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España España · Barcelona
Críticas de Adri
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Críticas 63
Críticas ordenadas por utilidad
10
17 de noviembre de 2012
130 de 183 usuarios han encontrado esta crítica útil
Georges Méliès, D.W. Griffith, Orson Welles, Alfred Hitchcok, Jean-Luc Godard, Roberto Rossellini o Stanley Kubrick son algunos ejemplos de cineastas que en determinados momentos de la historia del celuloide decidieron salirse de la recta trazada hasta el momento y descubrir nuevos horizontes que jamás se hubiera pensado que existían. La Nouvelle Vague francesa de finales de los sesenta, supuso uno de los movimientos culturales y, sobre todo, cinematográficos más importantes que hemos tenido hasta ahora. Jean-Luc Godard, François Truffaut, Alain Resnais entre otros, se propusieron cuestionar el cine en sí mismo, poniendo en tela de juicio las convenciones cinematográficas establecidas por el modelo de Hollywood que, como si fábricas de trabajadores se tratase, con sus grandes estudios y sus métodos de producción destinados a buscar la máxima rentabilidad, habían convertido el cine en toda una industria del entretenimiento. Dichos cineastas (que anteriormente fueron críticos cinematográficos en la revista francesa Cahiers du Cinéma y amaban al cine por encima de cualquier cosa) decidieron romper ese sistema, reivindicando no sólo una nueva manera de hacer cine, sino, también, de entenderlo. Lo abordaron desde la ruptura consciente de sus códigos y desde el sentido más estricto del concepto de director como autor de la obra.

Léos Carax (anagrama de su nombre “Alex” y su apellido “Oscar”) era un adolescente francés apasionado del cine cuando la Nouvelle Vague ya había irrumpido con fuerza en la cinematografía francesa y mundial, con lo cual creció empapándose de esa corriente artística. Bien claro lo demostró con Chico conoce chica (1984), su primer filme, y, sobre todo, con Mala sangre (1986), un brillante homenaje a todo ese cine que tanto le ha influido. La crítica lo incluyó en un grupo de cineastas franceses, entre los cuales se encuentra la directora Claire Denis, amiga de Carax que incluye en la lista de agradecimientos de Holy Motors, considerados los herederos directos de la Nouvelle Vague. Carax, como Claire Denis, no han recibido dicho calificativo por el mero hecho de utilizar en ciertos momentos los mismos recursos técnicos característicos de ese tipo de cine (jump-cuts, actores mirando a la cámara, localizaciones exteriores, miles de referencias y citas…), sino porque entienden el cine como ellos lo entendían, el cine como expresión artística completamente libre de convenciones y ataduras, el cine como única forma de vida, el cine como Arte. Como la relación entre un pintor y el lienzo, la película es el medio en el que plasmar sus sentimientos, sus inquietudes, sus emociones, en definitiva, su Vida.

Holy Motors es precisamente eso, una reivindicación del cine en su forma más pura y, a la vez, un desconocido prisma por el que contemplarlo. Carax rompe con cualquier barrera a la creatividad y, desligado de cualquier pauta preexistente, plantea a los espectadores abstraídos del inicio del filme, una nueva forma de mirar a la gran pantalla. Para ello, el cineasta francés apela a lo primigenio del séptimo arte, a su impostura idiosincrásica, al devenir entre bastidores, a la exaltación del intérprete como único artificio y protagonista absoluto del encuadre de la cámara, a la desnudez de su acto, a su belleza.

“La belleza está en la mirada del que observa” dice un personaje en un momento del filme, “¿y si dejan de mirar?” le replica otro. Léos nos recuerda que el cine también es Arte y, como tal, es variable, mudable, alterable, incomprensible, espontáneo, intuitivo, natural y, por ello, todo depende de los ojos con los que se mire. Para aquellos espectadores ávidos de racionalismo y coherencia, con la necesidad de tener una explicación para todo, la película se podría resumir en dos frases: un hombre llamado Oscar, se dedica a recorrer todo París dentro de una limusina interpretando varios personajes (una mendiga, un bróker, un padre de familia, un extraño ser, un asesino…) como si fueran distintas ficciones dentro de la propia ficción de la película. Visto desde una perspectiva tradicional, nada tiene sentido, pero visto desde la irracionalidad y la pulsión pasional del artista, el filme nos ofrece una experiencia sensorial sin precedentes, al mismo tiempo que nos muestra un porvenir cinematográfico lleno de rincones nuevos que explorar.

