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Críticas de LibertyVallance
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Críticas 25
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
21 de junio de 2011
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mejor película "negra" de la última década no es (al menos formalmente) una película y dura casi 60 horas. “The Wire” es una serie atípica, construida desde el conocimiento y el respeto a las leyes que rigen el desarrollo de una verdadera obra artística, que es lo que a fin de cuentas intenta y logra ser.

Frente a los bandazos y giros dramáticos no inesperados sino simplemente absurdos habituales –casi siempre dictados por el intento de captar la atención del espectador a cualquier precio (incluido el de la verosimilitud narrativa)- en “The Wire” las partes están sometidas al todo y la forma y el contenido logran alcanzar esa simbiosis, o mejor: tensión dialéctica, que cabe exigir a toda obra de arte genuina.

Cada giro dramático –y los hay muy audaces- hunde sus raíces en el movimiento interno –por así decirlo- de la historia, surge de situaciones precedentes, las matiza, niega, amplía. La trama, los personajes y las situaciones se despliegan respondiendo a una lógica interna (contradictoria, compleja, como la vida misma) pero que rechaza la trampa y el artificio.

La historia, que empieza pareciendo un thriller sofisticado- crece, se ramifica en múltiples direcciones y , sin abandonar nunca la piel áspera del género “negro” acaba transformándose en un poderoso y profundo fresco social sobre la decadencia económica y social de la principal potencia capitalista.

La cámara salta de la ruina social y moral del barrio de las casas baratas, donde la vida humana no vale nada y los niños llevan marcado en la frente su destino (yonkis, camellos o ambos); a las elegantes oficinas de políticos y burócratas, aves carroñeras de cuello blanco y deslumbrante sonrisa que se alimentan de esa miseria. Se para en las guerras entre los distintos clanes de narcos por el control de toda esa barbarie. Se emborracha paladeando con el policía McNulty unos tragos de esa rutina, frustración, corrupción, desidia que – con raras excepciones- adorna los comisarías, jefaturas de policía y demás instancias oficiales.

Poco azúcar, ninguna concesión y mucha mala leche en esa mirada sensible y a la vez indignada, excepcionalmente libre, con la que David Simon observa ésa ciudad industrial media de los Estados Unidos en la que ha vivido (y seguramente ama) enferma de capitalismo y su harakiri. Baltimore somos todos.

Eso sí, a su ritmo. Un ritmo propio, que obliga al espectador a hacerse carne de la carne con los personajes, ambientes y situaciones o buscar en el mando a distancia lugares más confortables, y previsibles. Ese ritmo, junto al carácter coral de la obra y la gran variedad de direcciones dramáticas, puede chocar al principio a algunos espectadores porque exige un esfuerzo para salirse de la rutina con la que intenta adocenarnos la mirada la máquina de sueños prefabricados del capitalismo. Esfuerzo liberador, necesario. Y agradecido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
LibertyVallance
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8
31 de enero de 2008
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Peckimpah opta por una visión romántica, y pesimista, del mito. El modo de tratar el tema lleva escrita la fecha en la frente. 1973. Época de cambios. Vietnam, Malcolm X, Solidarity for ever. Resurgimiento de la lucha de clases, también en Estados Unidos. Explosión de contradicciones y con ella revisión crítica de unos cuantos mitos ideológico-culturales.

La lucha por los derechos civiles ha puesto a la Estatua de la Libertad al borde de un ataque de nervios y la crisis económica de 1973, que ya se anuncia en el horizonte, hace que las acciones del american way of life empiecen a cotizar a la baja. Por si fuera poco, el Vietcong acaba de cortarle a tío Sam su cabellera. A río revuelto, arte huracanado soplando desde el Oeste.

Hay voluntad transgresora, experimental casi, en varios elementos de esta película que se podría incluir dentro de eso que algunos críticos dieron en llamar western crepuscular; en referencia a una visión renovada, crítica y un tanto de vuelta de todo (nada ajena, por cierto, al cambio de época antes comentado) de la leyenda de la conquista del Oeste y el pasado glorificado estadounidense, que empezó a extenderse desde mediados de los 60 y sobre todo en los 70.

