Después de ver "Gummo" lo primero que puede pensarse es que el director de la película, el "enfant terrible" Harmony Korine, debe estar considerado en su país como el peor embajador del que podrían echar mano; el terror de las agencias de viaje.

Nunca he viajado a USA pero siempre he pensado que en caso de que lo hiciera y a poco que me alejara de una gran ciudad y me introdujera en la llamada América profunda iba a tropezar con poblaciones como la mostrada en "Gummo", con no pocos disfuncionales por sus aceras, pero no del estilo ni en la generosa cantidad como aparecen aquí. Por otra parte, parece requisito indispensable en ese cajón de sastre en que se ha convertido al cine independiente, el contar entre sus actores con algún que otro desconocido (o la mayoría como en el presente caso) para reducir costes y, de paso, que todo el mundo tenga, al menos, esos cinco minutos de gloria prometidos por Warhol; como también hacer de sus protagonistas personajes marginales en buena medida o ambas cosas al mismo tiempo.

El hecho de que "Gummo" sólo muestre personas en cualquier sentido aisladas y desarraigadas y que se ignore la mínima calidad técnica, tampoco quiere decir que no tenga una estructura lo suficientemente sólida. Desde la introducción en voz en off hasta el plano fijo de la última y breve secuencia de la película, se mantiene una coherencia en su -es un suponer- discurso. El círculo acaba de cerrarse y deja dentro, sin posibilidad de escape, a todos y cada uno sus protagonistas. Quizás lo más triste de todo es que es difícil sentir alguna simpatía especial por alguno de sus personajes. Lejos de paternalismos o fáciles compasiones son presentados (bien es de agradecer) como seres muy individualizados y dotados, sino de fuerte, sí de la suficiente personalidad como para ir tirando, aún sin plantearse ninguna otra cuestión. Nada que ver con la proximidad y picaresca de aquellos entrañables "ragazzi di vita" del cine de Pasolini, para entendernos.

A mi entender, la historia en general resulta demasiado inverosímil y sólo puede observarse desde una manifiesta (elogiable o no, ya es otra cuestión) voluntad de provocación más que de una crítica a los entresijos de un sistema social. Más revulsiva me parece la sempiterna imagen fílmica de la bandera de las barras y estrellas en la mayoría de los porches de las casas de poblaciones como la presentada en la película y de la que, curiosamente, no recuerdo haber visto ninguna en ésta. Puestos a continuar con absurdos acertijos, añado uno propio: ¿por qué es tan difícil encontrar gatos en Xenia (Ohio)?... ...porque acaba de pasar un tornado llamado Harmony.

Un argumento prometedor, incluso estimulante, de la mano de un director audaz y versátil son sólo parte de las bazas que abocaron al éxito a esta película , de aceptación casi unánime -desde la opinión del cinéfilo avisado a la del espectador dominguero- y que convertía en poco menos que obligada su visión. Vamos, que no era cuestión de obviarla.

Luego el tema devendrá en ligero desencanto y hasta en frustrante experiencia. Igual mayor que para su protagonista. La película acaba siendo una traslación a un futuro bien próximo de una idea de lo más convencional plagada de tópicos y facilones recursos, que terminan por agotar aún más allá de su excesiva duración. Una historia en la que casi todo es previsible. Un profesional con buen status social, bien relacionado y hasta con don de gentes. Desde el principio se persigue la plena identificación con el protagonista -cajonera operación de marketing- pero tal personaje no puede apenas conmoverme y, aún menos, su historia emocionarme. Theodore terminará por buscarse una Pretty Woman de última generación. Hasta puede que de carne y hueso.

Muy cuidado cortometraje en todos sus aspectos, con especial atención a la fotografía. Pero, sobre todo, extraordinario trabajo del dúo protagonista en una historia de tensión al límite. No me parece que la historia tenga nada que ver con el terror, si acaso el horror del que se reviste a veces la existencia humana. Difícil expresar tanta emoción en tan poco tiempo.

Por empezar de alguna forma, decir que tras cuarenta años de contemplar las habituales y similares gesticulaciones y contoneos de Jagger en escena, la mera idea de revivirlos está, por fuerza, mucho más próxima al aburrimiento que a la emoción.

Si a esto se añade que el documental de Scorsese sobre los Stones es -como no podría ser de otra manera- un documental “de autor”, ya entramos en el terreno de lo absolutamente previsible. Empezando por sus primeros diez-quince minutos, se asiste a una nueva muestra del muy particular histrionismo de su realizador (debe ser lo único que no le mengua a este hombre con la edad) al punto de que, por un momento, no se sabe si el protagonista del documento es el grupo inglés o el propio Scorsese. Con todo, la apoteosis narcisista queda reservada (¿qué mejor modo de rematar el espectáculo?) para su “brillante” conclusión. El sello de la casa de principio a fin. No obstante, también es de reconocer que en lo referente a la realización en general, al envoltorio industrial -con gran plantel de técnicos muy cualificados-, así como a su eficaz puesta en escena: encuadres, movimientos de cámara, etc., por momentos se mejora la simple corrección.

Mención aparte merecen otras concesiones: ¿qué pintan el discursito de Bill Clinton (el teatro parecía convertirse en parroquia) y la chirriante Christina Aguilera sobre el escenario, aunque sólo fueran cinco minutos por cabeza? Con todo ello -imposible obviar que nos hallamos en EEUU- no puede sorprender que el público no se menee ni medio palmo sobre su eje corporal ni que la primera fila esté copada por veinteañeras tan guapitas como sosonas. Fórmulas de estudio televisivo y campaña electoral. Todo muy calculado y contenido. Pura mercadotecnia.

El apartado musical tampoco reserva apenas alguna sorpresa. Supongo que quienes no conocieron en persona los primeros tiempos del mítico grupo – ’60 -´70 – o los que no han llegado a la cuarentena, pueden contemplar el espectáculo con mayor benevolencia por falta de perspectiva temporal. En parte, lamento no poderme encuadrar en este grupo y remito, para abreviar, al comienzo de la crítica. La actuación rollingstoniana, por el mismo tiempo transcurrido -y por respeto a la edad y la obstinación- la dejaría en apañadita. Con sus altibajos decibélicos y cualitativos (aquí siempre se incluyen los gustos personales): un tema rápido seguido de otro más bien lento. Entre estos últimos es de agradecer la inclusión de “As Tears Go By”. Jagger lo anuncia reconociendo que hacía mucho tiempo que no la tocaban “por vergüenza”. Vale la pena volver a escuchar una de las letras más inspiradas, como un recitado poético, de sus comienzos musicales. Hasta se atreven con “Sympathy for the Devil”, aunque esto sólo nos lleve a recordar que nos encontramos a muchos kilómetros -y casi aún más años- de Altamont.

También reseñar como aspecto positivo, la inclusión de breves cortes de antiguos vídeos de archivo sobre el grupo (actuaciones y entrevistas), alguno bastante curioso. Y constatar que el único que aguanta el tipo y el peso del instrumento es el buenazo del batería. Sigue siendo el mismo tipo humilde de siempre. Charlie: time is on your side. Lástima no contar ya para esta ocasión con el otro genio en la sombra, el bajista Bill Wyman.

Buen intento de presentar la batalla que libran los autóctonos macacos del peñón de Gibraltar contra el humano invasor que se ha ido apropiando de su territorio natural. Las tomas subjetivas desde la aparente visión de los monos están muy conseguidas. Por otra parte, decantarse en esta contienda por un grupo de simpáticos y juguetones simios frente a otro de belicosos piratas es la tarea más fácil del mundo.