Alabada como una obra maestra de los 60, considerada como una de las mejores (si no la mejor) película de Fellini, ganadora del Oscar a la mejor película de habla no inglesa... pero me aburre su ritmo, me duermen sus secuencias oníricas, me caen mal los personajes... estoy seguro de que la cinta tiene mucho que transmitir, pero me falta la sensibilidad para apreciar lo que sea que la hace tan genial y no soy capaz ni siquiera de terminarla... no me cabe duda de que el fallo es mío.

Con un guión que se reescribía sobre la marcha, una pareja protagonista que no se soportaba y una historia increible de principio a fin resulta inexplicable que todo funcione, pero lo hace. La cinta se beneficia de interpretaciones memorables desde Bogart hasta el último extra, de ingeniosas frases que han transcendido al lenguaje coloquial, de un ritmo perfecto y, lo que es más importante, de eso que tan pocas películas tienen y que resulta tan difícil de definir; de eso que hace admirar la historia y disfrutar de cada detalle. Arte lo llaman.

Tres personajes, una ciudad y altas dosis de química que hacen que todo encaje son los ingredientes de esta fábula gangsteril.
Rodada en tiempo récord y sin apenas presupuesto, esta cinta despierta carisma desde la voz en off del principio hasta la del final. En medio hay tiempo para describir el honor, la amistad, el amor, la venganza... todo ello barnizado de fino humor británico y sostenido por unos actores en estado de gracia.
La sugerente música, una dirección sólida y los preciosos escenarios de Brujas completan esta historia que, sin pretensiones de grandeza, conmueve al espectador y lo hace identificarse con estos mafiosos tan humanos.

Cuesta entender que el director de En el nombre del padre y el guionista de Los Soprano sean los responsables de esta cinta. Es cierto que 50 Cent no es Daniel Day-Lewis ni James Gandolfini, pero las carencias de la película van más allá de la interpretación. Al conjunto le falta profundidad y huele demasiado a hagiografía. Lo peor, es que el largometraje intenta ser algo más que mero entretenimiento, que tiene pretensiones de ser una cinta profunda y reflexiva, y el oficio de Jim Sheridan para mover la trama con ritmo no consigue salvar la función.

La película combina géneros de manera ejemplar, y así, pasa de ser un falso documental bélico, a una cinta política para acabar con un electrizante ejercicio de supervivencia. Todo esto sin perder nunca de vista el drama de Camboya, el horror comunista y la lamentable estrategia estadounidense en la zona. Un film recomendable de principio a fin donde quizás la única pega es la pérdida de protagonismo de John Malkovich al final, porque su personaje engancha tanto como el duo principal.