Holy Motors es mucho más que un “me gusta”, “es buena”, “es mala”, “un 9/10”. Holy Motors da vida al cine. ¿Una triste metáfora sobre el individuo contemporáneo, sin una identidad definida y perdido en un mundo asentado en la pantomima?, ¿Una reflexión sobre una sociedad que no sabe de dónde viene ni hacia dónde va? o ¿Una simple sucesión de imágenes concatenadas sin ningún tipo de sentido? Carax lo tiene claro: “Lo que expresa esta película es que ya no tengo otra vida que el propio cine”.

ADRIÁN PEÑA (@thebigkahuna3)
http://bigkahuna3.blogspot.com.es/
Adri
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8
8 de noviembre de 2012
67 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Scheherezade era una reina persa protagonista de la historia principal de la célebre recopilación de cuentos árabes Las mil y una noches. La fábula de Scheherezade nos cuenta la leyenda del sultán Schariar, un rey que al descubrir que su esposa le engañaba con un esclavo negro, decidió desposar a una virgen cada día para luego decapitarla a la mañana siguiente. Scheherezade, la hija del visir (ayudante del rey), se ofreció voluntariamente como esposa del sultán para, una vez llegada la noche, contarle un cuento. El relato mantuvo al rey entusiasmado toda la noche y, al llegar al alba, la muchacha se detuvo justo antes del final prometiéndole explicárselo a la noche siguiente. El sultán la perdonó esperando saber el final de aquella historia que le había tenido entusiasmado toda la noche. Al día siguiente, volvió a hacer lo mismo y, después de repetirse esa situación durante mil noches, el sultán se dio cuenta de que no sólo había sido entretenido sino que también había sido enseñado y educado sabiamente en moralidad y amabilidad por Scheherezade, quien, finalmente, se convirtió en su reina.

En la casa, la última película del cineasta francés François Ozon (que adapta la obra teatral de Juan Mayorga, “El chico de la última fila”), Germain es un profesor de lengua francesa que, tras comprobar el pésimo nivel de sus estudiantes y su desinterés por el aprendizaje, ha perdido la motivación por enseñar. Un día en el comedor de su casa, repartiendo suspensos cual sultán Schariar decapitando esposas, se cuela un escrito entre los trabajos de sus alumnos que le llama la atención por su calidad y agudeza. El escrito es de un estudiante llamado Claude que cuenta con sarcasmo y perspicacia el día a día de la familia de otro alumno de su clase llamado Rapha. El escrito se detiene justo cuando se pone más interesante, dejando a Germain con la intriga de cómo continuará la historia, por ello, decide contactar personalmente con Claude para ayudarle y aconsejarle y así poder desarrollar el enorme talento creativo que el chico atesora. En cada reunión extraescolar, Claude le entrega la continuación del anterior escrito deteniéndose justo en la parte más interesante del mismo, manteniendo, a Germain, cada vez más intrigado por saber el devenir de la historia, hasta llegar al punto en el que ambos se verán envueltos en una espiral de dependencia recíproca que desembocará en un mar de sucesos impredecibles.

He querido empezar con este símil literario porque ¿es casualidad que, de entre las numerosas referencias culturales que tiene el filme, una de ellas sea a Scheherezade? Creo que no. En la casa es una especie de ingeniosa, morbosa y satírica actualización de la historia Las mil y una noches donde Ozon, en un ejercicio de virtuosismo narrativo (y de montaje), alterna realidad y ficción como si de un mago se tratase. Un juego de espejos muy “woodyallenesco” en el que las fronteras entre lo real y lo imaginario (que no fantástico) se confunden cada vez más a medida que nos acercamos al final de la película.
El personaje de Claude se convierte en la Scheherezade de Germain pero, a la vez, se convierte en la nuestra. En un estupendo juego metalingüístico, el devenir de su relato trasciende gradualmente del papel para cobrar vida en la pantalla y repercutir en la historia del filme, de tal manera que ambos se funden en uno sólo siendo, el propio Claude, el que juega simultáneamente con los personajes y el propio espectador.

Con tan ocurrente recurso narrativo, que demuestra lo poco exploradas que están algunas fórmulas de contar historias en el cine, Ozon navega entre el voyeurismo de Hitchcock y la turbia seducción del visitante de Teorema (1968) de Pasolini para manipularnos (en el sentido más positivo del término) y mantener nuestro interés centrado en la pantalla.

