punto en el que la fuerza cómica empieza a perderse. La puesta en escena, construida únicamente a base de planos secuencia (herramienta básica de Berlanga, que podemos encontrar como una de sus señas de identidad más reconocibles) no ayuda a crear una narrativa consistente, y a eso, si le añadimos un guión bastante disperso, hace que el espectador pueda perderse y desconectarse de la película con facilidad. El destino de la película no está claro y pese a que se trata de añadir personajes con tal de soliviantar la situación, no hay ningún momento que se pueda decir que la película está cuajando, porque cuando uno encuentra buenas escenas y momentos (que los hay) se acaban perdiendo como agua entre las manos.

Pero aún así, la película contiene escenas de gran interés. Entre ellas se puede destacar la
tronchante escena del falso duelo o la llegada de los cortesanos nuevos a Madrid. El humor más ácido de Berlanga (el de digamos, la segunda etapa) esta en bastantes dosis en Patrimonio Nacional.
Kyrios
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3 de noviembre de 2009
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La presente obra berlanguiana más que una película es un documento cinematográfico social en clave cómica sobre una familia aristocrática venida a menos desde la llegada de la democracia. Una familia y allegados (mayordomos, cura, etc) corrompida desde todos sus ámbitos (como lo refleja el palacio mismo), una parte de España en peligro de extinción. Un grupo social atrasado, paleto y rácano que sobrevive sus angustias egoístas fuera de la órbita de una España nueva.
Como dije, es un documento social más que una película ya que no he acabado de empatizar con la historia. Explicándome a través de la literatura: sería más un artículo de costumbres que una novela realista.
A destacar como uno de los momentos más cómicos el duelo y como gran personaje el marqués Pepón con su lenguaje e hilera de insultos aderezado por el timbre de voz de Luis Escobar.
Y como gran momento alegórico sería el final: magnífico plano medio corto del marqués Pepón y lo anteriormente narrado desde la llegada de su hijo al palacio (no aconsejo leer la sinopsis si no se ha visto la película)
Apuntillo en el spoiler una cuestión sobre José Luis López Vázquez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ghammakhur
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26 de agosto de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno cree que debe escribir una crítica (para explicarse a sí mismo una película, para dar su opinión a los demás) nada más ver una película. Cuando está todo fresco y recuerdas todo eso de los enfoques, los travelling y los picados. Pero a veces te ataca la melancolía (muchas veces) y te apetece rememorar un sabor, una sensación, un tiempo.
A mí en su tiempo me encantó La escopeta nacional, me gustó Patrimonio nacional y me pasó más inadvertida Nacional III. Y en su día califiqué con un 7 a la segunda. Cosas de puntuar en frío.
Pero, ya ven, hoy me ha dado melancólica y, sin quitar mi calificación, quiero dar ese homenaje al palacio venido a menos de la Plaza de Cibeles, a Mary Santpere pegando tiros desde su ventana, a ese ingieno con patas que era Luis Escobar haciendo de sí mismo, al cura fascista de Agustín González y a ese tándem mágico de la estupidez esperpéntica que componen López Vázquez y Ciges (qué tío, Dios).
Un recuerdo entrañable, con sonrisa y nostalgia de esas comedias corales de Berlanga donde todos hablan a la vez y no sabes adónde dirigir la sonrisa.
Qué personajes, qué época y qué manera de hacer un cine cachondo, divertido, fácilmente identificable.
Ahora sería cuestión de verla por enésima vez y hablar de las pegas, pero lo dejaremos para otra ocasión. Hoy, de momento, una sonrisa al tiempo.
Sapristioca
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17 de diciembre de 2015
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Descafeinada segunda parte. Comienza muy bien, con gracia y originalidad suficientes, y acaba en todo lo alto, con cruel, sarcástica precisión. Pero en su excesivo transcurrir se pierde en naderías, se ahoga la propuesta, el motivo se acaba y la falta de guion se acusa. Sobran algunos minutos, no había para tanto.
Y menos mal que estaba por ahí Escobar, ahí sí me uno a la mayoría, qué grande; quijotesco, picaresco, churrigueresco..., cualquier adjetivo que se pueda decir no le haría la ncesaria justicia; muy divertido además, esa sencillez sabia y hondura cómica con las que pronuncia sus diálogos y enjundiosas observaciones, esa habilidad de bailarín para moverse entre tiburones, pirañas y gañanes, ese afán de tomar conciencia democrática (¿en qué consiste exactamente?, pregunta interesado, inocente), su anacronismo, su alabanza de corte y menosprecio de aldea, su brillantez y pragmatismo escéptico, su buen humor y retranca..., vale, yo ya paro, me contengo un rato.
Ya sabemos cómo son (fueron y serán para siempre jamás) Berlanga y Azcona, cómo pasan el cepillo a todo lo que huela a solemnidad, épica, impostura o falsa amabilidad, cómo lo reducen todo a polvo (muy bien humorado), a los instintos más básicos y los intereses más primarios, dícese de dinero, sexo y vanidad, o el poder en todas sus metástasis. Bueno, pues aquí también aprovechan para reírse a manos llenas del cambio de época, de la famosa y santificada transición, esa cochambrosa modernización que deja fuera de juego a esta familia tan inútil, simpática y gorrona. Las reglas del juego se han disfrazado (los mismo perros con diferentes collares o de cómo cambiarlo todo para que pueda seguir exactamente igual), ahora hay que vestirse de político o banquero para tratar de seguir pillando cacho, para rebañar algo del plato, de lo contrario quedarás arrumbado, serás menos que cero, un fardo.
También es brillante la aparición del playboy Villalonga con su Syliane francesa tan chic. Otro buitre más, incluso peor, cursi y endomingado.
Hay muy buenas ideas y muchas situaciones graciosas, sin duda, pero la película está en tensión o duda, a medio hacer, aguada, floja, deslucida, indecisa. Como si supiera de donde viene y a donde va, pero desconociera el camino justo. Tampoco ayudan mucho ciertas concesiones a un humor demasiado facilón, simplón, sin elaborar, de parvulario, el que solemos perdonar únicamente a los arriba firmantes de esta historia que hubiese requerido de un guion mucho más acerado y pulido para que su poder crítico-catártico tuviese más eficacia, para que la farsa hiciese más daño, para que no se quedase solo en una bufonada limada (por otra parte, esta fue, tristemente, la deriva inevitable del cine último del maestro).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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