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Críticas de vazquezvarela
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Críticas 19
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
12 de marzo de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
O dicho de otra manera, que no es cosa mayor. Ya vale de parafrasear a grandes literatos del siglo XXI por hoy. Lo que quería decir con esta versión cinéfila de una de las grande citas célebres de nuestro pontevedrés non grato favorito es que, si por algo se han caracterizado los hermanos Coen en todo este tiempo, además de por ser muy grandes, es por su irregularidad. Son unos directores (vamos a considerarlos a ambos como tales, ya que en esta última película y en alguna que otra más firman ambos la dirección, aunque normalmente lo suele hacer solo Joel) que se atreven con todo, y siempre cumplen, a veces de forma sobresaliente y otras ya bastante más justos.

Me considero seguidor de su cine, me he visto toda su filmografía y he disfrutado con bastantes de sus películas, de ahí mis ganas de que se estrenase Hail, Caesar! (2016). En la sala había bastante gente (y eso que Deadpool ya estaba en cartelera), lo cual quiere decir que no soy el único que los tiene en gran estima, y merecido que se lo tienen. Aunque todas sus películas están impregnadas de su característico humor negro e irónico, en mayor o menor medida, si recordamos algunas de sus comedias más célebres nos vienen a la mente El Gran Lebowski (1998), O Brother (2000) o Quemar después de leer (2008), por ejemplo. Imagino las expectativas bastante altas, ¿no?

Pues como decía antes, a veces cumplen sobradamente, y otras no tanto, y en este caso nos encontramos con la segunda opción. Lejos de ser una mala película, creo que no la pondría en un TOP 10 de sus mejores obras. Es lo que tiene ser uno de los grandes directores de las últimas décadas, que se pueden permitir hacer las películas que quieran por pura diversión y que a quien más ilusión le hace, es a ellos mismos. Como cinéfilos que son, se proponen crear un peculiar y divertido retrato del Hollywood de los años 50 y 60, la conocida como Época Dorada del cine americano. Y en parte lo consiguen, ya que hay múltiples situaciones cómicas, irónicas e irreverentes. Pero a todos estos adjetivos añadiría uno más: dispersas.

Y es que eso es lo que tiene hacer un retrato tan amplio, que inicias muchas y diversas líneas narrativas que después carecen de importancia en la trama principal y que pasan casi sin pena ni gloria por la pantalla. El metraje no llega a las 2 horas y hay más de 20 personajes que intervienen con más o menos importancia en la trama. Así es complicado crear una unidad, algo compacto y sin fisuras. El resultado es algo así como un collage de situaciones bizarras (algunas mucho, creedme) con una ligera cohesión, que es básicamente el gran estudio cinematográfico (Capital Pictures Studios) para el que trabajan casi todos los personajes.

Y hablando de los personajes, como ya dije antes, son muchos en poco tiempo. Y es que además los hermanos Coen (o quien se ocupe de estas cosas) fueron un poco tramposos de más, ya que si miramos el cartel de la película vemos cinco conocidísimas caras: Channing Tatum, George Clooney, Josh Brolin, Scarlett Johansson y Johan Hill. De esos cinco, solo dos son principales y de los tres que quedan, dos salen como mucho 5 minutos en pantalla (destripados en tráiler, dicho sea de paso). Y el que queda, pues un poco más. Quién es quién, eso ya es cosa vuestra.

En resumen, con todos estos pequeños apuntamientos tampoco quiero crear una impresión negativa sobre Hail, Caesar!, ni mucho menos, ya que como mencioné al principio no me pareció una mala película. Pero tampoco buena. Y más viniendo de quien viene, que son palabras mayores, o dicho de otra manera, no son palabras menores. Lo siento. Bromas aparte, la sensación que me llevo es que los Coen han pintado un cuadro bien hecho y bastante divertido, pero que como todo cuadro, le falta profundidad.
vazquezvarela
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8
27 de enero de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como de costumbre, voy a empezar rajando de la traducción del título. The Hateful Eight es un título a mi entender maravilloso, porque además de estar fuertemente relacionado con la trama y de ser muy sonoro, permite ese bello juego de palabras de cambiar Hateful por h8ful, lo que nos recuerda que casualmente es la octava película de su director. Pues bueno, ya que deciden traducirlo (que no hacía falta), pues que lo hagan bien: Los Odiosos Ocho. A ver, ¿desde cuándo en castellano se pone el adjetivo antes del nombre? Qué cabreo.

