Sophie tiene que decidir, pero qué cosa: ¿vivir o morir? ¿un amante u otro? Creo que todo el mundo sabe ya la respuesta, pero me voy a cuidar muy mucho de no ponerla aquí, y si me apuran ni en el spoiler, porque esta es una de esas películas construidas en base a ese final, que se deja vislumbrar ya desde el título, y cuyo conocimiento puede reventar todo el suspense y suponer una merma notable de interés para el espectador. Pero entonces el aficionado que la vea por segunda vez o posteriores, ¿como se arregla para ver con interés cada fotograma de esas dos horas y media de metraje? Pues muy fácil, fijándose en la espléndida fotografía, en la difícil interpretación de la siempre un poco excesiva Meryl, en el discurrir de esas dos historias paralelas que tenemos que ir montando como un puzzle. Porque la película se compone realmente de dos historias: una es el despertar a la vida del joven escritor sureño y otra la vida anterior de esa misteriosa polaca huida de otro mundo que es Sophie. Y dos son por tanto los finales, uno detrás de otro. Pura tragedia griega en cuanto que sucede lo que estaba escrito. Desde luego la película soporta un segundo visionado, aún conociendo ya el terrible secreto de Sophie antes de empezar.

Jorge, un enfermero que trabaja en un asilo, se introduce de buenas a primeras en primera fila del arte de vanguardia. El argumento es mínimo, pero está lleno de detalles y entraña grandes dosis de ironía y de crítica a la pedantería reinante en ciertos ambientes. Está rodada en planos largos, muy bien construidos según esquemas que recuerdan la composición de las artes plásticas. El hecho de no mostrar nunca al espectador la obra del "artista" añade riqueza a la película y la dota de cieto misterio. Por otro lado, el uso de la cámara como ojo colocado detrás de las pinturas da también bastante juengo, en cuanto que permite ver las reacciones de los visitantes. La historia desarrolla el esquema "persona ajena funcionando en un medio que no es el suyo". Algunas situaciones recuerdan las de "Bienvenido Mr. Chance", o incluso ciertas escenas de "Forrest Gump", en el sentido de que el personaje dice simplezas que son interpretadas por los "entendidos" como respuestas en clave. Cine argentino en clave distinta a la habitual.

"El oficial y el espía" se titula en España, por eso de que ya no se lleva el francés. "J'accuse" me parece un título más apropiado, puesto que la expresión es ya todo un símbolo de la postura de un intelectual ante la injusticia, a costa incluso de su propia libertad y patrimonio.
La película cuenta con detalle los hechos y los rodea de una puesta en escena preciosista y creíble a un tiempo. La historia resulta convincente y, sin merma de su desarrollo dramático, posee afán documental. Es de destacar el parecido físico de los actores con los personajes reales de la historia. El de Louis Garrel con el verdadero Dreyfus es realmente asombroso. Es este un tema que cada vez cuidan más las producciones históricas, sobre todo si se refieren a épocas en que ya existía la fotografía. Sobre todo ahora, en que cualquiera puede ir a la foto de época con solo un toque de tecla.
En cuanto a la narración misma, esta sigue un hilo cronológico con flashbacks intermitentes que nos informan de algunos hechos anteriores a la degradación pública de Dreyfus. Esta escena, de gran tensión dramática y visualmente poderosa, se convierte en la primera del filme, funcionando como momento cumbre del que depende el resto de la historia. El ritmo y la tensión se mantienen sin flaquear en ningún momento.
El personaje de Émile Zola, autor del famoso artículo que da título a la película, aparece menos de lo que cabría esperar, pero lo suficiente para destacar la influencia de la prensa ya en la época. Podría haberse centrado la historia más en esa vía, pero sería a costa de perder el tronco principal que es la relación de Piquard y Dreyfus. De ahí el título español.
La profusión de uniformes de colores vivos y diseños sofisticados es un elemento que la fotografía en color se encarga de aprovechar convenientemente. La ambientación funciona en todo momento como marco adecuado y verosímil de la trama.
Para sacar al espectador de los interiores, tan propios del género de tribunales, hay varias escenas de acción que funcionan como respiro y encajan perfectamente, como son el atentado y persecución pertinente, el duelo a espada (perfectamente realizado) y la palea callejera.
El tema de fondo da a la película profundidad, aparte del entretenimiento que supone siempre la lucha entre el bien y el mal. Hace reflexionar ese antisemitismo visceral en una sociedad como la francesa en época aún no tan lejana. Por otro lado está el análisis del poder en cuanto a su inflexibilidad y cerrazón ante todo lo que pueda amenazarle lo más mínimo. Es una reflexión que puede extrapolarse fácilmente a cualquier sociedad y cualquier momento histórico.
(08/01/2023)

