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España España · Zaragoza
Críticas de Travis
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
6
23 de diciembre de 2021
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto“La naranja prohibida”, un documental, muy saneado, acerca del quincuagésimo aniversario del estreno de “La naranja mecánica”. El documental, narrado en voz en off con sobria elegancia por Malcolm McDowell, se interesa principalmente por las dificultades del filme para ser exhibido en España debido a la censura del régimen de Franco. Se arguyó entonces que el filme de Kubrick atentaba contra los valores religiosos y tradicionales de aquella sociedad española de cerrado y sacristía. Cuando oigo a alguien invocar a los valores, a cualquiera de ellos, no puedo sino estremecerme, pero ese es otro tema. “La naranja mecánica” fue proyectada en España cuatro años después de su estreno internacional, con el régimen ya delicuescente y lo hizo en el marco de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI).
Los responsable de entonces de la SEMINCI narran los entresijos y las dificultades de la negociación con el propio Kubrick quien en un principio rechazó la idea de exhibir la película allí por considerar que no era el contexto adecuado para presentarla en España y que las instalaciones no reunían las condiciones técnicas mínimas exigibles para llevar a cabo una proyección satisfactoria. Finalmente el director de “Lolita” cedió y la película pudo verse en dos sesiones.


Aparece también Vicente Molina Foix cuyas intervenciones son sin duda las más luminosas. Molina Foix, personaje polifacético, trató estrechamente a Kubrick durante un breve período de tiempo en la década de los 70 cuando el director, que a la sazón vivía en Londres, le encargó la traducción del guion de “La naranja mecánica” para su doblaje al español. De esta privilegiadísima relación, Molina Foix ya dio cuenta en su excepcional libro “Kubrick en casa” (Anagrama, 2019).


Pero quizás lo mollar del documental llega en su parte final. Algo menos de una decena de jóvenes frisando la veintena admiten hoy, en 2021, que desconocen casi todo sobre la película, más allá del título, de algún cliché y de alguna referencia en un capítulo de “Los Simpson”. Angelitos. Todos ellos han sido, por descontado, higiénicamente educados bajo la férula de la ideología de género, del lenguaje inclusivo y de otras tiranías de la modernidad. Así que pasa sacarles de su ignorancia se organizó una sesión de la película y se les preguntó por sus impresiones. Los jóvenes se muestran compungidos por la carga de violencia y de sexualidad del filme. Esta parte recomiendo verla sin volumen para centrarse bien en los rostros de los jóvenes.

Posteriormente se les pregunta si “La naranja mecánica” podría hacerse y exhibirse hoy. Todos coinciden en lo esencial. Agua va: “Para mi gusto es demasiado explícita en lo sexual -esto lo dicen los de la generación que ven porno a chorro libre desde los ocho años-… no, no podría hacerse ahora, no habría un productor que la aprobase, sería inviable”. En la misma línea se declara Molina Foix: ”No se podría hacer, los productores pensarían que no es correcta”.
No hay duda de que todos tienen razón en su análisis, a priori. Así que solo cabe concluir que Franco acertó con su visionaria prohibición hace medio siglo, al librar a los españoles de tan deplorable producto. Lo que me resulta más extraño es que los clérigos actuales de la moral y de la corrección lo denosten sin cesar en vez de reconocerlo como lo que es, su precursor y mayor fuente de inspiración. De verdad que a veces no los entiendo.
Travis
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8
22 de marzo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores películas eróticas de los ochenta. Incomprendida en su momento, despliega una exuberante pirotecnia sensual en torno a su protagonista, la actriz italiana Laura Conti, una versión de Ornella Mutti que exhibe todos sus encantos.
Las escenas eróticas están rodadas con maestría. Una joya.
Travis
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7
16 de diciembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Madrid, junio del noventa y uno. Verónica (Sandra Escacena) es una adolescente vallecana que tiene dos obsesiones: el recuerdo de su padre y el grupo Héroes del Silencio. Ausente el padre-no sabremos las causas de su fallecimiento- y con su madre (Ana Torrent) sometida a una extenuante rutina laboral, la joven debe encargarse del cuidado de sus tres hermanos pequeños. Verónica vive en un conflicto permanente. Echa de menos a su padre, la responsabilidad de cuidar a sus hermanos le desborda, los cambios de su cuerpo, en plena transición hacia la adultez le desconciertan, y no es capaz de comunicarse con su madre de forma eficaz. En ocasiones observa desde su ventana a una vecina de su edad con la que comparte su fijación por el grupo zaragozano. Cada noche antes de dormirse, se evade de ese entorno asfixiante escuchando en su walkman "Hechizo", mientras ilumina con una linterna una representación infantil de un cielo estrellado. "Vámonos de esta habitación al espacio exterior", oímos en uno de los momentos de mayor simbolismo. Llevada por su afición al ocultismo, organiza una sesión de espiritismo de manual junto a dos compañeras de colegio (una de las cuales es algo tontorrona) que se complica más allá de lo esperado. A partir de ese momento los acontecimientos se precipitan, no precisamente para bien.