En fin, tenía que soltarlo, que sino reventaba. Por suerte, pude verla en versión original, a mi parecer imprescindible en todas las películas, y más en esta. Eso sí, no la pude ver en los gloriosos y famosos 70mm. El caso, vamos a lo que vamos. Tarantino sabe que es Tarantino y qué es ser Tarantino, por eso en esta película, como digo en el título, es más Tarantino que nunca. Si creéis que he agotado la palabra "Tarantino", estáis muy equivocados. Decía que en esta su octava película nos encontramos a un Tarantino totalmente desatado, con la libertad a la que nos tiene acostumbrados y, por supuesto, el estilo de siempre. "Es que Tarantino solo sabe hacer lo de siempre...", puede, pero lo hace mejor que nadie. Nuestro querido Quentin nunca fue un hombre al que le gustase cambiar mucho: ni de actores, ni de duración del metraje, ni de estructura, ni del tema de la violencia o el racismo y, por supuesto, de estilo. Decía Hitchcock que el estilo es solo autoplagiarse a uno mismo, y razón no le faltaba.

Ya que estamos con citas, seguimos: decía la crítica de cine Desirée de Fez que la evolución de Tarantino como director no pasaba por la ruptura, sino por el perfeccionamiento. Es decir, su intención es que su estilo siempre sea el mismo, pero cada vez mejor. Personalmente, creo que en la segunda mitad del filme el director norteamericano alcanza las cotas más altas de su cine. 100% tarantiniano. No digo que la otra mitad no sea digna o propia de él, sino que es de inferior calidad o, al menos, de menos espectacularidad. Son lujos que solo se pueden permitir unos pocos.

En Hateful nos encontramos una historia cocinada a fuego lento, muy lento, tanto que parece que el fuego no está encendido y, con toda la nieve que hay en pantalla, nos deja un poco fríos. Al llegar los personajes a la cabaña, con la lumbre de la chimenea de fondo, la cosa empieza a coger calorcillo. Y es ahí, cuando ya estamos cómodos, cuando Tarantino echa toda la leña al fuego. Y cuando digo toda, es toda. Golpes, tiros, violencia, sangre, insultos, violencia, veneno, cuchillos, violencia... Y un poco más de violencia.

Hablando sobre la violencia, decía el propio Tarantino que si vas a ver una película suya, sabes que va a haberla; que es como si vas a un concierto de Metallica y les pides que bajen el volumen. Más razón que un Santo. Quentin también sabe que la banda sonora es del eterno Ennio Morricone, por eso le deja tiempo y espacio para lucirse. Siendo honestos, el filme dura 3 horazas porque así lo quiso su director, porque tranquilísimamente podría haber durado menos. A la primera hora y media le cuesta aguantarse por sí sola. Una vez llega la otra hora y media, se lo perdonas todo y te da ya más igual.

¿Qué más cosas sabe Tarantino? Pues por ejemplo, que Samuel L. Jackson es una de las personas más molonas sobre la faz de la tierra, y por eso siempre le da papeles molones. Realmente, todo el elenco actoral está a muy buen nivel, quizás destacando al ya mencionado Samuel, al bigotudo Kurt Russel y a la brutal Jennifer Jason Leigh. Todos sacan lo mejor de sí mismos y hacen suyos los fantásticos diálogos del guión.

Resumiendo, si vas a ver The Hateful Eight vas a ver una película de Tarantino, así que ya sabes más o menos lo que hay, tanto en lo bueno como en lo malo. A mi personalmente es un estilo que me atrae mucho, por su dinamismo, originalidad, humor y, sobre todo, violencia. Pienso que con mayor trabajo de tijeras habría quedado una película mejor, pero aun así se encumbra como una de sus mejores obras. Por cierto, he dicho 13 veces "Tarantino" (14 con esta) en lo que va de crítica, muchas menos de la mitad de veces que se dice "nigga" en la película. Muy Tarantino. Mierda, 15.
vazquezvarela
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7
19 de diciembre de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época muy muy lejana, allá por el final de los años 70, nacía uno de los fenómenos cinematográficos más importantes de la historia. Star Wars (posteriormente apellidada como Episodio IV: Una nueva esperanza) revolucionó el medio y marcó a una generación. Los que somos más jóvenes recogemos su testigo y, de "regalo", pudimos vivir el estreno de la segunda trilogía. Entrecomillo "regalo" por considerar esas 3 películas como algo no del todo positivo, como cuando te regalan calcetines por Navidad.

