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Críticas de Ana Mayo
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Críticas 7
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
19 de septiembre de 2023
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta extraordinaria película está basada en el libro escrito por Michael Holroyd, una detallada biografía sobre la pintora Dora Carrington y el escritor Lytton Strachey, la historia de su amor atípico, de su vida juntos. Desde el primero hasta el último fotograma la película respira autenticidad. Asistimos a la narración de unos hechos vividos por unos personajes que se sentían raros, perdidos, con sed de aprender y sed de amar; personajes valientes por haber emprendido una búsqueda vital; que rozaron la extravagancia y pagaron el precio social de ser diferentes a ojos de la sociedad rígida y encorsetada de principios del siglo XX.

Lytton Strachey nació en Londres en 1880. Creció en una casa oscura y maciza, una laberíntica mansión que, según el propio Strachey, ejerció una profunda influencia en él. De su infancia hay que destacar dos datos relevantes. El primero de ellos es que fue un niño débil y enfermizo. Y el segundo es que sus padres le internaron en una institución educativa muy severa, de régimen espartano, que tuvo un efecto devastador en la salud del joven Lytton, que no recuperó su equilibrio emocional e intelectual hasta que ingresó en el Trinity College, Cambridge, para sus estudios universitarios. De sus lecturas filosóficas en aquel período extrajo la conclusión de que las relaciones personales más la experiencia estética dan como resultado una vida plena. A mí me parece una regla fundamental, algo así como una ECUACIÓN VITAL:

Relaciones Personales + Experiencia Estética = Vida Plena.

Fue también en esta época cuando Lytton tomó conciencia de su homosexualidad. El Trinity College de Cambridge transformó la vida del joven por completo: había ingresado en Cambridge como un chico tímido e inseguro, pero desarrolló una personalidad influyente para las posteriores generaciones de estudiantes. Allí conoció a carismáticas figuras con las que mantuvo su amistad y formaron el núcleo del llamado Grupo de Bloomsbury. Fueron, entre otros, E.M. Forster, novelista; Maynard Keynes, economista; Leonard Woolf, escritor y editor, que se convertiría en el marido de la gran escritora Virginia Woolf (de soltera Stephen); y Clive Bell, crítico de arte, esposo de Vanessa, la hermana de Virginia.

Tras finalizar sus estudios, no obtuvo plaza como profesor en Cambridge, por lo que trabajó durante varios años como crítico literario. Y poco a poco fue ganando un hueco entre los escritores gracias a la publicación de biografías de personajes célebres, sus famosos victorianos ilustres.

Para huir de sus fracasos amorosos con los hombres, pidió matrimonio a Virginia Stephen unos años antes de que se casara con Leonard Woolf. Para sorpresa de Strachey, aceptó. En los dos fue más una fantasía que una realidad, por lo que ambos abortaron la propuesta de matrimonio.

Por su delicada salud y por cuestión de conciencia, no fue llamado a filas para luchar en la Primera Guerra Mundial. Dado que se registró como objetor de conciencia, su caso fue juzgado, y esto le causó una profunda crisis nerviosa. En la película podemos ver la importante escena en la que declara ante el tribunal y expone con convicción sus argumentos de conciencia (que llegan a emocionarnos porque constituyen la base de todo pacifismo). Fue declarado no apto para cualquier tipo de servicio militar y proclamado oficialmente un hombre libre.

En la cinta emociona ver el acercamiento mutuo de estos seres, Lytton y Dora, como dos astros perdidos que gravitan en busca de un sistema solar. También emociona la fortuna de poder disfrutar de un trabajo actoral de gran altura: no sólo Emma Thompson o Jonathan Pryce, espléndidos en sus respectivos roles; sino también Rufus Sewell como el torturado novio de Dora Carrington, Steven Waddington como el marido, o Samuel West en el dulce y sentimental papel del joven Gerald Brenan, en sus inicios como escritor antes de marcharse a vivir a la Alpujarra granadina. Emociona el guión adaptado, inteligente, ágil, que recorre los convulsos años de la Gran Guerra y después los felices años 20. Y, por supuesto, emociona la banda sonora compuesta por Michael Nyman, que acababa de alcanzar un éxito mundial por "El piano". En esta ocasión nos deleita con una partitura fundamentalmente de cuerdas que maridan a la perfección con las situaciones narradas y los estados anímicos de los protagonistas.

