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España España · Málaga
Críticas de Lukas
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Críticas 135
Críticas ordenadas por utilidad
7
21 de mayo de 2023
27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Avanza lentamente, con un ritmo moroso, como corresponde a la estación y al lugar. La historia es la de una adolescente, Lea (Lily McInerny), de 17 años, que pasa el verano junto a sus amigos, aburrida, harta de su madre, una mujer separada e irresponsable por la que no siente mucho apego. Y es que los padres, muchas veces, se comportan también como adolescentes. Cuando esto ocurre, los jóvenes se ven perdidos, y su primera estrategia es huir, irse por ahí, escapar. Un cigarrillo, alcohol, otras drogas. Y la peor de todas, que además es un gran negocio, el sexo. Y Lea y sus amigos están justo en la edad de salir al mundo, retozar, las hormonas en su apogeo y esplendor. La joven directora, con su cámara rutinaria pero eficaz, nos muestra a esta chica, que trata de encontrar su lugar en el mundo (un lugar bajo las palmeras y las torres de alta tensión del título). Qué grande es ser joven. Y qué complicado, además. En esa burbuja californiana, de placeres difusos, aparece el lobo. El lobo, el lobo, qué buen turrón...

Mostrando sólo lo necesario, con diálogos secos, casi minimalistas, la cinta avanza de forma segura, tomándose su tiempo para retratar de la mejor manera posible esta huida, esta turbación, ese choque con la madre de mal comportamiento, ese ingreso en el mundo extraño, que no le pertenece. Cuando aparece Tom (excelente también Jonathan Tucker), con su ranchera tan americana, de repente la película se vuelve turbia, empieza a moverse por el lado salvaje de la vida. Ese tipo extraño, que le dobla la edad (34 años), poco a poco la va apartando de su hábitat natural (móvil 24 horas, tabaco, caramelos y mucha cháchara absurda), para meterla en un mundo que ella ni sospecha. Qué grande es ser joven. Qué inocentes que éramos. No sabíamos nada de la vida. Ni del sexo. Ni de la pornografía que rige el mundo actual. Poco a poco nos metimos en el fango, caímos en el pozo sin fondo, y ahí abajo nadie escuchará nuestros gritos. La directora muestra lo que quiere, oculta otros momentos, sagazmente. Dos ejemplos: cuando el grupo de amigos está viendo la peli en la tele, no vemos lo que están viendo, sólo escuchamos el sonido, de fondo; los vemos a ellos, moverse. La imagen, tenemos que imaginarla. Luego, en otra secuencia estupenda, vemos cómo Tom la lleva hasta su casa; pero ella se da cuenta de que ésa no es una casa normal. Ahí es donde vive el extraño. Sólo al final descubrimos de qué se trata, qué no lugar es. Genial, este ocultamiento, porque de alguna manera anuncia ya lo que está por venir. Lo familiar se esfuma. Llega lo desconocido, se aproxima el dolor. Lejos de casa, todo es peligroso, infernal.

El guión, de la propia Jamie Dack y Audrey Findlay, basado en una historia de la directora (que ya antes hizo un corto, con este mismo título, en 2018), avanza de forma inexorable hacia lo más turbio. Todo el peso de la película recae sobre el personaje de la chica, Lea, interpretada de manera magistral por la actriz citada. Los demás actores están bien, pero ella demuestra que es, o puede llegar a ser, una gran actriz, si persevera. Poco a poco se mete en la boca del lobo, y nosotros con ella. Es una cinta que te atrapa, sutilmente. Los mecanismos de la edad núbil se muestran perfectamente, a lo largo de todo el metraje, y todos los actos de Lea, y su "protector", aparecen desplegados con una fuerza expresiva inigualable. Cuando ya pensábamos que la cosa iba a quedar así, la historia da otra vuelta de tuerca, que nos deja para el arrastre. Es una película que nos deja pensando, algo sólo al alcance de las películas buenas.
Lukas
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7
19 de diciembre de 2022
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pongamos que hablo de Madrid. Una ciudad en blanco y negro, un barrio castizo, tres personajes solamente. Con esos mimbres, cargada de ilusión, Andrea Bagney ha conseguido sacar adelante su primera película, y el resultado no puede ser mejor. Porque lo mejor de todo es su desparpajo, su clara pertenencia a los márgenes de la industria. Eso se nota, en ese rodaje en 16 mm., mostrando desde el mismo comienzo, cuando los créditos iniciales, ese Madrid que todos amamos, los que no somos de Madrid. Porque Madrid es una de las ciudades más hermosas que conozco, y sin embargo, no soy de Madrid. Durante un tiempo, me moví por sus calles como se mueve Ramona, que ha llegado del extranjero y quiere empezar de cero, quiere decir, de nuevo (como si esto fuera posible). A sus treintaytantos, quiere lo que mucha gente millennial: la posibilidad de una vivienda, un trabajo estable, un hijo antes de que sea demasiado tarde, fumar mucho, estar siempre delgada.... Pero Ramona está algo perdida, en ese lugar un poco caótico, en donde nadie conoce a nadie, en donde todas las historias son posibles.

