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Luxemburgo Luxemburgo · Nacido en Barcelona
Críticas de Yuee12
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Críticas 72
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
28 de enero de 2024
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Tras años sin haber publicado crítica o reseña alguna en Filmaffinity, ni haber redactado apenas por mi lado (a causa de la falta de motivación, propiciada por la rutina y la universidad), me he animado a retomar esta bella costumbre, primero con Sleepy Hollow (Tim Burton, 1999), ahora con Oppenheimer. Lo bueno de todo esto: que, tras un segundo visionado que sucede al primero (finales de julio de 2023), tengo todavía más asimilada esta nueva película de Nolan, uno de mis directores contemporáneos preferidos.

Y es que no puedo sino alabar Oppenheimer, sin que mi opinión sobre este magnífico filme haya apenas cambiado desde hace exactamente seis meses, medio año. Sé que es costumbre subrayar todas las (supuestas) faltas de Nolan y su cine, por ende restarle mérito a su trabajo y valor a su arte. Desde luego, aunque yo no comparta la mayoría de dichos ataques, tampoco tendré la verdad absoluta; más bien un punto de vista, una percepción del cine, en este caso de hoy día.

Realizar (en el sentido francés de la palabra: «réalisateur», ósea, «director» en español -- legado de una mentalidad sembrada en la cultura artística europea, a diferencia del término inglés «director») una cinta de ciento ochenta minutos en torno a una figura particular no es quizá la mayor proeza a resaltar, ni por género (biopic), ni por duración, ni siquiera por narración: Nolan sabe lo que hace, qué historia quiere contar y llevar a la gran pantalla.

La cuestión es cómo lo hace.

Si echamos un vistazo al elenco, reconoceremos muchos nombres y muchos rostros. Cillian Murphy, Emily Blunt, Robert Downey Jr. Matt Damn y Florence Pugh son solo algunos ejemplos de apariciones estelares en esta película, por no hablar de casos más especiales como Gary Oldman, algunas obviamente más largas o más cortas. Lo interesante no está en la diferencia de caché o de tiempo en pantalla entre, por ejemplo, Cillian Murphy y Emily Blunt, sino en extremos como el ya mentado Gary Oldman. Contar con actores de alta gama para que salgan apenas uno o dos minutos en pantalla es, cuanto menos, destacable; un punto a tener en cuenta.

De más está aplaudir el nivel interpretativo de los actores, pues todos sobresalen y logran que sus personajes (diferencias ideológicas a un lado) sean memorables. Nolan es un director, en el sentido americano, con todas las letras: sabe dirigir a sus actores perfectamente. Es un artesano de la dirección en su más puro estado.

Pero Oppenheimer no es técnica o estética pura; hay más detrás. Su propia estructura es un quebradero de cabeza: aproximadamente dos tercios de la cinta (obviamente, los dos primeros) están consagrados al desarrollo de la bomba, cuya explosión ha sido uno de las más grandes promesas de este biopic, mientras que el tercero se versa en una vorágine de intercambios y conflictos judiciales que poco tienen que ver con la inmersión del espectador en una sala de cine donde supuestamente «sentirá/vivirá la explosión de una bomba nuclear». A partir del tercer tramo de la película, Oppenheimer se vuelve más exagerada, más excesiva, más exacerbada, si cabe: al entrar en lo psicológico, al ahondar en el ser humano. Es como si, tras la explosión, todo lo que ocurre estallara del mismo modo; como si se acelerasen los acontecimientos, cual bombardeo continuo (ritmo de montaje de hecho típico en las películas de Nolan).

Es decir, que la experiencia no reside exclusivamente en la detonación de la bomba; también en los cincuenta o sesenta minutos que siguen. Como espectadores, nos enfrentamos a la pantalla, a ese cuadro que restringe la imagen en movimiento y un sinfín de diálogos que culminan en un apoteósico final, tan estruendoso como imperecedero: con las palabras «I believe we did» despide Oppenheimer esta cinta, mirando al agua y cerrando los ojos mientras, con nosotros de la mano, reflexiona acerca de lo que su vida ha aportado al mundo. Toda una declaración de intenciones.