La película transita por una vía que empieza en la inocencia de un simple alumno ávido de aprendizaje, prosigue por la comedia inteligente que, luego, muta en drama sentimental y acaba en una suerte de maquiavélico final un tanto abrupto y atropellado y es que, al contrario de una de las frases que el personaje de Germain cita sobre los finales de las novelas, este final no te lo esperas, pero podría haber acabado de otra manera.

A lo largo de ese trayecto vemos el proceso de aprendizaje que experimenta tanto Germain como Claude, porque ambos aprenden el uno del otro en esa reflexión que Ozon hace sobre el proceso de creación y sobre la relación entre el autor y su público. Un proceso que tanto se puede aplicar a la literatura, al cine, al teatro o a cualquier medio o expresión que implique crear. La relación que se establece entre ambos protagonistas va más allá de profesor/alumno. En realidad, se trata de una dependencia artística entre dos personas en diferentes momentos vitales y separadas por varias generaciones pero que viven por y para la ficción, que canalizan sus deseos, sus miedos y sus inquietudes a través de la literatura y ahí los tenemos, al final, sentados en un banco el uno al lado del otro, cual sultán Schariar doblegado por su retorcida Scheherezade particular, imaginando historias para sentirse vivos.

En la casa viene avalada por la Concha de Oro del Festival de San Sebastián pero es una película que no necesita aval ninguno, ella sola tiene la calidad suficiente como para hacer las delicias tanto de los cinéfilos empedernidos como de aquél que le guste el cine y busque pasar un buen rato viendo un producto entretenido, divertido, emocionante y que apunta directamente al intelecto del espectador pero, también, a su corazón.


http://bigkahuna3.blogspot.com.es/
Adrián Peña
Adri
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8
5 de diciembre de 2012
33 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que me fascina del cine de Cesc Gay, es la capacidad que tiene de fotografiar a sus personajes y sus circunstancias con una franqueza y afecto abrumadores. Es un certero retratista de paisajes emocionales cotidianos donde vemos a personas normales en situaciones normales sobrellevando sus problemas particulares. Siempre ha orientado el plumín de su estilográfica hacia la interacción de sus personajes con la cotidianidad y con los demás, a la “reflexión sobre ellos mismos, el momento que viven, sus cosas, sus crisis”, como dice el personaje de Eduard Fernández en Ficció (2006).

Sus películas producen un fuerte impacto emocional por el tremendo apego a la realidad de sus historias. Sin aderezos, sin adornos, sin moldes cinematográficos prefijados, sus relatos navegan por parajes en los que el drama y la comedia, la felicidad y la tragedia, la desgracia y la fortuna se confunden constantemente. Unos parajes que cada espectador puede percibir de una manera u otra dependiendo de la experiencia vital vivida. Gay se aleja de los blancos y negros y empapa a sus filmes de esa amplia gama de grises que ofrece la vida y, en concreto, las relaciones sentimentales.

Si existe un nexo temático común en la filmografía de Cesc Gay, ése se encuentra en las relaciones personales, tan sencillas y tan complejas a la vez. Teje sus narraciones de un entramado afectivo en el que sorprende, sobre todo, la lealtad y la honestidad con la que trata a los personajes masculinos en sus películas, y es ahí donde su último filme cobra entidad.
Una pistola en cada mano muestra a los hombres tal y como somos, sin complejos, sin estereotipos. Cesc Gay lo ha vuelto a hacer y, esta vez, mejor que nunca. Desnuda la figura del hombre desde la sinceridad, el cariño y el humor sutil. Desmitifica todos los tópicos sociales —y cinematográficos— que siempre nos han adjudicado y muestra que los hombres también lloramos y somos débiles, también reconocemos nuestros errores y pedimos perdón y también nos ponen los cuernos y sufrimos en silencio por ello.

Todo ello lo hace a través de cinco historias diferentes contadas en clave de comedia episódica que evita que la película devenga en un melodrama de dimensiones estratosféricas. El talento de Gay como guionista consigue provocar una sonrisa donde correspondería una lágrima sin que ello quite de que, bajo ese tono cómico, aniden verdades como puños.