Narrada como si fuese una novela anticuada, hay en ella ecos de comedia de altura, aunque en realidad sea sólo un ensayo, de la verdadera película que está por venir. Ramona, Nico, Bruno. Una mujer, dos hombres, la vieja historia. ¿Qué hay de nuevo, viejo? Pues que estamos en un bar, luego en un banco, más tarde quién lo sabe. Los diálogos son frescos, porque es la vida misma. Igual que ocurría en Antes del atardecer, la película que ella evoca en cierto momento, en donde no se sabe cuándo termina la película y cuándo empieza la vida. ¿Y si la vida no fuera otra cosa que una sucesión de películas, las películas de mi vida? Un día encuentro al hombre de mis sueños, y todo cambia. Porque ese hombre es el príncipe que estaba esperando. Un día mi príncipe vendrá. La princesa es ella, Russian Red. ¿O hay que llamarla Ramona?

Todo circula con suma ligereza, como se mueve un gato. O como se mueve ella, por una ciudad que le pertenece. Hay un encanto inigualable en su mirada. Cuando se mueve, es imposible no moverse con ella. Cuando habla, se te eriza la piel. La película habla de la espera, de cómo los actores, las actrices, están sometidos a ese poder del director, el que los lleva hasta el sueño profundo. Se produce, en ese intercambio de miradas (¿de papeles?) una atracción irrefrenable, que nadie sabe explicar. La aspirante a actriz se coloca frente a los examinadores, hace su papel. Cómo no pensar en Anna Karina. Una mujer es una mujer. Lourdes Hernández, Russian Red: la película es ella. Sin ella, no hay película posible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lukas
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Un día en Nueva York con Woody Allen
MediometrajeDocumental
España2024
6,2
401
Documental, Intervenciones de: Woody Allen, David Trueba
6
24 de febrero de 2024
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con motivo de la retrospectiva Woody Allen en el canal monográfico de Movistar + (dial 15), anoche se estrenó este documental de David Trueba, conocido escritor, guionista y director de cine. Es un buen complemento del ciclo que estamos viendo, ya que en él se repasa la filmografía del director neoyorquino, a la vez que obtenemos valiosas reflexiones sobre el cine y sus alrededores. El documental (de apenas una hora de duración) comienza con un juego de imágenes, casi en paralelo, entre las cinematográficas de Allen y las rodadas ad hoc, en este viaje de Trueba a New York. Y claro, siempre en la mente, la obra maestra absoluta, Annie Hall. Digamos que DT se identifica con el viejo maestro, con esas gafas de pasta y ese aire distraído. Enseguida hice caso del rótulo superior, que me decía que se podía ver en VOSE, y cambié a la versión original con subtítulos, claro. Por favor, vedla en el original, merece la pena escuchar al viejo WA, por fin, en su propia voz.