No aprovecharé esta crítica para desmerecer mucho a Barbie (Greta Gerwig, 2023), pero sí es interesante cómo dos películas tan aparentemente parecidas pueden ser tan distantes la una de la otra. Quizá esté yo errado; seguramente sea el caso. Sin embargo, me es imposible evitar ver dos tipos de cine completamente distintos al comparar ambas cintas: uno vacío, como se le atribuye en muchas ocasiones a la comedia de teléfonos blancos (Italia), y uno que perdura y perdurará.
Yuee12
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8
28 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mí no encontraréis al mayor fiel defensor o amante del cine de Tim Burton, aunque sí a un férreo fan de muchas de sus películas, esta entre otras cuantas (os invito a consultar mi lista o mis valoraciones de Tim Burton en mi perfil). No opino que Tim Burton sea el gran cineasta que muchos dicen que es, pero disfruto mucho con lo que hace, en especial con lo que solía hacer, calidad que, bajo mi entender, ha decaído mucho en estos últimos quince años -- a excepción notablemente de Frankenweenie (2012).

Tim Burton es para mí un excelente ejemplo de lo que comúnmente se denomina «estilo sobre la sustancia»..., al menos parcialmente. Su cine se sustenta en una estética tan uniforme como macabra: es capaz de, al igual que lo hace una de sus estrellas predilectas con muchos de sus papeles (Johnny Depp), atravesar diversos géneros cuál camaleón, con la diferencia de que no oculta ni lo que es, ni lo que le gusta.

Sleepy Hollow resulta, para el año de su salida, una amalgama de todo lo bueno y lo malo de Tim Burton, que en 1999 ya cuenta con un currículum de películas legendarias, hoy día muy valoradas en el panorama del cine mainstream (y estadounidense). En lo personal, destacaría Eduardo Manostijeras (1990), Batman vuelve (1992) y Ed Wood (1994). En Sleepy Hollow, mezcla efectivamente esa estética que tanto lo caracteriza -- y que, en un reciente visionado, motivo de esta reseña, tan poco ha envejecido, bajo mi punto de vista -- con una banda sonora estruendosa y gloriosa a su vez, así como con un elenco de lo más variopinto, todos ellos rostros conocidos en su momento y cuya relevancia han perdurado hasta este preciso momento.

Comedia y terror se convierten en un mismo «yo». Si Burton rara vez se corta con la imaginería de su arte, es quizá aquí más grotesco, si cabe; más directo, más gráfico, más cruel. No escatima en recursos: al igual que lo hacía Peter Jackson en la introducción de La comunidad del anillo (2001), Burton presenta al jinete sin cabeza con todo lujo de detalles, sin contentarse con contárnoslo, mostrándonos su historia pues. Garantiza que las escenas de lucha y de asesinato sean perturbadoras, tanto a nivel visual (lo gráfico de dichos asesinatos, por regla general cabezas cercenadas de un tajo) como a nivel narrativo*.

El resultado: una película que posiblemente no se exceda en sus posibilidades, como tantas otras producciones contemporáneas (y no modernas), pero que difícilmente deja indiferente. Este es Tim Burton en su máximo esplendor, no necesariamente en cuanto a calidad (para eso, también están los gustos), sino en cuanto a la identidad de su cine: un ejercicio estilístico en toda regla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Yuee12
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6
8 de junio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando oigo hablar de Disney, no puedo evitar pensar en varias películas que, para mí, forman parte de la lista de películas de animación que habría que ver a como dé lugar; es decir, cintas que, bajo mi punto de vista (para algunas, el tiempo lo dirá con mayor certitud), son obras maestras absolutas: Fantasía (1940) es un clásico experimental insoslayable e irreprochable de la temprana edad de la compañía; El rey león (1994) sigue siendo una película que me empuja a la reflexión a largo plazo, a la admiración por el medio en que su historia es contada, así como a un inagotable sueño que hace que quiera repetir la experiencia de proyectarla una y otra vez.

Antes de Raya y el último dragón (¿alguien sabe si es posible usar letra cursiva en Filmaffinity?), llegan apuestas como Zootrópolis y Vaiana en 2016; Ralph rompe Internet en 2018; y, finalmente, Frozen II en 2019. Podría mencionar varias películas más, y si bien algunas se me antojan más fascinantes que otras, he de rendirme a una evidencia clara: muchas de ellas, por no decir una gran mayoría, siguen un mismo patrón, una misma fórmula que Disney plantea y replantea reiteradamente.

Dicha fórmula es llamativa y, visiblemente, funciona a las mil maravillas. Al menos, desde un punto de vista práctico y global. De otro modo, las películas actuales de Disney no recaudarían tanto dinero en taquilla. A pesar de que no es una regla absoluta, este hecho dice mucho de cómo son estas películas así de qué clase de espectadores las consumimos. En esta ocasión, cabe destacar este elemento más, si cabe, debido a la, bajo mi juicio, absurda política de Disney+ a la hora de estrenar nuevos filmes con costes adicionales. Por mi parte, he esperado a que estuviese gratis para darle una oportunidad y disfrutar de ella.