Con este punto de partida, Peckimpah más que una historia construye un poema, una balada con fondo western sobre lo difícil que es resistir las emboscadas de la vida. Las imágenes, miradas, silencios, explotan en la pantalla y envuelven al espectador en un humo extraño, donde lo que en principio pudiera parecer el tema: la lucha entre el bien y el mal, la persecución del forajido por el representante de la ley, deja su lugar a una reflexión bastante diferente, y mucho más compleja, sobre la amistad y sus límites, la lucha contra el entorno (¿el destino?) que también es la lucha entre los propios principios, miedos, cansancios y contradicciones; la traición en sus múltiples formas, empezando por la traición a uno mismo...
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LibertyVallance
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10
31 de enero de 2008
43 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es que sigo sin tener muy claro cuál de esos capullos fue el que me mandó al otro barrio. Pero, puestos a palmarla, que al menos la historia sea buena y esté contada con la grandeza y el talento del que siempre hace gala el viejo John Ford. “Imprime la leyenda, imprime la leyenda”...!Cabronazo¡

El comandante Ford, entrado ya en los 60, pasa revista con los ojos bien abiertos a dos de sus grandes pasiones: los mitos del western y la democracia americana. Y lo hace no desde su mirada habitual sino a través de la pupila de un Jimmy Stewart de vuelta de todo y un tanto cansado. Primer acierto de la película: Stewart, que no era de los habituales de Ford, representaba como nadie al americano medio. Es a través de su mirada resabiada, ambigua y un tanto escéptica que decide mirar Ford. Y lanzar sus dardos.

El salvaje Oeste, con sus sheriffs, indios, pistoleros, su lucha descarnada por la supervivencia, tiroteos y cabelleras despellejadas; una vez cumplido su rol histórico de abrir paso al naciente capitalismo yanqui, retira al séptimo de cabellería y entrega las llaves de la ciudad a la división de poderes, las elecciones, la Constitución, la Cámara de Representantes y la Quinta Enmienda. Al menos eso es lo que cuentan.

“Imprime la leyenda”. Sin duda, Ford fue uno de los que con más hermosas palabras e imágenes la imprimieron. Sin embargo, con el paso del tiempo, el sueño americano se ve algo menos lustroso y más arrugado que en sus años mozos de Lincolns, Jeffersons y promesas.

El comandante Ford paladea su penúltimo whisky, se sienta tranquilamente en la mecedora y pasa su mirada de viejo, sincero y (quizá) también algo cansado patriota americano por su sueño. Sin renunciar a ninguna de sus viejas ideas pero levantando acta de su erosión y miserias. Recitando igual de deslumbrante que siempre su poema de planos pero sin ocultar ninguna estridencia.

Y su cámara de artista honesto dibuja un relato claroscuro, de sueños y contradicciones, de mitos y vidas impostadas que el autor, al mismo tiempo que explica y adorna, denuncia. Aproximación al western crepuscular cuando nada insinúa el crepúsculo del western.
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LibertyVallance
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10
28 de enero de 2008
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando preguntaron a John Ford por qué a los guerreros indios que persiguen incansablemente esa diligencia a lo largo de toda su película nunca se les ocurre disparar a los caballos respondió con ironía: ”En ese caso no habría habido película” . La respuesta resume, en mi opinión, ”La Diligencia”y buena parte del cine de Ford.

Los perseguidores de la diligencia son lo de menos. El hecho mismo de la persecución no importa demasiado, salvo como excusa para plantear el auténtico tema de la historia,y límite dentro del cual concentrar la mirada de la cámara sobre lo verdaderamente importante: el mundo interior de cada pasajero de la diligencia y las relaciones que se establecen entre ellos, el drama de un grupo humano llevado a una situación límite que obliga a cada uno de sus miembros a enfentarse a lo mejor , y lo peor, de sí mismo.

¿Metáfora de una humanidad condenada a huir de sí misma? Hum…. Ford, frunciría el ceño, cambiaría de tema y haría algún chiste. Al huraño genio irlandés no le gustaba la grandilocuencia. Lo que resulta evidente es que una historia que podria haber sido un canto monocorde y con clara vocacion interclasista a la capacidad de superación del ser humano en abstracto, de la mano de Ford y su guionista favorito de la época –Dudley Nichols- se puebla inesperadamente de disonancias y dinamita.