Muchas veces se ha comentado que Cesc Gay es un director de actores, un director que crea un guión muy personal y sabe sacar el máximo partido de sus intérpretes. Una pistola en cada mano supone el paradigma de esas afirmaciones. El guión que, a diferencia del de En la ciudad (2003) y Ficció que se trataban de ejercicios de contención, pone especial énfasis en la palabra, requiere un especial trabajo de maduración del personaje por parte del reparto actoral que Gay sabe controlar y amoldar a su gusto para conseguir que la cinta salga adelante únicamente con diálogos y el trabajo interpretativo. Aquí no hay grandes virguerías de cámara o espectaculares efectos especiales, sino que lo pequeño, lo sutil o lo íntimo es lo que más cuenta.

No importa si eres hombre o mujer, como tampoco la edad que tengas, lo que Una pistola en cada mano nos está contando nos ha ocurrido a todos en algún instante de nuestras vidas. Alguna vez nos hemos sentido rechazados por otra persona a la que sentimos algo por ella, alguna vez hemos pasado por una difícil situación personal y nos hemos sentido deprimidos, alguna vez hemos hecho el ridículo ante otra persona y nos hemos tenido que tragar nuestro propio orgullo, alguna vez hemos pasado por una crisis de pareja y es que, esos pequeños lances de la vida, esas emociones y sensaciones tan personales es lo que hace grande al cine de Cesc Gay, un director que consigue lo máximo a partir de lo más mínimo.
Adri
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7
28 de septiembre de 2012
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oliver Stone nunca ha escondido sus ideas políticas. Excombatiente del Vietnam y amante de la polémica, gran parte de su filmografía ha tratado varios de los temas más controvertidos de la historia norteamericana (la investigación del asesinato de John F. Kennedy, la guerra de Vietnam, el mandato de Richard Nixon…) desde un punto de vista muy partidista, adulterado y siempre cargado de un mensaje que invita a la reflexión. Películas como Nacido el 4 de julio (1989), JFK: caso abierto (1991), El cielo y la tierra (1993) o Nixon (1995) convierten la trayectoria del director en una de las más idealistas de la generación de los ochenta. Sin embargo, para una parte de la cinefilia —entre la que se encuentra un servidor— sus mejores filmes han sido aquellos como Platoon (1986), Giro al infierno (1997) o Un domingo cualquiera (1999), en los que el director daba rienda suelta a sus extravagantes dotes artísticas y, de una manera totalmente desenfadada, canjeaba el mensaje político y la reflexión por la amoralidad, la locura y la ira en el relato.

Dicho esto, parecía que Salvajes iba a devolvernos al Oliver Stone más visceral después del letargo en el que cayó con World Trade Center (2006). En Laguna Beach, Ben (Aaron Taylor‐Johnson) y Chon (Taylor Kitsch), dos amigos que comparten novia (Blake Lively), deciden librar, con la ayuda de un agente corrupto de la DEA llamado Dennis (John Travlota), una guerra contra el cártel mexicano de Baja California controlado por la reina Elena (Salma Hayek) y su matón Lado (Benicio del Toro) cuando se les exige que compartan su famoso negocio local de tráfico de marihuana.

Drogas, traficantes, matones, cártel mexicano, policías corruptos y Oliver Stone. Todos los ingredientes necesarios para que surja una mezcla explosiva como en su día fue Asesinos natos (1994), pero parece ser que Stone se ha contagiado de esa calma natural que impera en el día a día de California y le ha salido una combinación entre Inmersión letal (2005), Infiltrados (2006) y Traffic (2000) agradable de ver, tremendamente entretenida pero sin la garra del mejor Stone.

A pesar de ello, el filme tiene varios elementos idiosincráticos de su cine. Sus protagonistas, desde el Chris Taylor de Platoon hasta el Bobby de Giro al infierno, pasando por la vietnamita Le Ly de Cielo y tierra, el Ron Kovic de Nacido el 4 de julio o el Bud Fox de Wall street, son personajes de sólidas convicciones que, por la situación y el entorno hostil en el que se ven envueltos o se introducen, se ven obligados a renunciar a ellas y actuar en contra de sus principios.

En Salvajes, Ben y Chon son dos jóvenes que poseen el negocio de tráfico de marihuana más famoso del sur de California pero, si han llegado a ser lo que son, es por la excelente calidad de su maría (fruto de la total dedicación de Ben) y no por su violenta táctica de intimidación. Una vez el cártel mexicano entra en sus vidas para coaccionarlos, se verán arrojados a un mar de violencia donde tendrán que robar, chantajear, matar y secuestrar para salir de él. Con ello vemos como unos personajes que llevan una vida pacífica sin molestar a nadie son forzados a abdicar de sus principios y desenterrar al salvaje que todos llevamos dentro para sobrevivir.

