Escribir sobre Blonde no es tarea sencilla y lo es menos habiéndola terminado hace escasos momentos. El cine, como diría Tarkovsky, es una forma de esculpir el tiempo, una transformación del texto fílmico en imágenes, que si logran ser lo suficientemente potentes serán perennes, para siempre. La última película del director australiano Andrew Dominik bien podría entrar en este selecto club. Su propuesta es radical, tanto formal como estéticamente. Es una cascada de imágenes que exploran lo más profundo de la psique de una persona herida por el Hollywood más putrefacto y sus propios fantasmas. Las secuencias de Blonde mezclan la realidad con la ficción, mimetizándose la una con la otra y llevando la película, a menudo, al límite. Un límite que dependerá del estómago de cada uno, de su visión acerca de si es ético o no llevar a la pantalla esa visión sobre Marilyn sesenta años después de su muerte.

Yo solamente puedo hablar de mi experiencia, esa que me ha llevado a estar las casi tres horas de duración pegado al ordenador viendo semejante descenso a lo más oscuro de la mente de un ser humano. Es interesante abordar el papel del espectador con la obra. Michael Haneke ya lo hizo en Funny Games y en Caché. Ambas películas nos involucran y apelan, haciendo un comentario mordaz sobre nuestra responsabilidad con lo que vemos. Blonde también lo hace. Sin desvelar escenas concretas, la cinta nos desafía mediante su uso del point of view y su visión acerca del mundo del entretenimiento. Y esta no podría ser más clara: Marilyn fue un producto, una creación de unos ejecutivos que no dudaron en prostituir la figura de una persona que no pudo hacer otra cosa que estar a su merced. Marilyn o, mejor dicho, la imagen que querían proyectar sometió a Norma Jeane. Porque esta es una historia de una mujer maltratada, víctima de un sistema e industria, capaces de destruir una vida por el dinero. El espectador en su época podía ver a Marilyn, pero no a Norma, ya que no era deseable desvelar quién era de verdad la mujer de cabellos dorados. No era conveniente que se supiera como Hollywood la había destrozado.

Blonde no es perfecta, pero quizás tampoco pretenda serlo. Muy probablemente su visión sobre una figura tan icónica de la cultura popular será debatida en los próximos días, pero de lo que no me cabe duda es que es una gran película. Una fallida, quizás, pero valiente y arriesgada. Por su parte, el trabajo de Ana de Armas merece un texto aparte, pero siento que aun así no le haría justicia. Su transformación es completa, consiguiendo hacer un juego de espejos abrumador. Creedme si os digo que tiene el mundo a sus pies.

Por último, quería hablar de LA escena, una que nos permite disfrutar de algo de paz en medio de tanta oscuridad. Y tras verla, no paro de pensar en que tiene todo el sentido del mundo el hecho de que Nick Cave le ponga banda sonora. No podría ser otro. Porque Cave es luz, oscuridad y un icono maldito del rock. Estoy hablando de la secuencia en la que suena Bright Horses, perteneciente a su álbum Ghosteen. Es imposible no rendirse cuando cine y música se dan la mano de esta forma.

Oh, this world is plain to see
It don’t mean we can’t believe in something
And anyway, my baby’s coming back now on the next train
I can hear the whistle blowin’, I can hear the mighty roar
I can hear the horses prancing in the pastures of the Lord
Oh, the train is coming, and I’m standing here to see
And it’s bringing my baby right back to me
Well, there are some things that are hard to explain
But my baby’s coming home now on the 5:30 train

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