Cuando uno aún tenía la primera comunión en la garganta la serie original se emitía en UHF o lo que hoy llamaríamos la 2  de TVE y no todas las televisiones podían sintonizarlo. La mía no podía. Asi es que quizás por eso no vi la serie y no me hice "trekkie" (fan de Star Trek), y a lo mejor por eso o porque ya de mayor estaba en otras cosas tampoco he visto ninguna de las series posteriores y sus innumerables capítulos y temporadas. Eso no quita para que estuviera al tanto de que era la Enterprise, el señor Spock  y cia, el teletransporte y toda la parafernalia de la franquicia. Algunas de las adaptaciones a la gran pantalla con mayor o menor acierto  si las vi. 

Y ahora que la jubilación anticipada se acerca la velocidad de curvatura decido embarcarme en la "Discovery" para recorrer el espacio interestelar de la mano de la Federación. El caso es que uno tiene la sensación de que todo ha cambiado para que todo siga igual y que no me he perdido gran cosa desde aquellos años sesenta iniciales. Se agradece el buen rollito pacifista y el respeto por todas las formas de vidas animales y vegetales incluidas, la no discriminación racial ni sexual. Más teniendo en cuenta que este tipo de productos puede tener un público de mentalidades aún muy jóvenes. Y digo puede porque siempre me queda la duda si no se nutre más de viejos fans que de las nuevas generaciones que ya tienen el culo pelao de tanto videojuego y que a lo mejor los guiones de esta nueva entrega le parecen tan pueriles como a un servidor.
La producción es apañada y el elenco solvente dentro de que la cosa no da para grandes interpretaciones como las que de vez en cuando nos regala en la gran pantalla Jason Isaacs. Le auguro éxito y continuidad al igual que sus predecesora. Para un servidor esta primera temporada ha sido suficiente y prefiero dar un salto cuantico a otros universos dramáticos paralelos.

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Neil Gaiman (1960) estaba interesado en relanzar la serie de DC escrita por Joe Simon y Michael Fleisher, con nada menos que Jack Kirby y Ernie Chua a los lápices publicada entre el 74 y el 76. El editor Karen Berg le dio el Ok, pero con la premisa de que solo conservara el nombre original y que todo lo demás fuera nuevo. El resto es historia. El nuevo "Sandman" se convirtió en un icono y su periplo desde el 89 al 96 le granjeo el título de uno de los mejores libros de cómic de la historia con un variado reparto de ilustradores de estilos diferentes al servicio del señor de los sueños.

Y un servidor que adora los cómics aún lo tiene pendiente. Imperdonable. Así es que la serie me ha pillado desprevenido y al mismo tiempo me motiva para recuperarlos. Dado que no puedo comparar diré que me ha costado entrar en sus presupuestos de terror y fantasía, que a pesar de la notable puesta en escena y el solvente elenco los capítulos se me hacían largos y las tramas no acababan de convencerme, así como el tratamiento de algunos personajes a mi juicio descompensados y un protagonista demasiado frio, demasiado ausente. Al final casi sin darme cuenta me había enganchado y espero que tenga más temporadas, aunque parece que Netflix que está en periodo de rebajas no lo tiene tan claro.

No obstante, en cuanto a dioses inspirados en la mitología prefiero el resultado de la adaptación de la novela "American Gods" (2001) del propio Gaiman por muy azarosa e inacabada que resultara su serie.

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En otro "Mediterraneo" (Gabriele Salvatore / 1991), ocho soldados italianos arriban a una isla griega donde solo habitan ancianos, mujeres y niños. Durante un tiempo viven un parentesis donde la guerra, la IIGM queda en el olvido. La película fue premiada con un Oscar. Han pasado décadas. Ahora no son ocho soldados sino miles de ciudadanos de a pie que huyen de otras guerras y buscan otras tierras jugándose la vida para intentar ganar otra con paz y dignidad. Quienes les reciben son el egoismo, la insolidaridad y el miedo que amuralla privilegios ante el temor a perderlos, a contaminarse de sus miserias, muchas de ellas provocadas por ese "primer mundo" que se aupó y se aupa en sus vanidades existenciales pisando a los otros mundos. Desgraciadamente, no hay que ser ingenuos, esos otros mundos habrían o harían lo mismo si el destino les hubiera favorecido.

Y como toda regla tiene sus excepciones, aquí y allá algunos hombres y mujeres se lian los flotadores a la cabeza y se empeñan en no dejarles morir cuando por las razones que fueren acaban en ese mare nostrum moribundo y contaminado que también necesita que lo rescaten. Siempre es un placer contar con Eduard Fernández, Sergi lopez y un resto del elenco que está a su altura. La ley del mar no entiende de políticas.

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Rebecca Miller desde el 95 dirige sus propios guiones donde la mujer es el epicentro. La hija de Arthur Miller y esposa de Daniel Day Lewis parece tener su propio camino al margen de la presión artística de tan ilustre padre y esposo y de las modas o tendencias. Aún no ha conseguido las cotas de excelencia de ambos pero se defiende con dignidad y buen hacer en sus trabajos independientes como este, una comedia romántica neoyorkina con influencias de Allen, con un reparto notable y un punto de originalidad que invita a la reflexión sobre las relaciones de pareja, los hijos y los intereses vitales de cada cual en ese lazo atado casi siempre con delicadeza en el mundo occidental y que puede terminar estrangulandonos como es el matrimonio.

La "devolución del producto" que no acaba por convencernos una vez pasada la pasión y la necesidad conforma una comedia agradable que Miller sabe dotar del ritmo suficiente para aligerar los elementos comunes. La verborrea intelectual quizás acote su público a la costa Este y a esa Europa acostumbrada desde hace mucho por Woody Allen. Greta Gerwing vuelve a lucir una vez más con luz propia como princesa del indi. Tiene el don de que es querida por la cámara y su capacidad como actriz le permite aportar matices y diferenciar sutilmente una galería de personajes quizás con excesivas similitudes.

Se tiende a mitificar y simplificar la importancia de algunas cintas del periodo mudo, por este o aquel dato que las distingue de las demás, por otro lado poco conocidas por el gran publico. En esta asistimos al debut del afamado actor teatral John Barrymore en el mundo del cine, en una política de producción en la que se quiso incorporar a las estrellas del teatro al celuloide para dignificarlo, sobre todo con la adaptación de obras clásicas, históricas o de reconocido prestigio, como la novela de Stevenson de 1885, que ya había pasado por las tablas con éxito y versionada en algunas cintas cortas. Parece que gustó al publico (nunca esto fue sinónimo de calidad) y Barrymore y su sobreactuada actuación teatral le abrió las puertas a un futuro donde supo evolucionar y mantener su calidad actoral. Por otro lado ligó el nombre de Robertson a la adaptación de la novela al cine mudo. Algo tendría el director que dirigió 40 películas, cuando el consagrado Barrymore aceptó ponerse en sus manos. En cualquier caso, incluso con los cánones de la época, la película es bastante floja y aburrida, anclada en presupuestos teatrales, poco fluida, con abundancia de intertitulos explicativos, pasada de maquillaje, y con escasos recursos técnicos que aporten un lenguaje más cinematográfico. Concebida a mayor gloria de Barrymore que acapara todo el metraje. Si a esto le añadimos una insufrible banda sonora totalmente inadecuada añadida a posteriori lógicamente, estamos ante un producto de museo, ejemplo de un cine comercial de transición del teatro al cine, o una curiosidad para los fans de Barrymore.