Conmovedora reflexión sobre el pasado y el presente de un director al que no podemos dejar de ver detrás de la piel de Antonio Banderas, en su excelente interpretación. Quizás lo que conmueve realmente no es el film como producto, sino el film como monólogo, como terapia y desahogo de un Almodóvar que no lo ha tenido siempre fácil. La salud no se compra con dinero y uno no elige dónde nace y con qué privilegios. La vida es más dura de lo que parece a veces y el triunfo en muchos casos, no es regalado.
Me gustaría pensar, tal y como lo he sentido, que este proyecto tiene más de verdad que de ficción, más de dolor que de gloria. Las pequeñas pero profundas anécdotas que se van desvelando a lo largo de la película, como vivencias del autor, son maravillosas; partes de un destino que quizás tienen tanto de ficción como de realidad: el cuadro que vuelve a él tantos años después; el fortuito encuentro con uno de los amores de su vida que le hacen volver a escribir; un amor de madre totalmente sincero y crudo; una necesidad imperiosa de consumir estupefacientes para soportar los dolores del cuerpo y del alma...
Cada elemento me hace pensar en él, pero también en mí, en mis amigos y compañeros, en otros muchos que amamos el cine como profesión y que sabemos lo que realmente podemos encontrar detrás del séptimo arte.
Con Dolor y Gloria, Almodóvar consigue regalarnos un poquito de él, pero también un poco de verdad.