La mejor película que he visto hasta ahora de Kim Ki-duk. Ojalá que siga por ahí, aunque en algunas todavía hay algo que no acaba de convencerme: los finales sobrenaturales o surrealistas (siguiendo este criterio, me gustó más "Samaritan").
spoiler:
Como “Samaritan”, “Time” me ha llegado hasta los tuétanos. Ya el mismo título y la sinopsis que había oído prometían otra esperada rara avis en el panorama rancio, anquilosado, anodino y monocorde del cine actual, sobre todo si se trata del norteamericano: una historia original y sincera acerca del paso del tiempo y sus consecuencias, normalmente eludidas de palabra pero siempre ineludibles de hecho, en una relación de pareja. Pero la película va más allá de eso y se atreve a adentrarse en senderos raramente transitados por el cine, abriendo la llaga de una cuestión aún más honda: ¿sabe realmente uno lo que quiere? Cuando Ji-woo da a Seh-hee por perdida, deja de fijarse en las mujeres a las que hasta entonces tanto había deseado y por fin empieza a valorarla de verdad: estar con ella supondría cualquier cosa menos la frustrante rutina que prácticamente le estaba convirtiendo en un impotente.
Pero hay más: cuando bajo su nuevo e irreconocible aspecto ella regresa al cabo de seis meses y logra convertirse de nuevo en el anhelado objeto de deseo de Ji-woo, no sabe cómo sentirse, si feliz por haber logrado su objetivo, triste por comprobar con qué relativa facilidad su ex-novio se ha convertido en su novio o celosa por Seh-hee, a la que Ji-woo sigue echando de menos, tal como ella, en una maniática y peligrosa puesta a prueba, comprueba al preguntarle qué sentimientos alberga con respecto a su ex-novia. En mi opinión, ni los celos incontrolables de Seh-hee por las mujeres que antes miraba Ji-woo ni los de See-hee por Seh-hee son exagerados o patológicos, sino sentimientos universales e intemporales que afloran tan pronto como se dan las circunstancias que vemos sucederse en esta historia.
En definitiva, como el otro día le oí a un director español que hablaba de su último estreno, “cine que no va sobre el cine, sino sobre la vida”. Por eso en estas películas de Kim Ki-duk nada suena a forzado ni nadie sobreactúa. El guionista y director pone en escena con deliciosa naturalidad unos presupuestos sencillos y unos actores que no parecen tales, y a continuación desaparece por completo para dejarnos solos respectivamente ante y con ellos. Uno sale del cine tan sobrecogido por la refrescante sinceridad de estas obras de arte, que necesita semanas para comenzar a creerse que las demás películas, las que resignadamente se irá tragando a falta de algo mejor, no son sino refritos afectados y previsibles del mismo cuento para niños de siempre que se quedan muy, muy por debajo de aquello que le conmovió sin que uno pusiera nada de su parte.