El Saturday Night Live es uno de los programas de humor televisivo más populares de EE.UU. También, una cantera inagotable de cómicos, muchos de los cuales han dado el salto al cine, pese a que el humor (en buena parte basado en los monólogos) del formato televisivo no siempre es trasladable a la gran pantalla. Y menos aún traducibles a otro idioma, lo que explica que estrellas cómicas en Estados Unidos no tengan tirón alguno en nuestro país, por ejemplo.

Steve Carell y Tina Fey son dos de los más conocidos cómicos salidos de la factoria de SNL, aunque el primero ya ha realizado la transición completa al cine. Ahora forman pareja en esta típica comedia de confusiones de identidad y consiguientes y azarosas consecuencias cuya única originalidad son los diálogos (casi monólogos a veces) de los protagonistas.

También uno de los problemas de esta cinta, que no termina de definirse ni por el humor de situaciones grotescas ni por el ingenio y vis cómica de los protagonistas, quedando un producto bastante indefinido. Dicho eso, cumple con su función de entrentener y, por momentos, divertir mucho, aunque no termine de ser todo lo gamberra que promete.

Eso sí, es de prever que la película pierda bastante en su versión doblada (yo vi la original), porque será difícil que se recojan todos los matices y juegos de palabras del discurso de los protagonistas.

Kickass es una película tan desconcertante como divertida. Uno no sabe si está reinventando el género de los superhéroes, mofándose de él y de paso de la sociedad estadounidense o explotándolo para crear un espectáculo ultraviolento que apela a los instintos más básicos del espectador. Probablemente, las tres cosas a la vez.

Lo que empieza como una crónica relativamente realista (lógica dentro del absurdo) de un típico adolescente que aspira a llevar la paz y la justicia a su ciudad se convierte, tras los resultados (sorprendentemente) esperados de su primera actuación, en una loca espiral sangrienta en la que se mezclan justicieros sedientos de venganza, sádicos mafiosos, adolescentes que buscan ser aceptados aunque sea a costa del asesinato o ligar aunque se jueguen la vida con ello.

Todo, con un humor brutalmente negro y políticamente incorrecto, una acción trepidante y unas situaciones extremas que no temen dejar en fuera de juego al espectador. No es una obra maestra, no gustará a todos pero sí es muy original y, desde luego, extremadamente divertida.

Mención especial para los protagonistas. Magnífico Aaron, con ese aire de bobalicón buena gente que se las va a llevar todas. Muy bien Cage como secundario. Y por supuesto, se adueña de la película Hitgirl (Chloe Moretz), un personaje que rompe moldes y que ha causado una gran polémica en Estados Unidos donde, paradójicamente, ha escandalizado mucho más que una niña de diez años jure como un camionero que el que le saque las entrañas a los malos. Así están las cosas.

Vi la última película de Ritchie en una larguísima tarde de cine que comenzó con las aventuras de esta versión macarra de Sherlock Holmes y terminó, bien tarde, con Avatar. El primer análisis comparativo fue simplemente visceral: estaba deseando que la primera acabara y que la segunda no terminara.

Y la diferencia no la achaco a la tecnología. SH tiene también efectos especiales muy apreciables y su recreación digital del Londres victoriano es impresionante. Las cosas no van por ahí. La cuestión está en saber cómo contar una historia.

Y en ese sentido, Cameron lo hace mucho mejor que Ritchie. A Avatar la acusan de simple y predecible. SH se pierde, en mi opinión, por sus ansias de sorprender, por su obsesión en lo anecdótico y superfluo en pos del espectáculo, en los giros a veces incomprensibles que hacen perder al espectador el interés por la trama.

En otro nivel está el tratamiento del mito. El detective de Conan Doyle está dentro ya de nuestro inconsciente colectivo pero Ritchie lo convierte en un personaje tremendamente similar al de otras películas suyas anteriores. Una mezcla entre matón de taberna, pícaro irredento y alma atormentada, que ni siquiera la personalidad del actor protagonista pudo hacer creíble o interesante para mí.