En definitiva, constituye un placer visionar o redescubrir "Carrington": si no una obra maestra, una auténtica obra cinematográfica.
Ana Mayo
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10
20 de julio de 2023
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emmanuelle Bercot nos trae esta emotiva y didáctica cinta que firma como guionista y directora, interpretada por un sobresaliente Benoît Magimel en su papel protagonista, actuación que le valió un merecido Premio César al mejor actor principal en la edición de 2022. A Magimel le acompañan Catherine Deneuve, correcta en su rol de madre que no puede asumir el panorama demoledor; Cécile De France, cálida y convincente en su papel sanitario; y Gabriel Sara, un prestigioso oncólogo en la vida real, que aporta una visión humanista de la relación médico-paciente.

No se trata de una película más sobre el cáncer. Al contrario: es un drama muy respetuoso acerca de la fase terminal del cáncer de páncreas que padece el protagonista, un actor y profesor de teatro que en un breve plazo de tiempo debe aprender a aceptar su situación, a ordenar su vida (el tablero de juego, el escritorio vital) y a despedirse de todo y de todos. La película aborda la tesitura del protagonista-paciente desde el humanismo y la empatía, a la vez que subraya los dilemas a los que se enfrenta cualquier enfermo en fase terminal.

Un punto a destacar es la decisión de la realizadora de poner también el foco en el personal sanitario: sus necesidades, su estrés y su implicación vocacional con los pacientes. Aquí lo narrativo adquiere un tono documental, lo cual me parece acertado y novedoso.

En resumidas cuentas, nos encontramos ante un tratado del buen vivir y del buen morir. Mientras vivimos, nos identificamos con personas, cosas y situaciones (la mente egótica, el deseo de posesión, yo, mi, mío), pero próximos a la muerte no queda otro remedio que ordenar el escritorio vital y el mapa del alma antes de la última exhalación.
Ana Mayo
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9
9 de junio de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La grandeza del cine reside en su poder para crear una ilusión. Cuando se oscurece el patio de butacas, asistimos al nacimiento de la magia: expectantes, ojipláticos, participamos en un espectáculo de luz y sonido. Es la misma emocionada expectación que nos posee en la humilde oscuridad de nuestra habitación al inicio de una película, pues no es cuestión del tamaño de las pantallas sino de voluntad: la voluntad del espectador. El espectador debe decir sí. Sí a entrar en una historia, sí a dejarse guiar por la narración cinematográfica, sí a escuchar al director, el maestro de ceremonias que nos presenta su espectáculo.

En sus albores, el cine contó con varios visionarios, a uno y otro lado del Atlántico, que intuyeron de qué iba esto: En Nueva Jersey, Thomas Alva Edison, inventor frenético e incansable; y en Lyon, los hermanos Louis y August Lumière rodaron en la década de 1890 sus primeras películas, que eran retazos de la vida cotidiana. Intuyeron que el cine consiste en girar imágenes, crear luz en movimiento. Ya tenían un paso: las imágenes en movimiento. El segundo paso, y en mi opinión el más difícil, era la invención de historias.

El cine se crea de ideas, eso está claro. Darren Aronofsky, conocedor de esta premisa, llevaba tiempo amasando el sueño de un proyecto titulado “The Fountain”. Era el año 2001. Aronofsky comenzó a negociar con Warner Bros para dirigir una película de ciencia ficción. Quería redefinir ese género con la inclusión de elementos épicos, metafísicos y románticos que otorgaran un carácter distinto a la ciencia ficción clásica; decía que las cosas interesantes son la búsqueda de Dios, la búsqueda de un significado a la existencia. En eso basaría su proyecto.

