Un niño encuentra un globo rojo, amarrado a una farola, en una de las calles adoquinadas del París de mediados del siglo XX. El niño, en un comienzo, cree que el globo es uno como tantos otros; pero pasarán un par de minutos -de la película- para que él y todos, se den cuenta de que en realidad: tiene vida.

El niño y el globo, formarán una amistad cada vez más fuerte y auténtica. A lo largo de la película, tendrán que resistir la intolerancia de los demás niños (porque el globo le hace diferente), y el coartamiento de la sociedad (por ej: en un bus-tranvía no le dejan entrar, le castigan en la escuela y le expulsan de una iglesia). En gran medida, los mensajes de la película se transmiten con poesía. Así, incluye figuras literarias, tales como: metáforas (acerca de la libertad y la amistad), personificación (el globo piensa) y un final hiperbólico.

Por otra parte, la música, según mi modo de ver, es siempre muy acertada, pues complementa el, anteriormente dicho, mensaje poético. A veces es tierna, otras dramática y cadenciosa, y en otras pocas, es siniestra.

La película casi carece de diálogo, característica que yo considero de importancia, pues de esta forma creo que el director comunica al espectador, que la imagen tiene mayor relevancia que el texto, en la película. Ahora, dentro de los personajes, sólo el niño destaca, pues la mayoría de los otros, impiden o estorban su felicidad. La actuación de Pascal Lamorisse es tan natural que, como a un hermano pequeño, dan ganas de apretarlo de un fuerte abrazo y de protegerlo.

El final es fascinante, por su dulce intensidad y porque nos invita a creer en nuestros sueños, a pesar de todo. Si eres una persona sensible, que gusta de la infancia y del buen cine… ¡Debes verla, jamás la olvidarás!