Arrebato

Y aun así le doy el cuatro por sus buenas ideas, intenciones, y ese absorbente final.

Son asesinados. La cámara les absorbe o dispara, se los come, mata o traga. El milagro, o la huida, se ha producido.
El cine los ha devorado, los ha liberado. Tragedia feliz. Han escapado. Han jugado con fuego y se han quemado.
De la cotidiana absurda aborregada normalidad de todos los ciudadanos de la ciudad. De la inconsciente inercia de repetir los mimos gestos día tras día sin motivo ni fin. De vidas inertes y acopladas, regladas y violadas. De monsergas empolladas por miedo. Como feroz mandamiento.
Escapar de esa caverna. Pero no hacia la luz ni a un mundo mejor. A la mera desaparición, a la pura fusión, a la esencial y radical negación.
Deshacer el nudo gordiano. Resolver la trampa. A cambio de la vida. Pagar el precio de la demasiada clarividencia.
Asombra especialmente el equilibrio imposible entre su caos interior, enfermizo, disgregado, pulverizador, salvajemente entrópico, a punto de estallar la pura narración en millones de partículas en expansión, y su rígido orden exterior, su estructura de hierro, su maravilla organizada, la unión, con sentido, de tantos tiempos y planos diferentes, el juego con las texturas, los sonidos, las músicas, imágenes, las velocidades, los ritmos y las miradas; ese abanico alucinado, por amplio, complejo, contradictorio y bien ligado, de posibilidades teóricas, reflexivas, racionales, conceptuales, viscerales, audiovisuales, disparatadas, experimentales, humanas, vitales/mortales.
Aúna Dioniso y Apolo, el desafuero y la claridad, lo clásico y lo barroco, lo moderno y lo eterno, lo pop, underground y lo más viejo e imperecedero, lo absurdo, lo intuitivo, la línea y la curva, la placidez y el desconche, burla, bruma, turba, lago tranquilo y rabioso torrente. Todo le cabe.
Un loco con mil ideas bullendo que consigue darles cauce y sentido. Se entiende que no hiciera más cine. No podría volver a embridar tantos caballos salvajes otra vez. Es un esfuerzo inhumano, demasiado titánico, improbable. Eso solo pasa una vez. Cuando todavía tienes fuerzas. Más tarde, o dejas de estar loco o pierdes la razón definitivamente. Conciliar esos dos extremos es lo que produce este asombro inaudito.
Hasta en los detalles más nimios se producen encuentros, colisiones, rimas y alusiones.
Y sin dinero.
Es una inmersión. Estupefaciente. Iluminadora. Juguetona.
Es muy infantil (antes de la usurpación madura, de todas las imposiciones, adoctrinamientos y estrechamientos, cuando el ser humano todavía goza de una brizna de libertad y no ha sido definitivamente mutilado, estabulado y conducido) y muy sabia (ve donde los demás no escuchan nada).
Ha sido capaz de descender al pozo más hondo de la esencial condición trágica del hombre y lo ha contado mediante una parábola locura, irracional, lógica y vibrante, psicodelia y herejía, juventud, tormento y juego.
Es una investigación. Un thriller. Un misterio a resolver. Un viaje al corazón de las tinieblas. Willard y Kurtz. Poncela y More. Donde el hombre se convierte en Dios y desaparece sin dejar rastro.
Cine de vampiros como nunca se ha visto, del bueno. Lleno de símbolos.
Un viaje al fin de la noche. Un canto a la vida y la muerte.
Una celebración. No sé de qué.
El 99% de la producción mundial chapotea entre propaganda y memez, se revuelve en los tópicos más malvados y necios. Otros, pocos, tratan los temas que a todos nos interesan e incumben de verdad. Algunos intuyen otros mundos incluidos en este. Prácticamente ninguno muestra nuestra elusiva piel y logra que se entienda siendo tan ligero, abstruso, visionario e ingenuo y perverso, demostrando que todos los contrastes son posibles.
Bravo.