Se debería haber filmado en 2002 con Brad Pitt en el papel principal, pero la película se paralizó porque Pitt abandonó el proyecto y también porque Warner Bros no quería asumir la totalidad del presupuesto y buscaba una cofinanciación. En 2005 Aronofsky pudo finalmente impulsar la maquinaria de la película gracias a la adhesión de otros productores y al trabajo austero del director de efectos visuales. Como dato curioso, a este respecto, cabe señalar que se utilizaron fotografías de microorganismos para crear ese poético escenario cósmico a través del cual viaja la nave esférica.

Hugh Jackman fue el elegido para interpretar a Tomás/ Tommy/ Tom (siglos XVI, XXI y XXVI respectivamente). Un gran acierto, pues se trata de uno de los papeles más relevantes en la carrera de este versátil actor y cantante. Él se describe a sí mismo como una persona religiosa y diariamente practica la meditación, con lo cual de alguna forma dejó su impronta, su sello espiritual, en el triple papel. La conexión con el personaje de Rachel Weisz es pura y armoniosa. Ambos van tejiendo su amor inmortal con la ayuda de la exquisita banda sonora, obra de Clint Mansell, que recibió una nominación a los Globos de Oro.

“La fuente de la vida” es, ante todo, una película que explora el más allá, la existencia de Dios y la recurrente búsqueda de la inmortalidad. La muerte es el camino al asombro, se nos anuncia al principio. Algo a destacar es el uso de los símbolos, como en cualquier poema. Para mí son importantes el anillo, el círculo, la esfera, la pluma y la tinta. Con la pluma y la tinta escribimos el libro y avanzamos en la historia. El anillo, el círculo y la esfera me revelan que la vida es la descripción de un círculo: Nacimiento > Muerte > Renacimiento. A todos nos aguarda la muerte, pero ¿y si después hay más vida? ¿Y si descubrimos el elixir de la inmortalidad, la milagrosa savia de esa planta oculta que nos permita vivir siglos y convertirnos en astronautas errantes? Preguntas, preguntas... Nos queda Xibalba, la nebulosa que rodea a una estrella moribunda. Hacia allá nos encaminamos.

“A través de todos estos años, de todos estos recuerdos, sólo has existido tú. Tú tiras de mí a través del tiempo.”
Ana Mayo
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8
18 de mayo de 2021
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida y la obra póstumas de Vincent Van Gogh son un ejemplo de recuperación histórica y divulgación de un artista muerto en el silencio, en la soledad y en el olvido (tres elementos de amargo jugo que acompañan la trayectoria vital de no pocos artistas que acaban muriendo en el anonimato más gélido y descorazonador). Ese fue el triste sino de Vincent Willem Van Gogh (1853-1890), primogénito de Theodorus Van Gogh, pastor protestante, y Anna Carbentus. En 1857 nacería su hermano Theodorus, coloquialmente llamado Theo.

Entonces, si el universal artista Van Gogh murió en el olvido, ¿quiénes se encargaron de recuperar su memoria y su legado? Principalmente esta labor recayó en manos de su cuñada, con la compilación del epistolario del pintor, publicado en español con el título “Cartas a Theo”. Además de ella, otros contemporáneos del artista publicaron sus testimonios, cartas o memorias, como es el caso de Paul Gauguin (Oscar Isaac en la película) que narró su estancia en Arlés en el texto “Avant et Après”, publicado algunos años después de la muerte de Van Gogh.

