Quien busque espectáculo -y solo eso- disfrutará como nunca, por la inventiva, el paisaje, los monstruos voladores y las escenas de guerra.
Quien busque algo más, quedará defraudado. El guión, repetitivo. La trama, lo de siempre: chico busca chica. Cuando se ve a la rabilarga y verdolaga besar al rabilargo y verderón al más perfecto estilo de Hollywood, la película se cae de una forma ridícula. Y el diálogo de un insulso que cualquier con un poco de talento narrativo lo hubiera mejorado.
Los verdes se comportan como una tribu primitiva que conociera ya toda la historia. Hasta hablan inglés.
Todo se reduce a un políticamente correcto discurso ecologista, defendido como puede por la gran Sigourney Weaver, aquí compartiendo el desastre.
He tardado un año en ver esta película, entre otras razones porque no quería verla en aras del marketing. Una vez más, una cosa es predicar y otra dar trigo.

He puesto un nueve a esta película pero eso es lo de menos. De antemano, adoro a Tchaikowski y, si hay una película que gira en torno al Concierto para violín y orquesta, la veo aunque sea un bodrio.
Pero es una maravilla: hay comicidad -con algún histrionismo, pero en fin...-; hay crítica política a esa brutalidad que fue el régimen soviético; hay un drama personal, lleno de ternura y de grandeza; hay un coro de maravillosos secundarios; y está Mélanie Laurent, una actriz que habla con los ojos.
Es verdad que la primera parte adolece de cierta premiosidad; es verdad que el final es previsible... Se le podría encontrar algunos defectos, pero cuando el núcleo es tan potente, tan
humano -gracias a una música gloriosa-, todo eso carece de importancia.

A veces hay que juzgar las películas por contraste con otras que el crítico detesta, En mi caso, las de terror. Ver una película sin sustos, sin zombies, sin caras sangrientas ya es un punto. Pero si además da la ilusoria pero consoladora realidad de que cuando se pierde un amor hay otro en la esquina esperando, ya está muy bien.
Y si, para colmo, tiene como protagonista a la sin para Kate Winslet, una de las actrices más naturales, directas y sencillas que hoy circulan, ya es para aprobado.
Y si, además, resalta buenos sentimientos -y la figura del viudo Jude Law ocupándose amorosamente de sus dos hijas es entrañable-, ¿qué más se puede pedir, sobre todo si se ve en época de Navidad?
Que hayan cientos de películas que desarrollen los malos instintos, la crueldad y el vicio, de todo tiene que haber. Pero gracias a Nancy Meyers por trabajar también para quienes queremos ver, alguna vez, el lado más amable de la vida. La vi de noche y soñé con angelitos.

Esta es una de esas películas que, sin ser nada del otro mundo, se dejan ver, sobre todo, por la excelente interpretación de Daniel Auteil y José García, secundándolos los demás intérpretes.
El argumento puede parecer algo trivial, pero no deja de interesar por lo bien que está administrado el nudo de la historia, al menos desde el principio hasta más de la mitad. Después, el final es algo previsible, pero se salva por la nota inquietante de la última escena, que pone un toque de humor (o no) algo amargo.
Con la trama se podría haber hecho algo más, alguna complicación accidental, como, por ejemplo, un cruce de parejas, pero, tal como está, es también pasable.

Si no se tiene otra película a tiro, esta se deja ver. Pero se deja ver no del todo bien. Primero por una cámara al hombro que llega a marear, aunque es verdad que, conforme avanza la película, se serena un poco. Segundo, porque los personajes no llegan a importar y mucho menos a emocionar. Y es que cuando no hay profundidad -y eso hoy es muy corriente- los alardes técnicos sirven de bien poco.
Johny Depp, casi siempre tan bueno, aquí está plano. Y el pobre de Christian Bale tiene que hacer un papel carente de la más mínima hondura. Marion Cotillard hace lo puede en un guión mal trazado desde el principio.
Las escenas finales, que, en buena retórica dramática, deberían impresionar, te dejan indiferente.