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España España · Zaragoza
Críticas de Juan Solo
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Críticas 267
Críticas ordenadas por utilidad
9
13 de febrero de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1982 Bruce Springsteen publica “Nebraska”, uno de los trabajos más personales e intimistas de su discografía. Grabado en plan casero con una modesta grabadora de cuatro pistas, las canciones que finalmente se incluyeron en el LP fueron concebidas en principio como demos para ser registradas posteriormente con el acompañamiento de la E Street Band. A Springsteen sin embargo le gustó como quedaban algunas de ellas así, al natural y sin artificios y decidió editarlas tal cual sonaban en aquellas primeras tomas. El disco incluye un total de 10 canciones teñidas de melancolía, con letras en un tono más bien pesimista y una austera instrumentación sobre la base de especialmente la guitarra acústica y la armónica. Debe ser la fuerza del paisaje, pero la Nebraska que ha inspirado ahora a Alexander Payne para hacer su película no debe diferir mucho de aquella otra que inspiró al Boss para hacer su disco hace más de tres décadas. En la portada de éste aparecía en primer plano un cielo grisáceo plagado de nubes. He creído reconocer algunas de esas mismas nubes en algún plano de la película de Payne mientras la veía esta tarde.

No se podía esperar otra cosa de un pintor tan excelso de paisajes, internos y externos, como es el director de “Entre copas”. Sentía una enorme curiosidad por ver la última película de este hombre al ser a su vez la primera que se ha puesto a dirigir a partir de un guión ajeno. Para Payne, de quien siempre se destacan sus cualidades como escritor, “Nebraska” ha tenido que ser algo así como para el funambulista lanzarse a caminar por el alambre sin red debajo. El más difícil todavía después de que en su anterior título “Los descendientes”, decidiese firmar el guión a cuatro manos junto al autor de la novela que servía de base al film.

Hay que decir que Payne asume el reto de dirigir un guión que no ha escrito y supera la prueba con nota. Es más, en el envite sale reforzada su imagen de gran autor. Bob Nelson, el guionista de “Nebraska” ha sabido captar a la perfección la esencia del universo del realizador, incluso en los detalles más ínfimos (los personajes, las situaciones, el sentido del humor y la ironía). Es Nelson quien firma un guión original, pero de algún modo adaptándolo a la mirada de Payne. Por su parte, el realizador pone gustoso su cámara al servicio de la narración. Y da la impresión de que se ha sentido muy cómodo haciéndolo.

“Nebraska” es una “road movie” ,como ya lo fue “Entre copas”, que aborda el tema de la relación padres e hijos como ya hicieran “A propósito de Schmidt” o “Los descendientes”. En este caso, el viaje no tiene nada de iniciático, es más bien crepuscular acentuado por la impresionante fotografía en blanco y negro que lo adorna – a los habituados ya al color siempre nos impondrá ver este formato en pantalla grande. Como sucede con todas las historias de Payne, ésta ya parece que te la han contado alguna otra vez en el pasado. Pero no, al menos no, de esta manera. Son los detalles, los personajes, algunos muy característicos, las situaciones, el humor, a veces tan autóctono y tan localista que quizá se nos escapa ( pecatta minuta al fin y al cabo), los que acaban enriqueciendo el conjunto.

Payne no defrauda en su nueva faceta de funambulista sin red. Tampoco falla en uno de sus tradicionales puntos fuertes, la dirección de actores, consecuencia directa de cómo trabaja y mima a sus personajes. Para ello aquí cuenta con un inmenso Bruce Dern, aunque tal vez como dijo alguien lo peor sea que su soberbio trabajo eclipse el de Will Forte, uno de los grandes descubrimientos del film.
Juan Solo
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4
30 de diciembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La chilena Dominga Sotomayor debuta en la dirección de largometrajes con esta sencilla “road movie” protagonizada por una familia de Santiago de cuatro miembros que se desplaza en su automóvil al Norte del país para disfrutar de unas cortas vacaciones de fin de semana en un camping de la zona. La familia la componen una joven pareja, intuimos que al borde de la separación, y sus dos pequeños hijos. Otra de esas “historias mínimas” que tanto proliferan en el último cine latinoamericano de un tiempo a esta parte y que salen adelante a base más de corazón que de presupuesto. En esta ocasión, se trata de una opera prima y se nota (más bien parecería un trabajo fin de carrera que otra cosa).

Muchas veces hemos encontrado que detrás de estas historias mínimas, tramas cotidianas y aparentemente intrascendentes, se oculta auténtica emoción y un trasfondo que nos habla de las cosas que verdaderamente importan en la vida. La anécdota argumental de “De jueves a domingo” sirve a su directora para reflexionar sobre el porqué se acaba el amor y si es posible que todos los involucrados en una ruptura amorosa puedan salir indemnes de la misma (especialmente los hijos fruto de ese amor). Para ello utiliza el recurso del viaje.

La película se divide en tres actos, el viaje de ida, la estancia, y la vuelta. En el primer tercio de la cinta, Sotomayor se nos revela demasiado sutil; con excesivos planos fijos y austeridad en los diálogos, pretendiendo que a través de las miradas, las conversaciones banales, el contraste entre los juegos y las chácharas de los niños y el silencio tenso de los adultos, lleguemos al fondo del meollo. Es pedir mucho. Lo que se ve y lo que no se ve resulta ya de por sí demasiado obvio. Esta primera parte se hace pesada y aburrida, tal y como es mismamente un viaje en coche por autopista. El paisaje se hace monótono, las conversaciones se agotan, y hasta la radio molesta con las diferentes emisoras que se captan desvaneciéndose cada pocos kilómetros y sufriendo continuas interferencias.