En esos 52 minutos que dura, o menos, Trueba lleva a Woody a recorrer su filmografía, desde aquellos tiempos juveniles en que era un simple cómico que escribía chistes y los interpretaba en directo (véase su recreación en Annie Hall), hasta los tiempos más actuales, en que hace una peli por año y luego sigue con su vida tranquila, en su querida ciudad. Aunque últimamente se va lejos de NY para rodar, pero bueno. Aunque es poco tiempo, hay un repaso exhaustivo de una carrera prolífica, llena de títulos memorables. Vamos a ver. Lo que aprendemos, en esta primera parte, es la importancia que el montaje tiene en las películas, esto no todo el mundo lo sabe. Allen se apoyó, en esas primeras cintas, desde Toma el dinero y corre hasta Interiores, en la labor del gran Ralph Rosenblum. Con él rodó seis películas, incluida Annie Hall, su obra maestra, como ya hemos dicho. Su sustituta fue Susan E. Morse, que había sido ayudante de montaje en estas seis películas. Como bien señala el entrevistador, a partir de Annie Hall hay un cambio en el cine de WA, que se vuelve más intimista, tal vez más dramático, sin enlazar un chiste con otro, como sucedía en su primera etapa. También me gusta la pregunta por su gusto por el cine europeo.

Luego, hay que destacar a otro de sus colaboradores, de su equipo técnico: Gordon Willis. Él fue su director de fotografía en tres películas sensacionales, sobre todo la primera: Manhattan, Zelig y La rosa púrpura del Cairo. Precisamente a partir de esta última hay otro giro en su carrera, según ve DT, y el maestro está de acuerdo. Como no la he visto (a ver si uno de esos días…), no puedo opinar. Me gusta que DT no esté en plan marujo, preguntando por las equivalencias y paralelismos entre vida y obra (ya sabemos que Allen nunca ha querido hablar de esto, ni siquiera cuando era obvio). En cambio, Trueba le pregunta por la importancia que tiene la magia en sus cintas, algo en lo que no había reparado (no he visto ni la mitad de su filmografía, la verdad). Aparecen secuencias, fragmentos de muchas pelis, que nunca he visto. Allen quiso ser mago, e hizo sus pinitos en su juventud. Así como Fellini estaba loco por el circo, él por la magia, y todo lo que eso conlleva. Se pasa un poco de largo por sus pelis de los años 90. En realidad, ya no se habla más de sus pelis, se pasa a temas más generales, más de opinión. El tiempo es oro, y nuestro hombre tiene ya 88 años, no se lo puede tener ahí dos horas tonteando.

El fin del verano siempre es triste
Aunque entre las mantas pueda hablar de amor
Del cielo beige al cielo gris, oler castañas
Y entre el humo, anhelar el calor



,decía la canción de Danza Invisible. El fin de la entrevista es triste, también. Trueba le pregunta por el futuro del cine, y nuestro hombre dice que no es muy optimista sobre ello. Le gustaría pensar que la cosa va a cambiar, que van a volver las golondrinas, quiero decir, los viejos buenos tiempos…, como cantaba Annie Hall…, pero no. Él quiso hacer películas para que se vieran en un teatro, es decir, uno de esos cines como los que había por todo Estados Unidos, por la Gran Vía de Madrid (ahora, los malditos musicales), por Málaga incluso (querido Victoria, Astoria, Andalucía, Echegaray con ratas y todo, qué tiempos). Esos tiempos ya no volverán, ahora lo que mola es Primark, cada vez más grande. Los tiempos han cambiado. Ahora, por una entrada de cine, es decir, un alquiler de una peli, se reúnen seis o siete en un salón, con la tele de 65’’, ¡o más!, su home cinema o su cutre barra de sonido, y vámonos que nos vamos, Manuel. Pero el cine era otra cosa. Esas emociones compartidas, todos ahí en la sala oscura, eso no se repetirá. Aunque no se nombra a ninguna empresa, ya sabemos de quién es la culpa. Del cha-cha chá, o de la Vihen Zanta, o vete tú a saber. Adiós Manhattan, adiós Annie, adiós a todo eso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lukas
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6
27 de febrero de 2023
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo en que la música pop era fresca, era descarada, se podía escuchar. Pongamos que hablo de 1987, el año del pensamiento mágico, quiero decir, de las canciones maravillosas. Teníamos quince años, estábamos en el instituto, y estábamos algo locos, para qué vamos a engañarnos. O más bien, desorientados. Y en Madrid, en alguna parte de esa gran ciudad, había un chaval llamado Jorge, quiero decir, Coque, que tenía la pasión de la música y el baile desde crío, y que quería ser artista. Esas cosas, o se tienen o no se tienen, y él la tenía. Junto con unos compañeros, formó una banda, que se llamó Los Ronaldos: Luis García, bajo; Luis Martín, guitarra; Ricardo Moreno, batería, y Coque Malla, voz y guitarra. Y, en ese año inmejorable, sacaron su primer disco, con el nombre de la banda, y nada menos que en EMI. El sueño de todo adolescente, hecho realidad: 15 años, un grupo de pop-rock, y todo el descaro juvenil, en unas canciones que resultaban de lo más fresco de entonces. Canciones breves, algunas muy breves, con letras simples y directas, que hablaban de los deseos de un chaval de quince años. Me compré el disco (el vinilo, claro), y lo disfruté de lo lindo.