Tampoco digo que sean algo absolutamente desastroso, ya que la idea de hacer una precuela me parece buena, pero sí bastante decepcionantes. Además, no siempre de las buenas ideas salen buenas películas. Hay cosas bastante interesantes y que ayudan a agrandar aun más el universo de George Lucas (ya otro día hablaremos tendidamente sobre su papada), pero hay otras realmente indignas. Decía un crítico americano sobre el Episodio II: La Guerra de los Clones (aunque en este caso aplicable a toda la trilogía) que "es una oportunidad para que unos talentosos actores bien pagados digan los peores diálogos de sus carreras". Yo me imagino a pobre Samuel L. Jackson llorando en su caso (rodeado de pasta, eso sí) al pasar de leer un guión de Tarantino a leer otro de Star Wars.

Pero centrémonos en este último Episodio VII: El Despertar de la Fuerza, que me voy por las ramas. Lo primero, decir que me parece un gran título en todos los sentidos. Después de echarse a dormir tras el Episodio VI, allá por el año 1983 (?), se "despertó" 20 años más tarde como quien se levanta a las 5 a.m. y va al baño con un ojo abierto y el otro cerrado, sin saber muy bien qué está haciendo o qué está pasando. Por eso considero que con esta entrega, estrenada a finales de 2015, la saga (y la fuerza, claro) han despertado definitivamente de su largo letargo (y espero que sigan así de despiertos para los dos episodios que restan).

Estoy siendo pretendidamente ambiguo al escribir esto porque quiero evitar cualquier tipo de spoiler, por mínimo que sea. Como es normal, estoy en contra de revelar partes importantes de cualquier película, pero en esta aun más. Porque esta no es una película cualquiera, es la séptima parte de la que probablemente sea la mejor, o al menos la más apasionante, saga de la historia del cine. Creo que querer joderle la ilusión a una persona, aunque "solo sea una película", es de ser un verdadero miserable.

Dicho esto, yo fui a verla sin ninguna clase de conocimiento previo (había visto un tráiler, pero ni leí sinopsis ni nada por el estilo), y he de admitir que poder disfrutar del filme en una gran pantalla, en versión original y con una sala libre de bocachanclas es toda una experiencia.

Visualmente es una locura, la mejor de todas sin duda alguna. También es cierto que hoy en día los efectos digitales están enormemente avanzados, a años luz de la trilogía original y a un buen trecho de la precuela. Los personajes en general cumplen, algunos mejor que otros, tanto los nuevos como los ya conocidos. Además de al genial y carismático Han Solo, destacaría al villano, Kylo Ren, muy trabajado tanto interior como exteriormente. La historia avanza correctamente, con un muy buen ritmo narrativo, y salpicada de referencias al resto de películas. También es cierto que en algunos momentos notamos cierto aire a deja-vu, como que esto ya lo hemos visto antes. Llámalo deja-vu o llámalo homenaje, como vosotros prefiráis. A veces la línea que separa al homenaje del plagio (o autoplagio en este caso) es muy muy fina.

Para ir terminando, sin duda estamos ante el inicio de una ilusionante trilogía que esperemos que siga por este rumbo, caracterizado por el respeto a la trilogía original. Creo que este Episodio VII es un necesario soplo de aire fresco a la saga que seguro que será valorado como se merece por sus innumerables fans.
vazquezvarela
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9
7 de diciembre de 2015
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Cuando ves una película 3 veces en medio año y te sigue divirtiendo y sorprendiendo, es que algo tiene. Y es que si en media hora de metraje juntas nazis, vikingos, dinosaurios que echan laser por los ojos , artes marciales y música de David Hasselhoff nada puede salir mal.