En el mundo de esa diligencia asediada en la que Ford y Nichols deciden encerrar a sus personajes, los ”parias de la tierra”, los excluidos (se diría hoy), los mal vistos socialmente e incluso los fuera de la ley se redimen en la lucha, convirtiendose en heroes; mientras, los ricos (el banquero que roba las nóminas de los obreros, la dama de alta sociedad racista y llena de prejuicios) arrastran por el fango de la avaricia, la pusilanimidad y la estulticia su supuesta superioridad social. Peculiar visión fordiana de la lucha de clases.

¿Metáfora al menos de la sociedad estadounidense en crisis de los años 30 del siglo XX en la que vive el director y en la que filma, en 1939, su película? Ford quizá frunciese otra vez el ceño. El asunto es que la dinamita artística de ”La Diligencia” hace llegar su onda expansiva hasta este capitalismo global en la cuerda floja financiera de principios de 2008.

Partiendo de uno de esos temas que le gustan e interesan, y con una historia contenida como pocas, que ayuda a que la cámara capte la esencia de lo que se quiere decir y no se distraiga en divagaciones superfluas, Ford compone una magnífica película, considerada modesta en su momento y a la que hoy pocos discuten su condición de obra maestra.
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LibertyVallance
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9
13 de marzo de 2007
33 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ford, que luchó en la Segunda Guerra Mundial y ha construido grandes obras maestras sobre la vida militar (desde "Cuna de Héroes" hasta una buena parte de sus western) sólo dirigió un film bélico: este particular monumento al soldado desconocido. Y lo hace desviando el objetivo de su cámara en cada momento precisamente de donde se supone que debemos mirar, de las grandes gestas épicas a las que Hollywood nos tiene acostumbrados y enfocando precisamente allí donde menos pasa. Declaración de principios. Experimento que en otro sería recordado y analizado pero que en un director considerado comercial, un "profesional" y no "un autor", pasa desapercibido.

La absurda historia de amor que la productora exige meter con calzador en la historia es zanjada sin contemplaciones. Hay algo de protesta en ese liquidarla en unos pocos minutos y como quien cumple (con disciplina militar) una orden absurda. Y ,sin embargo, el talento de Ford es tanto que hasta ese pegote sentimental al que le obligan tiene algo diferente.

Toda la historia, las vidas de esos soldados anónimos que se dedican a manejar y reparar pequeñas lanchas, el desarrollo posterior de la guerra en el Pacífico y todo lo que eso implica para el futuro de la guerra en su conjunto, las medallas de los generales y sus sonrisas, dependen de esa batalla que Ford -incatalogable y complejo patriota americano- decide contarnos en elipsis.

Ni un sólo plano de ese heroísmo. Los héroes de Ford en esta historia son otros. Y ,despreciando el espectáculo, "derrocha" su talento descomunal para la composición de planos y la puesta en escena filmando con mimo la reparación de una lancha cuyo motor no arranca. La vida gris, cotidiana, de unos soldados cuya labor nunca pasará a la historia; que son prescindibles para todos menos para ellos mismos.

Ford elige contar lo que nunca se cuenta acerca de aquellos de los que siempre se prescinde y logra una especie de estremecimiento extraño, gris también, cotidiano; porque, sin que se subraye ni se repita, tanto los personajes como nosotros sabemos que esa monotonía esconde en realidad una agonía; que esos soldados desconocidos y prescindibles serán sacrificados, y sólo les quedará su monumento algún día en algún sitio.

Cuando su biógrafo Lindsay Anderson dijo a Ford que ésta era una de las obras del genio irlandés que más le gustaban Ford dijo que no recordaba de qué película se trataba. ¿Clásica travesura fordiana o es que realmente consideraba a esta película tan prescindible como la guerra a sus protagonistas? Pocos días después le mandó una nota escueta: "Por cierto, he visto esa película y sí, no quedó nada mal". O algo así.

Ford, soldado desconocido.
LibertyVallance
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