El argumento de "Verónica" está basado en el único expediente policial español que reconoce la existencia de fenómenos paranormales, se nos avisa al comienzo del filme. El director Paco Plaza y el guionista Fernando Navarro han rediseñado los hechos conocidos para construir un filme que se enmarca dentro del inagotable filón de casas encantadas, espíritus malignos y posesiones que domina el cine de terror hodierno.
Muy pronto advertimos que además de la joven que da nombre al filme los otros protagonistas son los Héroes del Silencio. Su presencia es constante, a pesar de que nunca se les nombra: las fotos y posters que adornan la habitación y buena parte de los pertrechos de Verónica o la blanquísma camiseta con el emblema del grupo (confieso, no sin algo de rubor, que yo poseía una idéntica) y que transgrede la rigidez del uniforme escolar acaparan en buena medida la puesta en escena. Y por su puesto están sus canciones que el Plaza usa con la doble intención de contextualizar el relato y de generar una atmósfera desasosegante.
Los temas que suenan en el filme han sido extraídos del tercer álbum del grupo, "Senderos de traición", editado a finales de mil novecientos noventa o principios de mil novecientos noventa y uno, alcanzando notable éxito comercial y predicamento, tanto en España como en otros países. Su título plagiaba, con descaro, el de una película coetánea del director Costa Gavras. Nada que reprochar, ya que la propiedad intelectual no incluye los títulos de las obras. Sonaban Héroes en aquella época trepidantes y vigorosos, más si cabe en directo. La voz de su solista, un aspirante a sosias de Jim Morrison, aún no se había engolado hasta el oprobio y su ego, más adelante desembridado, permanecía latente. Muchos años han pasado desde que dejé de escuchar las canciones de Héroes. En su momento, al igual que la adolescente Verónica, lo hacía con arrobo e insistencia, hasta aprenderme todas ellas de memoria. ¿Pecado de juventud? Quizás pero con toda seguridad no de los más graves. Oídas hoy de nuevo, esas canciones no me dicen apenas nada, ni siquiera me arrastran a la nostalgia, por más que sea justo reconocer que el paso del tiempo no se ha cebado particularmente con ellas . En realidad, ya no escucho las canciones de casi nadie. La música, ese arte de hacer ruido, dejó de hechizarme. Su omnipresencia me agota.
El resultado final del filme creo que está lejos de ser insatisfactorio. Cierto es que Plaza abraza no pocos clichés propios del género, pero no menos cierto es que de no haberlo hecho en mayor o menor medida, la película sería tan jauta como un pastel de manzana relleno de calabaza. Loable me parece el trabajo de puesta en escena, aspecto que a menudo se descuida en el cine español y que aquí se refuerza con una brillante fotografía rezumante de clasicismo bien digerido. Algunos aspectos más endebles como el personaje, algo forzado, de la monja ciega o la reiteración en el uso de algunos recursos retóricos no empañan en demasía los logros alcanzados.
Travis
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7
16 de diciembre de 2020
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Mucho y bien se está hablando de "The Disaster Artist", última película realizada por el notable actor y ocasional director James Franco. Baqueteado en la dirección de largometrajes tras adaptar algunas de las novelas más inadaptables de William Faulkner, el protagonista de “The Interview” narra algunas de las vicisitudes que tuvieron lugar durante rodaje de “The Room”, película estrenada en dos mil tres en una única sala de Los Ángeles y que es considerada por muchos como “el "Ciudadano Kane" de las películas malas”. A quienes todo desconocíamos sobre el bodrio en cuestión, "The Disaster Artist" nos descubre también a su dizque director, guionista y protagonista Tommy Wiseau (interpretado con enorme brillantez por el propio Franco) norteamericano de origen polaco y hombre de vida sumamente críptica. “The Room” alcanzó el estatus de “midnight movie” y aún hoy es proyectada en sesiones golfas de algún que otro cine estadounidense.
No son, desde luego, los elogios recibidos por la cinta de Franco ditirambos o están en modo alguno injustificados. Una de las pocas voces disonantes ha sido, cómo no, la del Gran Crítico Desabrido quien ha declarado desde su privilegiada tribuna que la cinta “no le había hecho ni puta gracia”(sic). Bueno, podemos añadir, si todo se reduce a un problema de sentido del humor resulta incluso comprensible. Pero más allá de sus incuestionables virtudes cinematográficas, que no son en modo alguno picas, la película revisita, con admirable acierto, la figura del aspirante a artista que se cree ungido por un talento del cual carece, aparentemente, por completo. Pronto nos quedará claro que Wiseau no es sino un patán pagado de sí mismo, con no menores pretensiones que se solaza imitando a Marlon Brando o recitando los fragmentos más manoseados de las obras de Shakespeare. Franco evita que su retrato caiga en cualquier tentación caricaturesca pero sin escatimar escenas (algunas francamente chuscas) reveladoras de la presuntuosa personalidad de Wiseau. Pienso en ese momento en el que arenga -al mejor estilo del Enrique V shakespeareano- a su equipo en el primer día de rodaje de “The Room”. O ese otro en el que convencido de que mostrar su trasero durante una escena tristemente sórdida ayudará a comercializar la película, aparece en mitad del rodaje completamente desnudo. O aquél en el que aborda en un restaurante a Judd Appatow implorándole que le permita reencarnar ante él un célebre monólogo de “Hamlet”... No hay -y lo agradecemos- condescendencia hacia el personaje, por más que Wiseau nos despierte esa ternura tan comprensible hacia quien a pesar de todo, lo intentó. Como dijo Capote, el fracaso es el condimento que da sabor a todo éxito.