Este es el caso de Kung Fury (2015), un mediometraje sueco de acción desenfrenada y humor surrealista que homenajea de forma flagrante y épica a la década de los 80. Para no destriparla mucho, ya que solo dura 30 minutos, decir a modo resumen que trata de un policía con superpoderes que se ve en la necesidad de viajar al pasado para resolver un problema que azota el presente. Una premisa peculiar, un desarrollo espectacular.

En mi humilde opinión, es una de las obras más originales que he visto nunca, que sin duda no dejará indiferente a nadie. Mi caso fue un flechazo, un amor a primera vista, ya que una de las cosas que más valoro en una película es que me sorprenda. En una época en la que se nos bombardea con cine comercial, que normalmente no brilla por su originalidad, es meritorio tener el valor de sacar al mercado algo como Kung Fury.

Y es que eso último que acabo de nombrar es para mí su punto fuerte: el valor, la valentía. Decía Tarantino que si realmente quieres hacer una película, hazla. Que no esperes por donativos ni circunstancias optimas. Sal y hazla. Y eso hizo el director, guionista y actor principal David Sandberg. Dejó su trabajo en post-producción en publicidad para invertir todo lo que tenía (dinero, tiempo y talento) en este alocado proyecto. Y en su resultado se aprecia ese duro trabajo y ese amor por lo que se está haciendo.

La mayor virtud de este filme sueco es su frescura y originalidad. Derrocha personalidad en cada segundo, consecuencia de la libertad que tuvo el realizador a la hora de trabajar. Y esto es debido a la ausencia de una gran productora detrás del proyecto. Es decir, que Sandberg y compañía hicieron lo que quisieron y como quisieron, sin ningún tipo de filtro o impedimento. El único (y más importante) obstáculo que tuvieron fue el dinero. La producción requería un presupuesto bastante elevado, algo de lo que no disponían.

Quiso el destino (y gracias al tráiler que subieron a Youtube después de meses de trabajo) que su propuesta tuviera éxito entre la multitud, y mediante un crowdfunding consiguieron la descabellada cantidad de 630 000 dólares. En ocasiones, la mejor productora que existe es la gente, tus clientes al fin y al cabo. Gracias a ellos, la película pudo salir adelante.

Esta joya pseudo-retro, filmada en su mayoría entre paredes de color verde, supone una arriesgada y atractiva propuesta para quien quiera ver algo divertido y diferente. Todo en ella es una referencia a los años 80, una oda al VHS. Esa admiración es palpable en cada elemento: estética, música (con banda sonora propia), ambientación, objetos... Si hasta aparece David Hasselhoff, qué más se puede pedir.

Sería un error que su estética deliberadamente cutre, su humor absurdo y actuaciones caricaturescas nos llevaran a considerarla algo así como una payasada. Es una parodia, y eso conlleva saber reírse de uno mismo. Siendo honesto, me parecería muy injusto que Kung Fury no se convirtiese en una obra de culto. Si no existiese, habría que crearla.

Para ir terminando, creo que la enseñanza de todo esto es que quien no arriesga no gana, y que cuando las cosas se hacen con verdadera pasión y trabajo, el resultado no pasa desapercibido para nadie. Creo que esta película consigue dos de las cosas más difícil de alcanzar en el cine: tener personalidad y hacer reír. Es por eso que Kung Fury es una obra maestra, un true survivor entre tanto gris y tanta mediocridad.
vazquezvarela
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6
30 de noviembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Miramos el cartel de la película y, al lado de la cara de Tom Hanks, aparece escrito: "en un mundo al borde del abismo, un hombre honesto marcó la diferencia entre la guerra y la paz". Ese hombre honesto es Hanks, claro. Y quién lo dirige, su queridísimo amigo Steven Spielberg. Y con guión de los hermanos Coen. Esto empieza a ponerse interesante. Pero como diría el Señor Lobo en Pulp Fiction (1994): "no empecemos a chuparnos las pollas todavía".