Luego ya, les perdí la pista. Nunca fui a un concierto de ellos, en el tiempo en que estuvieron en activo. Ahora, gracias a este documental de las hermanas Martín Barcelona, podemos enterarnos de la trayectoria de su líder, Jorge Malla. En esa primera parte, se nos cuenta la historia de Los Ronaldos, con material de archivo (tampoco mucho), en donde podemos ver esa juventud en plena eclosión, el éxito fulminante, el tiempo de las cerezas, digamos. Dieron muchos conciertos, sacaron algunos discos más, hasta que en 1998 se disolvieron. Coque, sentado en ese cómodo sillón, lo va desgranando todo, con su voz tranquila. Entre medias, un coro de invitados (amigos, críticos, locutores, otros artistas) lo va comentando, aquellos benditos años. La historia no es la típica, ya que el músico como artista adolescente tuvo que enfrentarse a la soledad, a la carrera en solitario, empezar casi de cero. Junto a Álex Olmedo, forman un dúo, Las Mentiras, que recorrerá España, de garito en garito, algunos de mala muerte, en donde "lo mejor es cuando estábais afinando", como dijo alguien. Lo tuvo que pasar mal, el chaval, hasta que poco a poco se fue recuperando de ese bache (¿depresión?) y empezó por fin a remontar el vuelo.

Lo hizo con el disco Soy un Astronauta Más, que en su título ya dice mucho de su situación anímica. Luego vino el disco especial Sueños (2004), que formó papel de la colección de libro discos de El Europeo, la revista progre de Jorge Cassani, que también cuenta. Un momento especial fue la salida de La hora de los gigantes (2009), tal vez su consagración con la nueva banda, su nueva etapa en el cénit por fin. De su amistad y colaboración con Iván Ferreiro surgió Termonuclear (2011), un paso más en esta escala ascendente. Luego vino aquel disco, Mujeres, de 2013, en donde reflexiona sobre su relación con las mujeres, las mujeres de su vida, entre ellas su madre. El documental sigue, con El último hombre en la Tierra, de 2016, tal vez su homenaje particular a su adorado Bowie. Y acaba con Irrepetible, ese álbum en directo, en donde sus amigos y admiradores cantan con él en algunos de los temas que les han marcado. Es la consagración de esta etapa, un punto final digamos, o tal vez un punto y seguido, quién sabe.