Como me ocurre con la mayoría de los metrajes de esta compañía, Raya y el último dragón me ha gustado. Tiene momentos en los que se hace más aburrida que otros. Me quedo, sin lugar a dudas, con la escena de la lucha en la nieve. La ambientación, la construcción y el espectáculo son dignos de la gran pantalla. Dudo que mucha gente sea capaz de no agarrarse al asiento de la sala de cine sin que le brillen los ojos ante semejante portento audiovisual.

Precisamente, destaco especialmente el apartado técnico. Tal y como sucede con Pixar, este apartado es prácticamente irreprochable. La imagen y el sonido son de una calidad increíble, tanto en su totalidad como en sus componentes: la música, las voces, los ruidos; la iluminación, la coloración, el diseño de personajes que, de vez en cuando, es muy realista y, sin embargo, no deja atrás su lado caricaturesco... Como Frozen lo hizo en 2013, Raya y el último dragón nos demuestra cuán lejos puede llegar el medio de la animación en cuanto a espectacularidad se refiere.

De entre todos los elementos de la película, no voy a resaltar o tocar demasiado algunos como puede ser el tono de la misma (bastante infantil por momentos, sin ánimos de juzgar) o la narración. Si me paro a pensar en esta última, se me hace tedioso reflexionar mucho tiempo acerca de Raya y el último dragón. Simplemente, creo que es donde más falla esta cinta. No porque tenga un guion mal escrito, sino porque, al contrario, no lo usa para contar algo nuevo.

Sólo en este párrafo, dejad que le dé un pensamiento fugaz a qué nos quiere contar Raya y el último dragón. A diferencia de ésta, otras películas como Frozen o Vaiana tienen mucho más que contar y aportar, aunque tampoco sea decir mucho. Por ejemplo, al menos, Frozen proponía algo interesante: su villano principal, su tratamiento como personaje y su desarrollo dentro de la historia. Incluso con su estructura, el primer tercio comportándose como un musical clásico (e inolvidable) de Disney mientras que los dos últimos se convierten en una película de aventuras al uso. Varios elementos interesantes en torno a la narración me vienen a la mente cuando pienso en otras obras recientes de Disney, pero con Raya y el último dragón no me pasa.

Sí, tiene sus personajes amables con diseños increíbles; tiene su guion con sus actos, sus momentos de alegría y de pena; tiene su ritmo narrativo y su ritmo de montaje —típico en sí mismo: calmado por lo general, acelerado en momentos de estrés y de movimiento como las escenas de lucha, que a veces son llevadas con muchos cortes en lugar de deleitarse en los movimientos de cada personaje—; tiene su nuevo universo, su música y el encanto típico y asequible de toda película comercial...

Pero, por desgracia, se queda ahí. No busca atravesar fronteras ni romper límites. No busca ser mejor que sus antecesoras. No busca perdurar. Raya y el último dragón es el resultado repetitivo de una misma fórmula que Disney emplea constantemente; una fórmula «mágica» que funciona y genera productos más o menos buenos, pero que, lamentablemente, no hará que nos acordemos de Raya y el último dragón (y compañía) de aquí a veinte años.

A pesar de todo, quiero aclarar que siempre, ocurra lo que ocurra, hay que tener muchos factores en cuenta a la hora de preguntarse siquiera si una película es una obra maestra o no. La subjetividad entra también en juego, pero el que quizá es el factor más importante es el tiempo. La obra maestra excede a sus fans y comunidades. No es el suceso inmediato (y financiero) el que establece qué película es una obra maestra.
Yuee12
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Soul
Estados Unidos2020
7,4
33.757
Animación, Voz: Jamie Foxx, Tina Fey
8
30 de enero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pixar lo vuelve a hacer. En pleno 2020, la reputada compañía nos regala otra cinta de las que, para mí, pasará a ser reconocida como una obra maestra. Justo después de un primer visionado, uno que ha resultado intenso y único —lamentando únicamente no haber podido realizarlo en una sala de cine—, empiezan a surgirme la clase de preguntas que, a mi entender, todos deberíamos hacernos con cada película que nos es desconocida. ¿Qué es realmente una película? ¿A qué está sujeta? ¿Cómo podemos entenderla sin quedarnos en la superficie?