La película que nos ocupa es una obra muy personal del también pintor Julian Schnabel . Años atrás ya se atrevió con las biografías de otros artistas atormentados, como el pintor Jean-Michel Basquiat (“Basquiat”, 1996) y el poeta Reinaldo Arenas (“Antes que anochezca”, 2000). En la cinta se intenta reflejar la andadura de Van Gogh como un auténtico “peregrino en el camino de Dios”. En mi opinión, Dios, la luz y la verdad son los tres conceptos, las tres claves, los tres lados que conforman el triángulo equilátero de esa sed o búsqueda existencial.

A Willem Dafoe, espléndido en el papel protagonista, le acompaña un reparto internacional, una galería de actores y actrices convincentes en sus respectivos papeles: Rupert Friend como su hermano Theo, Oscar Isaac como el enérgico Paul Gauguin, Emmanuelle Seigner como “la arlesiana”, Mathieu Amalric como el compasivo doctor Gachet, o Mads Mikkelsen como el sacerdote del sanatorio.

Lo mejor: Willem Dafoe abandona su identidad de actor norteamericano y se vacía completamente para metamorfosearse en el pintor holandés, con todo su dolor y sufrimiento. Por otro lado, Mads Mikkelsen, sobrio a la par que fabuloso, nos regala unos minutos de conversación metafísica y teológica con el pintor. Asimismo merece una mención la fotografía, con un cuidado tratamiento de la luz y hermosas escenas bucólicas.

Lo peor: La cinta se puede hacer larga y reiterativa, le sobra metraje. Aun así vale la pena su visionado, sobre todo para apasionados del arte o interesados en la biografía de este artista incomprendido en su tiempo, que escribió: “Se puede tener, en lo más profundo del alma, un corazón cálido y, sin embargo, puede que nadie acuda jamás a acogerse a él.”
Ana Mayo
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8
1 de marzo de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas de Hong Sang-soo abordan la vida cotidiana y tejen un mapa de las relaciones interpersonales, poniendo énfasis en la cartografía de los sentimientos (sobre todo la soledad e intemperie del alma humana). Es un director que suele trabajar con presupuestos bajos y rodajes cortos, de hecho “Hotel by the river” fue filmada entre el 29 de enero y el 14 de febrero de 2018. Cosechó los premios a mejor película y guión en el Festival Internacional de Cine de Gijón. Por su parte, el actor principal, Joo-Bong Ki, obtuvo los premios a mejor actor en el citado Festival de Gijón y también en el Festival de Locarno.

Este filme en blanco y negro, de título tan evocador, en el apartado de fotografía se caracteriza por composiciones y encuadres minimalistas. El director nos muestra un poema que debemos interpretar, un poema que se asemeja a los haikus que cantan a la belleza del paisaje y al sentido de la vida. En efecto, todo nos conduce a la poesía, porque Joo-Bong Ki da vida a un poeta, buscador de la esencia más profunda de las cosas, que se fija en los detalles (“esta planta necesita agua”), en el significado de los nombres, en el impresionante espectáculo de la nieve recién caída, en la armonía de dos mujeres que caminan juntas sobre el inmenso blanco… Pero este poeta tiene el presentimiento de que va a morir pronto, y siente la necesidad de llamar a sus hijos para que le hagan una visita al hotel donde se aloja.

Merece la pena el visionado de esta cinta por tres razones:

La primera razón es por la importancia de conceptos como “bendición” y “agradecimiento”. La nieve como bendición, como regalo del invierno, aunque estemos viviendo una situación dolorosa. La nieve no detiene a las urracas, que se afanan por construir su nido en el árbol situado frente a la ventana del hotel. Presenciar el espectáculo de la naturaleza es una razón para sentirnos agradecidos.

La segunda es que Hong Sang-soo compone un poema visual que hay que degustar en silenciosa calma, como los grandes haikus, como aquel kaiku de Issa Kobayashi: “Noche nevada. / Hay personas que caminan / calladas.”

Y la tercera razón es porque asistimos a una lección (en spoiler) que se nos revela de manera sencilla, sentados a la mesa de esa cafetería de hotel.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ana Mayo
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