Es una larga travesía, desde luego, y para contarla, las directoras reúnen a los que más saben de todo ello. Arancha Moreno, periodista musical, y autora de un libro sobre Malla (Coque Malla. Sueños, gigantes y astronautas), es la que mejor expone ese peregrinar, desde la pasión juvenil de Los Ronaldos hasta la reposada gloria del presente, pasando por el desierto de espinos. Jesús Ordovás, en cambio, aparece más como un fan, del estilo de Dani Martín o Iván Ferreiro. Está claro que las dos directoras no se entretienen en contextualizar la época de la Movida ni relacionan la carrera de CM con la de otros músicos. Todos y todas las que aparecen son fans, en mayor o menor grado, y el espectador enseguida se da cuenta, de que el documental está montado a mayor gloria del personaje. Que se divide en tres partes, no sé si ya lo he dicho: Los Ronaldos (me gusta la presencia de sus ex compañeros de grupo, cosa rara en el pop español). Coque Malla en solitario, por el desierto. Coque Malla en su Nuevo Esplendor, después del Acontecimiento. Que no es otro que su encuentro con Macarena Cabo, en 2010, cuando él daba un concierto (creo que ella dice en Mieres) y ella estaba de espectadora. Fue algo fulminante, y que cambió su vida de la noche a la mañana. Lo cuenta ella, muy bien, y lo corrobora él ("me sentía como a metro y medio del suelo..., era todo muy excitante", viene a decir). Después de doce años con ella, el artista se nos aparece en su plenitud, lo cual demuestra una vez más que lo importante es el Amor.
Lukas
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6
8 de febrero de 2023
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de su artificiosa Petra, Jaime Rosales vuelve con esta historia de lo más natural, en la que cuenta un fragmento de vida, la de su joven protagonista, Julia. Es curioso que tres de las más recientes cintas españolas tengan como protagonista a una chica joven (Cinco lobitos, La consagración de la primavera, y ésta), algo que no sé si obedece a una cierta tendencia, o es simple casualidad. Y chicas jóvenes en apuros, ya sea por la maternidad inminente, por el inicio de su etapa adulta y todo lo que ello conlleva, o, como aquí, con todos los problemas posibles y alguno más... La cosa es que Rosales, que empezó tan bien en Las horas del día, se ha ido enredando poco a poco en historias formales, algo pedantes, lejos del naturalismo reinante en el cine patrio. Aquí, parece que por fin oye la señal de la sirena y, junto a la guionista Bárbara Díez, construye una historia sencilla, en tres partes, para ofrecernos un retrato de cierta juventud actual.

De esas tres partes, tituladas con los nombres de los hombres de su vida, la primera es sin duda la mejor, con diferencia. ¿Por qué? pues porque el actor Oriol Pla, que da vida a Óscar, es el único de los tres capaz de plantar cara, en lo que se refiere a interpretación, a la gran Anna Castillo, que literalmente se come la pantalla, con su presencia. Pero es que no sólo es eso, sino que cuando aparece Óscar, el personaje devora a Julia, Anna Castillo, como el espectador fácilmente comprueba. Esto llega a su clímax en la secuencia de la discoteca, que se anuncia minutos antes con la música máquina, de ellos dos arreglándose para la ocasión. Es en esos minutos gloriosos que la pantalla se enciende, y Oriol Pla demuestra que es un actor como la copa de un pino, igual que sus compañera de reparto. Es verdad que aquí, igual que en otras secuencias está un pelín sobreactuado, pero qué quieres, su personaje es así, un fenómeno del tatuaje, un broncas, un tipo peligroso y seductor a partes iguales, que embauca a una pobre infeliz como Julia. Toda esa primera parte echa chispas, y eso es lo que uno quiere, un poco de fuerza expresiva, de tensión.

Por desgracia, a partir de "Marcos", la cosa decae, y cómo. Ese viaje a Melilla, fuera ya de la península ibérica, es como un viaje que echa al espectador, lo arrincona, y desde ese rinconcillo observa el ir y venir de esta desgraciada y sus dos críos. A partir de esa parte, ya todo se viene abajo. El actor que da vida a este hombre, padre de los chiquillos (Quim Ávila) no está a la altura de Oriol Pla, ni mucho menos. Ya nos da igual, que se haga cargo de los niños, que quiera a la madre o no. El sueño ronda cerca. Es posible que uno se duerma, incluso. Cuando despierta, ella ya está con Álex (Lluís Marqués), y ahí sigue, tratando de recomponer su vida, sin mucho éxito. Parece que su sino es tropezar siempre con la misma piedra, con hombres que no valen mucho, hombres en falta (pero bueno, ella tampoco es un modelo de mujer, precisamente). Toda esta parte tampoco interesa mucho, porque vemos a la Castillo igual de aguerrida y perdida que siempre, pero el tipo es un cero a la izquierda. Así, por mucho que suene Triana (buena elección musical, le pega a esta gente), el espectador sigue ahí, en su rincón, preguntándose: y bueno, ¿y a mí qué?

Por cierto, los créditos del comienzo y del final, diseñados por Manuel Estrada, muy buenos.
Lukas
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