Es un ejercicio muy difícil de llevar a cabo, pero uno que, según yo, puede llevarnos a un mayor nivel de comprensión e incluso apreciación. Una película no es exclusivamente su historia o su apartado técnico. Opino que una obra que de verdad merezca la pena es aquella que empieza después de su primer visionado, así como, bajo mi punto de vista, toda buena película es la que te sobrepasa. Por supuesto, no me refiero sólo al intelecto. Hablo también de emociones y sentimientos.

Soul forma parte de esa lista.

La cinta habla de Joe Gardner, un profesor de música que se siente insatisfecho e infeliz en su vida. Tras un accidente que hace que su alma (de ahí el título de la cinta) se adentre en un mundo que le es hostil, y que lo hace debatirse entre la vida y la muerte, empieza a percatarse de que no ha estado llevando su vida de la mejor forma posible.

Obviamente, no podía faltar el elemento «imaginario» al que suelen estar ligadas las películas de Pixar. De ahora en adelante, voy a referirme varias veces a Del revés (2015), una de mis películas preferidas de todos los tiempos. En dicha película, también existe un mundo ficticio que funciona paralelamente y en coordinación con el real: las emociones antropomórficas —varios de nuestros personajes principales— están a cargo de la base de operaciones donde se gestionan los sentimientos y los recuerdos de Riley, y cada paso que dan se ve reflejado, de una forma u otra, en el mundo real. En Soul, ocurre algo muy parecido: las acciones de las almas impactan de forma directa en qué ocurre fuera de la zona ficticia.

De más está hablar largo y tendido sobre el apartado técnico de la cinta, no sólo porque alabar la portentosa calidad audiovisual de Soul sería banal y obvio, sino porque también nos sacaría de contexto. Sin embargo, la mención está más que merecida: a excepción de todo rasgo humano (a voluntad propia, desde mi punto de vista, de quienes están detrás de la película), cada edificio, cada objeto, cada paisaje podría ser perfectamente filmado por una camára y ni nos percataríamos siquiera de ello. Soul lleva los medios actuales de la animación 3D a un extremo muy, pero que muy prometedor.

La película empieza como Del revés lo hacía: con una breve introducción que nos sirve como, y, a la vez, precede el pasaje a sus términos mayores. De hecho, Soul respira como Del revés: con momentos dinámicos y llenos de movimiento; con pausas para dar ritmo; con momentos en los que todos nos rendimos a la maestría de Pixar a la hora de manejar nuestros sentimientos... Momentos que suelen ir acompañados por la soledad y por música que silencia todo cuanto es irrelevante. Sentir; ¡eso es lo que hay que hacer!

Como lo hacía Del revés, Soul se centra en temas bastante concretos. Del revés hablaba de las emociones, de la familia, de qué es ser un niño o un padre. En cierto modo, hablaba de la vida misma. No obstante, no se adentraba en el lado completamente opuesto: la muerte. Soul sí lo hace. Me recuerda, en cierta medida, a Final Fantasy IX: ambas historias comparten varias temáticas principales así como un mensaje concreto: «¡Vive!».

Porque Soul es vivir; Soul nos habla desde el alma y nos coge de la mano para hacernos ver que lo que a veces creemos es malo, es en realidad bueno; o que aquello que no importa, realmente sí importa. Final Fantasy IX hablaba de la vida y la muerte; se cuestionaba a sí mismo, se preguntaba qué es vivir, cuál es el propósito de nuestras vidas, por qué existimos... ¿Os suena, verdad? Soul sigue esa misma línea, aunque es posible que trate de responder de forma más tajante que el hoy día aclamado videojuego de Squaresoft. Por lo menos, las respuestas dadas cobran sentido para quienes viven la historia (es decir, los personajes).

Para mí, dichas respuestas también tienen sentido. En esta crítica, apenas he escrito unos pensamientos fugaces que necesitarán ser pulidos con el paso del tiempo. Probablemente, analizaré la película y sintetizaré todas mis ideas para entenderla mejor. Soul es digna de estudio, tal y como lo es Del revés y, a mi entender, la mayoría de cintas de la compañía. Si lo que buscáis es un viaje inolvidable, éste es un tren que no podéis dejar pasar.
Yuee12
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9
1 de septiembre de 2020
19 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Éstos son, a mi entender, tiempos importantes. Hablo desde mi propia perspectiva y experiencia, obviamente. Gusten más o menos (para eso están las opiniones), hemos vivido un año movidito. No hablo únicamente de todo lo malo que ha ocurrido (como la pandemia), sino también de todo lo que las industrias del cine y de los videojuegos nos han podido ir brindando. Títulos como Final Fantasy VII Remake y The Last of Us II, habiéndome fascinado ambos muchísimo (el primero más todavía), llegan por la puerta grande para plantar cada al jugador y reiterar sus derechos: ¿qué ocurre cuando estas historias se toman las licencias que desean? ¿Qué ocurre cuando se provoca al consumidor lo suficiente como para generar polémica? ¿Es esto malo?

