Álex de la Iglesia demuestra con esta película ser uno de los mejores directores españoles de la actualidad, y en mi humilde opinión de la historia del género en nuestro país. Por la sencilla razón de que Álex no está sujeto a convencionalismos, su cine se basa en el poder de la imaginación, la desbordante mezcla de fantasía y realidad, un cine teñido por un hálito de surrealismo magistral. En esta película en concreto, nos encontramos con un cura que consigue averiguar la fecha del nacimiento del Anticristo, pero no el emplazamiento, lo que da lugar a una hilarante carrera contrarreloj en la que contará con la ayuda de un metalero "satánico" y un farsante de la televisión dedicado al esoterismo y ocultismo. Un argumento genial, llevado de forma única por de la Iglesia y el genial elenco, destacando Álex Angulo y el actor revelación Santiago Segura. Si a eso le sumamos una banda sonora de puta madre, nos sale una película redonda. Y es que esto es lo que necesita el cine en la actualidad, imaginación.

Cuando te sientas a visualizar una película realizada por Robert Rodríguez, debes ir completamente mentalizado de lo que vas a ver. Desde luego, las imégenes que van a desfilar por la pantalla no van a pertenecer a un duro drama con actores entregados a la interpretación de las emociones más desgarradas. Tampoco vas a asistir a un filme de gran presupuesto, ní demás posibles ejemplos. Lo que vas a ver es un hilarante espectáculo en el que la acción más descerebrada, el encanto cutre de las películas de serie B y unos diálogos a ratos inteligentes, a ratos bizarros, se dan la mano en un auténtico torbellino de sangre con el que es imposible aburrirse. Por supuesto, este tipo de cine no es apto para todos, es un cara o cruz: te gusta o no te gusta. De lo que se trata es de saber gozar de los disparates que Rodríguez no presenta de manera desenfrenada, si para que una película te atrape necesitas de un argumento mas bien coherente, será mejor que desvíes tu vista hacia otro lado, porque se trata de eso: un rato de locura que nos permita evadirmos de este mundo políticamente correcto de buenas intenciones. Yo desde luego, he disfrutado como un enano.

La moda por las películas Marvel sigue en boga, y como muestra de ello aquí tenemos otra que añadir a la lista: Thor. A priori, parece una posibilidad interesante, con todo el rico panteón escandinavo y el vasto conjunto de mitos nórdicos, unido todo ello a la creativa de la factoría Marvel, con el siempre querido Stan Lee como cabeza visible del conglomerado. Pero siendo sinceros, estaba claro que todo ello eran ilusiones puestas en una montaña con cimientos de paja. Las últimas producciones Marvel no destacan precisamente por su calidad, y más allá de las formidables películas de Spiderman, ninguna se salvaría de una buena purga, al menos en mi opinión. Esta en concreto comienza de forma prometedora, con una magnífica batalla para elevar nuestro nivel de adrenalina. Pero lamentablemente, se trata de una ligera brisa en medio del árido desierto, y de ahí en adelante la película cae hacia el abismo con un protagonista que solo sabe poner una sonrisa bobalicona cada dos por tres, una historia de amor ñoña hasta decir basta y una trama irrelevante y carente de interés, con un antagonista más soso que un plato de agua. Sin duda alguna, uno de los esfuerzos cinematográficos de Marvel más miserables, y por desgracia, ya llevan unos cuantos.

Erase una vez un director de cine llamado Rob Letterman, que un día fue a visitar a su hermano a su preciosa casita de caramelo. Allí, el director comió y comió golosinas, pasteles, chocolatinas, caramelos, y muchos más apetitosos manjares, hasta que tuvo la panza tan llena que no pudo más. Pero para desgracia de nuestro pobre héroe, todo ello debía de bajar, por lo que no tuvo más remedio que ir al baño. Pero, ¡sorpresa!, en esa linda casita de caramelo, ¡el papel higiénico era de chocolate! Por lo que nuestro valiente director, para superar tal desafío, empezó a buscar por el baño algo con lo que poder resolver su pronta necesidad. Y he allí, que nuestro valiente director encontró una novela llamada "Los Viajes de Gulliver". Encontrado el objeto llamado a solucionar sus problemas, nuestro héroe comenzó a arrancar hojas con las cuales vencer al enemigo de su retaguardia. Pero he aquí que como se aburría, entre hoja y hoja arrancada una se la leía, hasta que hubo leídose buena parte del libro, y limpiádose con la otra parte. Y pensó que aquella podría ser una buena película. Pero como pensó que el público se aburriría si la historia se desarrollaba en el S.XVIII, decidió trasladarla al presente. Después contrató a un actor famoso, experimentado caballero en estas lides de las comedias penosas llamado Jack Black, y mientras se fumaba un porro empezó a escribir la trama, los chistes...después lo llevó a una productora de Hollywood, y he aquí que como el productor estaba en pleno viaje espiritual, con la ayuda de su viejo compadre LSD, decidió dar visto bueno a la película de nuestro valiente director.
He aquí el memorable viaje de este truño hasta nuestras pantallas.

Sentarse a hablar de esta película no es algo que sea sencillo, porque se asemeja a sentarse delante de un espejo y conversar con tu reflejo, un viaje al interior de tu alma. El abordar esta película es asomarse a un estanque cristalino en el que moran los mágicos recuerdos de tu infancia y mirarlos a los ojos. Significa reencontrarte contigo mismo, con ese fragmento de nosotros mismos que la vida nos obliga a abandonar contra nuestra voluntad, salimos del castillo de plata para adentrarnos en los oscuros páramos, en los que la niebla nos impide vislumbrar un futuro. Pero gracias a joyas escondidas en el fango como esta, nos permite, aunque solo sea por un momento, el regresar a aquella edad en la que todo eran juegos y risas, cuando las miserias del mundo aun no habían logrado afincarse en nuestro espíritu, y éramos libres. Por ello, le doy mis más sinceros agradecimientos.
Larga vida al rey.