Pero la secuencia de mayor octanaje emocional en “The Disaster Artist” sea la que muestra, hacia el final de la película, el preestreno de “The Room”. Vemos en ella cómo Wiseau abandona el patio de butacas sollozante y escarnecido por las carcajadas indisimuladas del público ante los momentos más supuestamente dramáticos del filme. Franco se toma aquí alguna licencia que alivia el dramatismo de la escena, dándole un giro al desenlace en el que, por decirlo de alguna manera, su protagonista hace de la necesidad virtud. Muy otro- hoy lo sabemos- fue el verdadero final de aquella noche...
Un último apunte; ahora que en el grueso de las producciones norteamericanas el papel del director está poco menos que relegado al de un autómata a voluntad del sistema de producción, celebramos que haya quien aún esté dispuesto a correr riesgos y lo haga, además, con tan estimable conocimiento del oficio.
Travis
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9
16 de diciembre de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El asesinato de Gianni Versace" ("American Crime Story 2: The Assassination of Gianni Versace"), se centra, fundamentalmente, en el personaje del modisto italiano así como en la presencia de Penélope Cruz interpretando a la hermana de Versace, Donatella, y del cantante Ricky Martin en el (por fortuna) breve papel de su pareja, Anthony D'Amico. De los nueve capítulos que conforman la serie, ocho ya han sido emitidos en la cadena norteamericana FX. Habrá quien pueda pensar que la serie es un "biopic" de Versace que culmine con su asesinato, mostrando los entresijos del aburrido mundo de la moda y los problemas de la familia. Nada más lejos de la realidad.
Versace fue tiroteado en la mañana del quince de julio de mil novecientos noventa y siete a las puertas de su formidable mansión, cuando volvía de comprar la prensa. Falleció pocas horas después en el Jackson Memorial Hospital de Miami. Su asesino, Andrew Cunanan, que a la sazón contaba con veintisiete años, se suicidó ocho días después en una casa flotante de Miami Beach, incapaz de resistir el asedio del FBI. Nadie tiene aún hoy la certidumbre sobre cuál fue la verdadera naturaleza de la relación que ambos pudieron tener, ni sobre el motivo del asesinato. Sí sabemos que el diseñador italiano no fue su única víctima. Entre finales de abril y principios de mayo de aquel año, Cunanan asesinó al menos a cuatro personas más, en diferentes puntos de Estados Unidos: Jeff Trail, David Madson, William Reese y el magnate Lee Miglin. No resulta fácil de entender cómo es posible que burlara al FBI, tras su pista desde el primer asesinato, durante todo ese tiempo. Pero, ¿quién era en realidad Andrew Cunanan? Básicamente y en pocas palabras, un psicópata de manual al que su peculiar interpretación del sueño americano le llevó a convencerse desde muy joven, de su incuestionable capacidad para hacerse rico y famoso en muy poco tiempo, eso sí, a costa de los demás. Hijo de inmigrantes (su padre era filipino y su madre italiana), solía presentarse como Andrew De Silva para tratar de ocultar su origen asiático. Embaucador, mentiroso compulsivo, fantasioso hasta el delirio y fanfarrón, alardeaba (guiado por una imaginación enfebrecida) de trabajos que nunca realizó (ayudante en el rodaje de "Titanic"), de títulos por universidades que jamás pisó, de suntuosas herencias familiares o de contactos influyentes. Sus añagazas fueron, no obstante, pronto descubiertas lo que le llevó a perder el control y a cometer los crímenes. Dotado con un físico atractivo y una inteligencia muy por encima de la media, Cunanan utilizó su magnetismo personal para seducir a homosexuales maduros y adinerados que le costeaban su tren de vida. Todo empezó a cambiar para él, después de conocer a Jeff Trail a principios de los noventa y más adelante a David Madson en un restaurante de San Francisco, de quien al parecer se enamoró obsesivamente.
La serie reconstruye con brillantez y una gran pericia narrativa los acontecimientos previos al asesinato de Versace. Todo lo relativo al diseñador italiano (Edgar Ramírez, convertido en su sosias) la relación con su hermana y sus aportaciones artísticas a la moda son en realidad una subtrama periférica dentro del armazón narrativo de la serie y no precisamente lo más brillante ni de mayor interés. Sin embargo, pocas veces se ha alcanzado un nivel tan alto a la hora de retratar a un “psychokilller”. El joven actor Darren Criss, espléndido en la piel de Cunanan, contribuye notablemente. Una serie excelente.
Travis
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