Os voy a contar una historia: un hombre justo e íntegro, a pesar de la oposición y nulo apoyo de quien le rodea, trata de luchar contra la injusticia por muchos obstáculos que se le interpongan, obrando siempre de forma ética y consecuente. Sí, lo sé, os acabo de contar el argumento del 80% del cine de Hollywood, pero en este caso estaba hablando de El puente de los espías, la última obra del conocidísimo Steven Spielberg. Mi relación con este director es de amor-odio (más odio que amor, la verdad), pero al igual que en España no se puede criticar a Iniesta porque nos dio un Mundial, yo prometo contenerme en mis críticas negativas hacia el bueno de Steven. Principalmente porque años atrás nos regaló dos joyas como La lista de Schlinder (1993) y Salvar al soldado Ryan (1998). De la primera, qué decir que no se haya dicho ya, una de mis películas favoritas. La segunda, aun destilando patriotismo por cada poro, es en mi opinión la mejor película bélica jamás filmada.
Pero bueno, vayamos a lo nuestro. Spielberg se pone más o menos serio para traernos una película de corte clásico sobre el espionaje en la Guerra Fría. Más que un thriller sobre el espionaje propiamente dicho, nos encontramos con un drama judicial en un contexto muy determinado y jugoso para el cine americano .Tom Hanks realiza una gran interpretación dando vida al abogado James Donovan, al que le encargan la complicada tarea de defender a un espía soviético. Es ahí cuando, sorprendentemente, Spielberg saca su dardo a pasear para criticar el sistema judicial estadounidense y la moral del pueblo americano. Ese odio hacia el enemigo soviético y a quién lo defiende, esas miradas de asco, ese mirar hacia otro lado de la justicia...

Además de esta historia, nos encontramos con otras dos líneas protagonizadas por personajes (Powell y Pryor) que acabarán convergiendo en el camino de Donovan. Pero, siendo honestos, a nadie le importa lo que les pase. Son personajes planos, grises y tópicos, creados como simple herramienta para que la historia avance. Mi empatía con ellos es nula, y dudo que ese fuera el objetivo de sus roles. Es a partir de la aparición de ambos cuando empieza a aflorar lo peor del filme.

FLASHBACK. Vemos a un pequeño Steven Spielberg en el regazo de su madre mientras esta le dice: "hijo mío, por muy grandes que sean las dificultades, los buenos siempre ganan y el amor (de cualquier tipo, hacia personas, extraterrestres, países...) puede con todo". Steven sonríe, y con esta idea en la cabeza crece, que no madura, y decide plasmarla en la mayoría de sus películas.

Volvemos a la realidad. Todo esto viene a justificar la oleada de patriotismo que inundará la pantalla. Para no extenderme demasiado, os lo resumo de forma sencilla: EEUU=guay, URSS=caca. Nada nuevo, ¿verdad? Mención aparte se merece el espía soviético condenado. Desde Big Hero 6 (2014) no veía a un personaje más entrañable y bonachón. Dan ganas de exculparle de los cargos, acogerlo en tu casa y darle galletitas con leche antes de acostarse.

Pero no todo es malo, para nada. Si con más de 2 horas de película, ni media escena de acción y casi todo diálogos no me he dormido en el cine, es que algo bueno habrá. Por ejemplo, la fantástica escena inicial. Sin apenas diálogos, muy visual y perfectamente filmada, manteniendo intrigado al espectador. Así sí, Steven. El fino sentido de humor que salpica el metraje, supongo que mucha culpa de esto la tendrán Joel y Ethan Coen. La ambientación, como en todas las películas del director, es maravillosa. Cuidada al detalle, nos traslada 60 años atrás gracias a los escenarios, localizaciones y vestuario. La fotografía de su fiel acompañante Janusz Kaminski transmite trabajo y talento en cada frame, recordándonos mucho a la estética de Camino a la Perdición (2002) de Sam Mendes. La escena final, pura poesía visual, realizando un bonito paralelismo con otra poderosa escena anterior.

En definitiva, ya sea para bien o para mal, el sello de Spielberg está presente en todas sus obras, y eso es algo meritorio. Su talento para contar historias es innegable, pero la óptica que elige normalmente no me agrada. Y ya que la cosa va de citas, a modo de resumen, terminamos con una de 1984 de Orwell: "encontrarse en minoría, incluso en minoría de uno solo, no significa estar loco. La cordura no depende de las estadísticas". Tom Hanks lo sabe.
vazquezvarela
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