En definitiva, SH me pareció un juego de artificio al que se le olvidaba lo más importante, para mí, en una película. Saber contar una historia. Recomiendo a Ritchie que vea la filmografía completa de Clint Eastwood para saber de lo que hablo.

La psiquis estadounidense es muy dada a los cambios radicales de rumbo vitales, las catarsis que de buenas a primera arreglan los problemas que se han arrastrado durante toda la vida, como si eso fuera tan fácil. Ese optimismo ingenuo (o al menos a mí me lo parece) tiene su reflejo en la proliferación de manuales de autoayuda y, por supuesto, su sitio en los argumentos cinematográficos.

Esta película tiene mucho de eso, de manual de autoayuda, de fórmula casi científica para lograr un "equilibrio" que combina, en partes matemáticamente medidas, hedonismo materialista, espirtualismo superficial y amor, que a fin de cuentas es lo que lo arregla o lo estropea todo.

El problema es que se toma demasiado en serio como tratado, y no tanto como una historia que contar, que a fin de cuenta es de lo que se trata el cine. La cosa podría haber tenido su interés, dado que por naif que parezca, en realidad es un anhelo general, no sólo de los yankis, sino de la civilización de las necesidades básicas bien cubiertas, el de buscar esa felicidad que nos elude, ya sea viajando, escapándonos, comiendo o echando kikis. Otra cosa es lo chocante que resulta, por ejemplo, que nada menos que en la India, uno se preocupe más de la "búsqueda de sí mismo" que de la miseria que lo rodea. Pero eso es lo que hay.


Así, entre dialogos absurdos de filosofia barata, paisajes bellamente fotografiados y alguna que otra dosis de humor se va pasando esta cinta, con mas pena que gloria, iluminada por la sonrisa de la Roberts, a falta de otros encantos que la edad va disipando.

Moraleja: hasta de tus crisis vitales puedes hacer mucho dinero. ¿No es ésta una gran sociedad?

El cine, no vamos a ser ahora ingenuos, es y ha sido en su mayor parte industria. Un negocio. Lo que pasa es que últimamente predomina el negocio en su forma de franquicias, lo que hace que las películas no sean productos en si mismos, sino eslabones de una cadena que se extiende indefinidamente en el futuro. Y Marvel, que produce directamente la cinta, posee un archivo inacabable que las nuevas tecnologías hacen por fin accesible para el celuloide.

Ese es, creo, uno de los mayores problemas de esta película, que está más preocupada por continuar temas propuestos en la anterior entrega y en proponerlos para las futuras entregas que en elaborar un producto coherente en si mismo. Al final, son tantos las cuestiones, líneas argumentales y personajes que se introducen que es difícil darles cabida con coherencia pese a la larga duración de la misma. Y a pesar de lo que sugieren las canciones rockeras de la banda sonora, la cinta no acaba de coger su ritmo.

Por otra parte, y aunque tampoco le vas a pedir a una película de superhéroes mucha credibilidad, hay ciertas incongruencias 0o debilidades argumentales, o al menos debilidades. La primera, en ese sentido, presentaba mejor a los personajes y sus motivaciones y desarrollaba más eficazmente la historia.

Dicho eso, es una gran superproducción y cumple con la función de dar espectáculo, aunque no siempre de entrentener en todo moemnto. Algunas escenas son impresionantes. A falta de profundidad e información sobre los personajes, se ha buscado estrellas que aportan su carisma personal (sólo con ver a Scarlett Johansson embutida en el traje de cuero negro merece pagar el precio de la entrada, aunque su doble se parezca más a Tarzán) y los lectores y amantes de los comics de Marvel pueden rellenar con los recuerdos de sus lecturas las fichas personales de los superhéroes que aparecen y que están por llegar. A manojitos.