No puedo ser objetivo con esta película "con niño", de contenido cándido, lleno de piedad popular y propaganda eclesial. Ahora mismo, a más de uno le parecerá el colmo del ternurismo barato e incluso, si me apuran, de la explotación infantil con fines crematísticos. Pero yo no puedo menos de emocionarme en cada escena. Y es que mi madre me contó muchas veces esta película en mi infancia, mucho antes de que yo la viese por primera vez, que fue siendo ya mayor en algún reestreno. Y cuando pude verla me sabía ya escena por escena, hasta en los más mínimos detalles. Me impresionó sobre todo la soledad del niño de los frailes, ese Manuel que nunca llega a ver y se convierte en su amigo invisible, esa madre imaginada... Cosas digo yo de ser hijo único, anhelante de amigos que vinieran a verle a casa. Por otro lado, Ladislao Vajda es un director de gran solvencia, capaz de obras maestras como "El cebo", y filma esta historia de frailes con eficacia narrativa y belleza formal. Y de Pablito Calvo qué se puede decir. Da bien en la pantalla y la cámara sabe sacarle todo el partido, aunque la voz sea de una señora, como era preceptivo en la época y hasta épocas recientes.

No sé si Zunzunegui, autor de la novela en que se basa esta película, habría leído al Divino Marqués, pero a mí esta historia me recuerda "Justine", aunque se desarrolle en el Madrid de los 60 y no en la Francia del XVIII.
Ver en la pantalla grande una película de 1963, y además en blanco y negro, es todo un lujo que no sucede todos los días. Si añadimos unas magistrales interpretaciones de Fernán Gómez y los demás (sólo Agustín González se limita a su histrionismo habitual), el protagonismo de esas calles de un Madrid ya olvidado y una gavilla de vidas humanas que representan casi el abanico de vicios y virtudes del orbe entero, nos hallamos con un monumento al cine comparable a cualquier clásico famoso. ¿Por qué no se estrenó en su época? Seguramente por su crudeza, por su agrio humor negro, por ese empeño en hacer ver al espectador la miseria que anida en sí mismo. Y luego está la puesta en escena, la planificación, esa primera escena en que la cámara persigue al personaje cansado y vencido de la madre de familia que atraviesa la plaza de regreso del mercado. Es todo un poema ese lenguaje gestual que tanto dice sin palabras. Están luego esos paralelismo cuando la hija "mala" sube la escalera y la madre se imagina a la niña de hace un tiempo. Y esa larga escena de Fernán Gómez en la trastienda del bar donde trabaja, que es en sí casi una película de serie negra. Está presente la pasión, en esas escenas cargadas de carnalidad de la alcoba marital o de los escarceos mercenarios. Se hace también patente sin ambages el machismo en estado puro de padres, novios y maridos. Y el uso interesado de los encantos femeninos, que ellas utilizan con peor o mejor fortuna. Una gran película, en fin, que algún alma caritativa, o algún enamorado del séptimo arte, a tenido el valor de restaurar y reestrenar (o estrenar a secas, más bien) en un panorama de superproducciones que no deja resquicio a otros productos. Una gran suerte.