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Vida de perro

Comedia Charlot se encuentra sin trabajo y sus perspectivas no son nada halagüeñas cuando salva a una perra errante llamada Scraps del ataque de otros perros. Ambos se hacen inseparables y persiguen un mismo objetivo: conseguir comida. (FILMAFFINITY)
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
1 de noviembre de 2011
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ha pasado casi un siglo pero los paralelismos sustanciales se mantienen. Un hombre pobre tiene más posibilidades de hacerse amigo de un can desvalido que de un dálmata palaciego, porque comparten calle, búsqueda de calor y huesos (a veces con adherencias). Los perros callejeros y los vagabundos son más listos que el hambre, porque ésta ya ha perdido el hábito de comer.

Ha pasado casi un siglo y seguimos simpatizando con los desfavorecidos, sobre todo si los vemos en el cine o la televisión, pero hacemos lo mínimo para procurar su acomodo; ¿no queremos que se acabe la materia prima de la lágrima fácil?.

Ha pasado casi un siglo y aplaudimos, en las pelis de Chaplin, la zancadilla al perseguidor; pero en la vida real desconfiamos, con el "..algo habrán hecho", del perseguido.

Ha pasado casi un siglo, nos sigue gustando Charlot e incluso, a veces, anhelamos ser protagonistas de algunas de sus miserias. ¿Qué nos das amigo Charles que nos facilita la huida de nuestro propio pellejo?.
Sinhué
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3 de marzo de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más Chaplin utilizó el personaje que tanto le caracterizó y que tan bien sabía llevar a la pantalla, ese arte que estaba en sus comienzos.
Chaplin habla de lo que mejor conocía, la pobreza y su realidad, le da ese toque de humor y parodia en cada una de sus escenas pero sin duda muestra la realidad más dura de la clase más baja de la sociedad.
Esta vez se compara con un perro, la vida de un vagabundo como la de un perro callejero, una vida de desprecio.
La película, con un poco más de media hora de duración narra algunas de las parodias de Charlot por buscar comida y salir de la miseria y tener algo que comer, él y su nuevo amigo, un perro.
Vemos escenas tan divertidas como la de los policías, la del robo de los bollos, la del baile con el rabo del perro, un sin fin de escenas divertidas en menos de una hora de duración y todas ellas hechas con un mismo fin, hacernos pasar un buen rato al mismo tiempo que critica una sociedad movida por el dinero y subordinando al pobre a vivir en la miseria peor que un perro callejero.
Sin duda una preciosa y divertida película.
manuel
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20 de julio de 2008
16 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
De las 9 que llevo vistas de Charles Chaplin, quizá ésta haya sido la que menos me ha gustado. En 40 minutos apenas me ha dado tiempo a "degustar" la peli. De las ocho cortos de cuarenta minutos que realizó para la First National, otros como 'El Chico' o 'El Peregrino' me han causado más gracia y/o más drama que ésta.

Eso sí, no deja de ser admirable el talento de Charlot en todas las escenas (destacar la del carromato de la comida, la de las filas en busca de trabajo, la del rabo saliéndose por el pantalón y la del mimo con los ladrones).

A modo de curiosidad, lo que más me sorprendió fue cómo obedecía el perro.
Condosco Jones
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20 de julio de 2011
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los más bellos mediometrajes del mayor astro cinematográfico. El vagabundo sin techo que vive a lo que salga protagoniza, con perro incluido, una divertidísima ensalada (en sentido figurado) de persecuciones, fugas, hurtos, bailes y galanteos, con su partenaire Edna Purviance.
El hambre acucia y nuestro patoso pillo callejero se las compone para agenciarse unos bocados furtivos o unos tragos en un bar del que terminan echándolo a patadas por no tener con qué pagar.
Pero Charlot, a pesar de sus calamidades, está acompañado por la buena estrella del que es feliz con muy poco.
Vivoleyendo
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9 de septiembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuenta la leyenda que Scraps, el entrañable perro que acompaña a Charles Chaplin en esta película, murió de literal tristeza cuando, después del rodaje, Chaplin tuvo que separarse de él. La biografía de este genio nos demuestra que sin duda tenía suficiente poder de atracción como para matar de tristeza a un perro con su partida, prueba de ello podrían haber dado sus cuatro esposas y el pequeño ejército de queridas que envidiablemente tuvo en vida.
Esta película cuenta una historia que gira en torno a ese perrito callejero que dan ganas de apachurrar de lo cuco que resulta. Se trata de un perro vagabundo cuyo camino se cruza con el de otro vagabundo, en este caso Charlot. Como vagabundos que son, su prioridad es puramente fisiológica y se dedican casi que por entero a buscar algo que llevarse a la boca. En un mundo que los margina y persigue, esa búsqueda se vuelve más que compleja y debe afrontarse con toda la malicia y picardía posibles. No hay de otra, o se burla la ley con elegancia o se muere de hambre (uno de los elementos esenciales del personaje de Charlot en todas sus apariciones).
Ese colofón le sirve a Chaplin para dos cosas: en primer lugar, para desarrollar una ternura que pone en estado de total congelación cualquier juicio del espectador y lo deja a merced de un efectísimo desarrollo dramático que incluirá incluso una historia de amor y otra de acción en una lucha contra ladrones menos amables. En segundo lugar, y esto es lo más interesante de A Dog’s Life, para articular una sucesión inagotable de gags de una elegancia y perfección que rara vez se puede ver en el slapstick. Bien se sabe, y esto es una verdad absoluta, no una frase de cajón, que Chaplin es uno de los más grandes representantes de este género, si no el más, y aquí lo demuestra al elaborar sus gags con maestría y detalle extremos, haciendo que hasta la acción cómica más enrevesada parezca totalmente natural y orgánica. Es en películas como esta cuando Chaplin le pasa por encima aplastante a sus competidores contemporáneos del género, especialmente a Harold Loyd (pero esa es harina de otro costal).
Como es costumbre de Chaplin, aquí no se le olvida dejar caer, como quien no quiere la cosa, unas gotas de su discurso sobre la naturaleza del hombre y su condición en la sociedad, así que, en medio de risas, uno casi pasa por alto el hecho de la animalización del hombre en esta película. Los delincuentes se comportan con Charlot como los perros que inicialmente persiguen a Scraps solo por ser el más débil y también como perros esconden su botín enterrándolo en la tierra, tal como si se tratara de un preciado hueso. Y así, en ese mundo canino en el que se está en constante riesgo de morir entre dientes o de pura hambre, Charlot escoge el camino de una cándida bondad improbable en semejante contexto, que lo recompensa con el final feliz del calor de la manada.
Andrés Vélez Cuervo
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