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Argentina Argentina · Buenos Aires
Críticas de Charly Barny
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
9
17 de septiembre de 2021
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1894 el capitán francés Alfred Dreyfus es degradado, llevado a juicio y declarado culpable de traición por entregar información a los alemanes, siendo condenado a cadena perpetua y vivir en el exilio en la Isla del Diablo. Su reemplazante en la Unidad de Contra Inteligencia será Georges Picquart, quien continuará la investigación y confirmará que aún se sigue entregando información secreta a Alemania.
Más allá de la pulcritud formal, el interés general que despiertan sus películas, y sobretodo el virtuosismo ya clásico de cada una de sus obras, el film sobrevuela un aire de revancha. La obra respira libertad y transmite una sensación que Polanski, ya octogenario, obtiene un resarcimiento verdadero respecto a todos sus pesares.
Después de tantos años de exilio a raíz de sus diversas condenas, incluso algunas mediáticas, el director vuelve con un film de carácter histórico pero a su vez muy personal como lo haría un ex condenado que necesita recalcar no solo su verdad sino también lograr que, aunque sea solo una vez, le crean su verdad.
Es interesante resaltar que el personaje central del film no es Dreyfuss (Louis Garrel) sino el Oficial Picquart (Jean Dujardin), quien luego de conducir una minuciosa investigación da a conocer públicamente una conspiración antisemita en el marco judicial que concluyó con la condena del Capitán Dreyfus. Por otro lado, Picquart es un hombre valiente e idealista, pero no exento de prejuicios y problemas personales. Los hechos que narra la película sucedieron en la realidad. No obstante, el film está basada en una versión de Robert Harris y Roman Polanski del caso Dreyfus.
La obra retoma un caso conocido, pero Polanski se basa con suma sutileza (autor también del guión junto a Oliver Assayas), en el libro de Delphine de Vigan generando una nueva vuelta de tuerca sobre la vieja historia del oficial traidor pero no solo se involucra en ello sino que denuncia el antisemitismo de la oficialidad francesa, un juego de luces y sombras que proyecta y deja al descubierto las propias acusaciones que Polanski ha recibido durante toda su vida no solo por haber transgredido la ley sino también porque el autor de dichas transgresiones es obviamente judío. La cuestión le viene como anillo al dedo. La figura de Dreyfus, el chivo expiatorio por excelencia, da lugar a una especie de justificación personal y reabre toda posibilidad para que el señor Román Polanski recupere el respeto y la credibilidad que su vida misteriosa, tortuosa y enigmática le hayan hecho perder valiosos años de su vida en la que su cine tuvo que mantenerse fuera de las pantallas.
Lo cierto es que Polanski está de vuelta y con un gran film donde no pide perdón pero si consideración. Ganador del León de Plata en el Festival de Venecia del 2019, con esta variación sobre el tema Dreyfus, un hecho que conmovió a la opinión publica afines del siglo 19, narrado bajo la mirada de un nuevo personaje que profundiza la visión antisemita que está detrás de la historia y donde el propio director parece auto justificar sus denuncias y padecimientos, transformándose él mismo en el propio Dreyfuss, un ser condenado, no por un crimen sino por una condición. La calidad del film parece decirnos “este sigue siendo mi CINE, así con mayúsculas, más allá de todas las acusaciones que han pesado sobre mí.
Demás está decir que todos los aspectos formales (actuación, música, fotografía, encuadres, montaje, …) brillan bajo la batuta de un director que parece siempre estar presente. Una puesta en escena donde destaca cada encuadre. Una obra políticamente incorrecta que nos deja pensando a la vez que nos deslumbra visualmente. En cada luz, en cada corte, en cada subrayado musical se observa la mano maestra del director. Una reaparición brillante del mejor Polansky, hoy nuevamente ciudadano francés.
Charly Barny
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8
17 de septiembre de 2021
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Después de bastante tiempo, llega una nueva película de los Balcanes a la Argentina. En este caso, una notable producción serbia, que mezcla el melodrama con el policial, transformando el suspenso como eje central de una narración cuyas mayor virtud es su humanismo, el ser humano como un todo, donde el individuo es la base de un conjunto de personas que conforman una familia, organización que constituye la célula principal de una sociedad.
Las cicatrices a las que hace referencia el título de la película son aquellas que refieren al cierre natural de una herida. El desgarro producido por una acción, en este caso la desaparición de un bebe momentos después de su nacimiento. La acción transcurre unos 18 años después, casi tantos como los de la caída del muro de Berlín.
La medula del film es el profundo desconsuelo de una madre que durante todo ese tiempo ha sentido que le han arrebatado a su hijo y que, no obstante, cree que ese ser está en un lugar no muy lejano a ella.
El film admite un par de lecturas. Por un lado, el relato humanista que constituye la columna vertebral del film, la búsqueda que realiza una madre que ha perdido a su bebe en el mismo momento del parto. La madre siempre ha sospechado que ese hijo no ha muerto sino que fue secuestrado de su seno. Por otro lado, es la descripción de una madre que no tiene consuelo, pero a su vez, es una mujer que nunca deja de confiar en su intuición de madre y en su perseverancia. Ella está convencida que debe buscar a su hijo porque pese a los años transcurridos, sabe que él está vivo en algún lugar de la ciudad.
Formalmente impecable, construido de muchas y cortas pequeñas escenas, donde la elocuencia de las imágenes, el manejo de luces y sombras (especialmente estas últimas) y el significado que cobran los silencios se vuelven tan importantes como las mismas palabras, dando protagonismo central al personaje de Ana, interpretado por Snezana Bogdanovic quien, prácticamente, está presente en casi todo el relato. Su composición de una madre que intuye que su hijo esta vivo en algún lugar de la ciudad y nunca pierde la esperanza de encontrarlo, es brillante.
La película también admite una mirada de carácter político. Tal como esa madre que ha perdido a su hijo, un país (Yugoslavia) se ha dividido en varias partes según las etnias que lo conformaban. Ahora se trata de encontrar la identidad de cada una de las partes perdidas, en este caso, Serbia. Un país que pretende ser, con una cultura, una identidad. Este aspecto del film se destaca en la escena cuando ella vuelve al hospital donde dio a luz y más tarde perdió a su hijo. Allí reaparece el miedo. Aquel viejo miedo y que se parece mucho a los viejos temores de la época comunista, enrolado en las formas autoritarias del manejo típico de las dictaduras pasadas, y los aspectos multiculturales propios de los Balcanes.
Cicatrices es un film distinto, muy cerebral que no obstante, apela a los sentimientos. Su mirada eminentemente humanista, nos reconcilia con aquel cine yugoslavo que supo realizar Emir Kusturica, sobretodo en la ambientación realista, donde casi todo esta filmado en la calle, y la presencia casera, el entorno intimo familiar, deja intuir que la desaparición de uno de sus miembros ausente separa entre un pasado siempre presente y la necesidad de vivir la vida.
Charly Barny
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