No lo creo, en especial porque interpreto que los ejemplos que he dado saben a qué se enfrentan, por qué lo hacen y cómo lo hacen. Con Tenet ocurre algo parecido. ¿Por qué tantas opiniones diversas? ¿Por qué el público parece menos contento con este largometraje que con otros de Christopher Nolan? ¿Son éstas siquiera las buenas preguntas que debería o deberíamos formular?

Quiero rápidamente aclarar que esta crítica es más bien una reflexión tras menos de veinticuatro horas de ver Tenet, pero en texto. Si hablo poco en términos concretos de la cinta y eso os molesta, ahorraos el resto de la lectura. No voy a hablar de qué está bien y qué está mal hecho en Tenet desde un aspecto técnico, sino de cómo la he vivido yo.

Christopher Nolan es un autor, aunque a muchos elitistas les duela leerme decir esto. Sus películas pueden ser más o menos comerciales, pueden gustar más o menos, pero negar que es uno de los grandes nombres del cine actual, de este siglo, es mentir directamente. También creo que lo es el no brindarle el mérito que se merece por ser uno de los directores más ambiciosos de esta generación.

Pero como ocurre a menudo con figuras tan célebres, exitosas y vistas, un segmento concreto del público (sea mayor o menor) desarrolla un odio visceral hacia su obra. No estoy hablando de disfrutar o no con sus películas; hablo literalmente de desprecio.

Se ha criticado mucho a Christopher Nolan por diversos motivos: por lo limpias que son sus películas, es decir, por ejemplo, la poca sangre que se enseña (lo cual me parece acertado para Dunkerque, pero no para el estilo en sí mismo de un autor); lo aparentemente exageradamente rápido que suele ser su montaje, y muchos hablan de éste cuando ni siquiera saben realmente qué es un montaje; y sobretodo, lo mucho que tiende Christopher Nolan a explicar sus películas con diálogos de exposición Y lo vacías que suelen ser sus películas, como si esto último significase algo.

Pues bien: olvidaos de todo eso en Tenet. Cuando a un autor se le critica por lo que yo considero ridículos motivos, es de agradecer que obras como Tenet (que van en contra de lo ya hecho y se imponen no sólo como propias en su género, como arte con fuerte personalidad, sino también como grandes producciones) existan. En Tenet, Christopher Nolan forcejea, lucha y nos regala una maravillosa película de dos horas y media en la que difícilmente nos enteramos de todo lo que está ocurriendo. No es la película más enrevesada del mundo, pero sí es difícil, muy difícil seguirle el ritmo. Cualquiera que diga que es fácil de entender os estará mintiendo: requiere mucha atención por parte del espectador para poder comprender un mínimo de lo que es contado.

Sin embargo, para mí, no es esto lo que cuenta. No digiero Tenet como una película lineal que deba entender por completo, sino como el mensaje de un autor a una audiencia de opiniones tan diversas. Es un hombre inteligente y sabe lo que hace. Por poco que te enteres de la película, su duración, como ocurría con El caballero oscuro, parece verse considerablemente reducida gracias a un ritmo de montaje tan rápido (aunque más pausado que de costumbre, he creído atisbar) y al despertar de un interés tan grande por parte del espectador. Tenet es capaz de generar intriga y curiosidad, y aparte, es importantemente entretenida en términos de acción. Incluso el sonido es tan fuerte que difícilmente puedes aburrirte con ella.

En resumen: si se quiere criticar a Tenet por ser enrevesada, estupendo, pero me pregunto si parte de la gente que ahora malmete con ella no formaba parte también del segmento del público que tanto criticaba a Christopher Nolan por explicar sus cintas de más. Tenet es complicada y compleja en muchos aspectos, sí, pero también ambiciosa y polémica; bastante polémica. Para mí, en un buen sentido.

Mi nota se basa, obviamente, en mi opinión personal así como en mi experiencia cinematográfica. Al salir del cine, creí estar no solamente ante la que probablemente será una de las mejores películas del año, sino también ante una obra en la que un autor muestra mucho de sí con todo su libre albedrío. Definir una obra maestra es difícil; el tiempo suele ser el auténtico juez de tal sentencia. Empero, puedo sumar Tenet, así como varios otros filmes de Christopher Nolan, a mi lista de películas preferidas. Un fuerte abrazo.
Yuee12
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