Película que trata con demasiada sosez la convencional historia de un par de matrimonios “amigos” cuyos cónyuges, después de unos años de convivencia y habiendo procreado cada pareja un hijo, anteponen sus ansias de medraje laboral a la dedicación familiar y como consecuencia...
Típica historia de gente aburrida y sin el menor asomo de sentido del humor. No veo la pretendida actitud crítica contra los “trepas” de nuestra sociedad, que actúan, según el principio de Arquímedes, desalojando lo que se encuentran en su espacio. Más bien, me recuerda la vieja consigna del poder de que los pobres y fracasados terminan siendo más felices porque se contentan con poco y por tanto disminuyen sus preocupaciones, que son las básicas de pagar una modesta hipoteca, cubrir lo necesario y dedicarse a la familia, sin excesos. Y esto no es que esté mal, podríamos vivir bien así, todos, quizá hasta dándonos algún caprichito, pero no como consecuencia de la ambición de otros. En definitiva, lo que necesita el sistema para mantenerse: unos, dando la imagen de triunfadores pero en el fondo transmiten la sensación de vacío y de viles materialistas; otros, los que anteponen lo humano, lo familiar..., los buenos en resumen, pero que trabajan para aquellos unos. Supongo que en sociedad deberíamos vivir de un modo más equitativo.
Puede que guste a quienes creen que la vida es una sucesión de etapas y en cada momento toca hacer lo que corresponde según la edad o las circunstancias. Y por supuesto, sin plantearse los caminos inescrutables que nos marca esta sociedad explotadora y conservadora. En fin, “la vida misma”.
Bien es cierto que hay una reacción de rebeldía en la historia, pero es insuficiente y surge precisamente para reafirmar el sistema.
Gerardo Herrero la cuenta bien pero a mí el guión de Gopegui no me gusta, me aburre y no es nada imaginativo. Lo mejor, la interpretación de Marta Belaustegui.

El cine no es una diversión inocente. Se trata de una película muy conservadora que hace apología de la tiranía que impone una oligarquía de individuos sobre otros infundiéndoles miedos que coartan sus libertades. En nombre de una supuesta seguridad colectiva, ellos deciden por los demás. Esto, con suspense, es lo que nos cuenta.

No entiendo que haya quien la considere de género fantástico, no interviene fuerzas sobrenaturales ni poderes mágicos. Sólo hay que permitir un par de concesiones que serían poco probables en la realidad y que no queda más remedio que admitir para darle solvencia al guión. Y admitiéndolas, la ficción se convierte en un cuento cuya enseñanza es bastante retrógrada.

Esta vez no me parece suficiente que haya una historia de amor (poco apasionada, por cierto), o que la fotografía sea muy bonita o poética (a todos los que nos gusta el cine sabemos que si hablamos principalmente de la fotografía de una película, es porque lo demás no nos ha convencido demasiado, además de que eso es un mérito técnico) o que las interpretaciones sean buenas (estamos en Hollywood). Si tanto nos quejamos en occidente de los regímenes políticos no democráticos, no debiéramos justificar la película con algunos de estos aspectos. Faltan dos importantísimos, ironía y crítica (a pesar de que leo por ahí que es una crítica de Shyamalam hacia nuestro modo de vida, yo no veo sino todo lo contrario, la afirmación de un mundo opresor e inmovilista que aparece justificado sibilinamente por las circunstancias).

Lo verdaderamente importante, pues, está en que la lógica interna que mueve la historia, a estas alturas de “civilización”, debería de estar ya desfasada completamente. Pero no es así, de modo subliminal, como trasfondo sutil e incuestionable, presenta las circunstancias de la trama como reales, coetáneas e incluso nos quiere hacer creer que comprensibles.

Este director sabe crearnos suspense en el comienzo de sus películas, las narra bien, pero el contexto en el que se plantea ésta es muy conservador y su solución es poco imaginativa. Podría haberse inclinado hacia lo fantástico o sugerir misterios que son fruto del azar, de la casualidad o de yo qué sé..., y hacernos divagar en los títulos de crédito, pero no, hace que todo encaje y se revele perfectamente y esto es lo triste, que todo se nos explica con una lógica aplastante nacida de una realidad, una sociedad, arcaica y reaccionaria, inadmisible en el siglo XXI.

Minghella repite trama amorosa pero con resultados lejanos de la notable "El paciente inglés", como esos padres que deciden tener un segundo hijo creyendo que será igual de aplicado que el primero y, al poco de observarlo, descubren que sólo se le parece en los rasgos de la cara.
Así las cosas, este drama recuerda en su estructura básica a aquél, sin embargo, el guión es más flojo, menos interesante; la ambientación histórica más superficial y prácticamente decorativa y las interpretaciones, aunque buenas, están faltas de la emoción que sí hubo en su hermana mayor.
Quizá la música fue lo que mejor sabor de boca me dejó. Y por último, el doblaje de Renée Zellweger me parece algo histriónico y me impidió valorar convenientemente el Oscar que obtuvo como mejor actriz de reparto.

De cómo el director de un casino de Las Vegas hace todo lo imposible para que su gafe, al que envía a las mesas de juego cada vez que un cliente está en racha, se marche.
Desde mi punto de vista, claro ejemplo de cómo un argumento poco creíble y flojo se puede convertir en una película entretenida y bien hecha gracias a la industria del cine (medios y, sobre todo, excelentes interpretaciones). Es cierto que despierta esperanzadoras espectativas en su comienzo, pero la trama va decayendo. Sin embargo, el final depara una sorpresa que, aun no siendo genial, más bien un recurso fácil, no se espera y deja agradablemente solucionado el desenlace.
Lo mejor, las actuaciones de los dos protagonistas. Lo peor, caer en la trampa de creerse la historia, que supongo que el espectador norteamericano igual lo hace.