El trío protagonista están bien acompañados de unos secundarios de lujo. De hecho, las mejores interpretaciones vienen dadas por ellos. Stone siempre ha sabido rodearse de grandes actores y actrices para acompañar a sus protagonistas y, Salvajes, no iba a ser una excepción. Salma Hayek, John Travolta y Benicio del Toro nos brindan los mejores momentos. El personaje de Travolta está cargado de un humor que roza la parodia pero siempre en su justa medida, sin excesos. Hayek, en su papel como La Reina del cártel, aporta la garra necesaria para dirigir a toda esa ristra de matones, a la vez que empapa a su personaje de la sensibilidad inherente a cualquier madre. Por último, Benicio del Toro es el que destaca por encima de todos. Su mirada transmite una mezcla de locura, perversión y socarronería que está a mitad entre el sadismo del señor Rubio (Michael Madsen) de Reservoir Dogs (1992) y la agresividad sosegada de Tony “Dientes de bala” (Vinnie Jones) de Snatch. Cerdos y diamantes (2000).

El guión, escrito por el propio director, Shane Salerno y Don Winslow, se basa en la novela homónima de éste último que fue incluida en la lista de “Los 10 mejores libros” del New York Times en el 2010. Lleno de giros inesperados al estilo Infiltrados de Martin Scorsese, la historia nos adentra en el mundo del narcotráfico en la región fronteriza entre California y México. Sin ser excesivamente tramposo, contiene las dosis justas de sexo, insuficientes escenas de violencia para lo que el título promete, paradisíacas localizaciones naturales y cuerpos esculturales, todo ello aderezado con una fotografía seductora llena de colores vivos y atrayentes.

Siempre nos quedará la duda de cómo hubiera sido Salvajes si Oliver Stone la hubiera rodado veinte años antes. Tal vez se habría convertido en su mejor película pero, sea como fuere, el resultado no ha sido del todo malo. Entretenimiento a raudales, buenas interpretaciones, ingeniosos e irónicos golpes de humor, poca acción pero contundente y una correcta dirección para un correcto filme de un director doctorado en la incorrección.
Adri
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8
28 de febrero de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En ocasiones, los dramas de época no consiguen ir más allá de la simple recreación, con mayor o menor fortuna, del momento histórico en el que están ambientados. Tal es el caso de filmes como Basil (1998), Elizabeth: la edad de oro (2007) o La duquesa (2008) que, sin dejar de ser buenas películas, no consiguen romper esa fría barrera ornamental que las envuelve y llegar al calor de las emociones de la historia que están contando.

La danesa, Un asunto real, consigue superar esa barrera ofreciéndonos un emocionante relato de amor, amistad y reproducción histórica que va de menos a más. El filme nos sitúa en los albores de la Ilustración en la Dinamarca de mediados del siglo XVIII, en pleno reinado de Christian VII. Su reinado se caracterizó por su delicada situación mental —al borde de la demencia— que le impidió gobernar como Rey efectivo y el curioso triángulo de influencia que se formó entre él, su esposa Carolina Matilde de Hanóver y su médico personal Johann Friedrich Struensee.

Se trata de una película que hace, de lo pequeño, algo grande. Parte de lo íntimo para llegar a lo histórico. A partir de las relaciones personales de los personajes se nos representa una época marcada por una represión intelectual llevada a cabo por la iglesia y la burguesía, en la que las ideas liberales de unos pocos clamaban salir a la luz pero, sobre todo, lo más fascinante de la cinta es cómo consigue dar vida a todos esos detalles que no aparecen en los libros de Historia y que cambiaron el curso de los acontecimientos.

Las frases, los diálogos, los sentimientos y los gestos sutiles de los intérpretes son captados por el director, Nikolaj Arcel, con el clasicismo característico del género otorgando, a cada momento, el tono preciso que la narración requiere. De esta manera, vamos desde puntuales momentos cómicos hasta el drama más doloroso, pasando por instantes conmovedores de una delicadeza y elegancia sensacional que encuentran, en el baile de máscaras, el cénit emocional del filme.

De apariencia solemne y entrañable corazón, Un asunto real agradará tanto a los amantes del género como a los que no son devotos del mismo, gracias a la exploración de temas tan universales y atemporales —como el amor o la lucha contra la opresión— que cualquiera podrá empatizar con ellos.


ADRIÁN PEÑA (@thebigkahuna3)
http://bigkahuna3.blogspot.com.es/
Adri
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