El segundo acto tampoco resulta muy clarificador, y se resuelve con una serie de escenas narradas de forma algo precipitada y con la aparición de algún personaje secundario que tampoco se presenta como debiera. Para la parte final, Sotomayor sí reserva algo de esa emoción que añorábamos y tanto la presencia de planos fijos – el final- como la ausencia de diálogo adquieren sentido. Pero quizá para entonces ya se nos cierran los ojos y acusamos el cansancio de un viaje tan largo.
Juan Solo
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7
3 de diciembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Anoche tuve un sueño, y no, por una vez no era erótico. Lo he apuntado, por si acaso algún día me da por hacer una película o escribir un guión, que lo dudo, pero nunca se sabe.

Pues resulta que estaba yo tan plácidamente durmiendo en mi cama y de repente me despertaba sobresaltado. Estaba en un sitio muy raro, un extraño cubículo junto a cinco desconocidos y… no, ya os he dicho que no era erótico. Nadie sabía ni porqué ni cómo había llegado hasta ahí, y lo único que nos unía a todos era la angustia y las ganas de salir de ahí. Pero era todo muy raro. Yo no tenía ni idea de lo que era aquello, pero había muchos números y nos decían que la cosa se movía. Menos mal que había una chica que sabía de matemáticas y otro que sabía de lógica y entre los dos nos ayudaban a seguir avanzando hacia la salida. Pero aquello era un laberinto, salías del cubículo en el que estabas y entrabas en otro que era muy parecido. No sé, era todo muy raro, yo es que soy de letras.

He pensado que la película debería tener una atmósfera así muy desasosegante y claustrofóbica, claro. Así un poco rollo “Alien” pero sin que se llegue a ver nunca el monstruo, que eso todavía acojonará más. Sin actores conocidos para no desviar la atención. Ya lo estoy viendo. Obra maestra o película de culto al menos.

El caso es que no sé si me he despertado o sigo todavía en el sueño.
Juan Solo
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5
9 de octubre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con esta crítica lo que quiero es romper una lanza –nunca mejor dicho- a favor de M. Night Shyamalan, un director a quien muchos encumbraron a la categoría de director de culto a principios de los dos miles gracias a un estilo muy particular de hacer y contar historias. Nunca pensé que fuera a decir esto francamente. Lo que yo llamo el “efecto Shyamalan” duró lo que duró y acabó desgastado después de haber irrumpido con fuerza en el cine de principios de siglo (lo de “La joven del agua” era “pa nota”). Hasta cierto punto, el timonazo que ha dado el indio a su carrera desde hace dos películas acá no me parece tan sorprendente.

No obstante, y para ser sinceros, no creo que lo de “Afther earth” sea para tanto varapalo. De haber venido firmada por otra mano que no hubiese sido la del autor de "El sexto sentido", las críticas hacia la película hubiesen sido sin duda más benevolentes. Así, no dudo que exista una predisposición casi morbosa para fustigar sin piedad esta obra solo por ser de quien es. Yo mismo me hubiese apuntado gustoso al carro de fustigadores, pero qué queréis que os diga, me pilló en un día de buenas.

“After eath” dista mucho de ser una obra redonda pero es lo que es. La decepción está servida desde luego para quienes esperan reencontrarse con el Shyamalan de siempre tras el fiasco de “The last Arbender”, pero de eso tampoco tiene la culpa el film. Ignoro, y en realidad tampoco me importan, los motivos por los que M Night ha llegado hasta aquí y ha pasado de ser un director bien considerado por los cinéfilos a ser denostado y a dirigir productos de encargo. En este sentido, se ha repetido hasta la saciedad que más que a Shyamalan la película pertenece a Will Smith quien (simplificando mucho en mi opinión) la habría concebido básicamente como un vehículo para el lucimiento de las presuntas cualidades interpretativas de su hijo Jaden

Poco o muy poco queda aquí del Shyamalan de títulos como “El sexto sentido” o “El protegido”. Más allá de un sutil mensaje ecologista y un aura espiritual que rodea el conjunto, que nadie espere una impronta autoral en “After earth”. Atrás quedaron aquellos giros de guión imprevisibles – o no tanto- que un día se convirtieron en marca de la casa. El film nació para entretener y entretiene. Se deja ver. Los efectos especiales son decentes y no se le puede negar que tiene cierto ritmo y agilidad, aunque en muchas escenas se caiga en la estética del videojuego con su pequeño e incansable protagonista superando pruebas y pasando pantallas sin parar. Es cierto que Jaden parece estar todavía demasiado verde para soportar él solito el peso de una película. Por su parte, papá Will se muestra demasiado rígido en su papel de mero y mudo espectador de las andanzas de su chiquillo.
Juan Solo
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7
3 de febrero de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen que Billy Wilder salió muy impresionado de ver por primera vez La lista de Schindler (recordemos que él mismo intentó durante años hacerse con los derechos de la novela de Thomas Keneally para su adaptación cinematográfica) y que una vez finalizada la proyección confesó haberse pasado toda la película intentando buscar a su madre entre los miles de extras que interpretaban a los judíos hacinados en los vagones de la muerte nazis. Tal era el verismo que Steven Spielberg había inyectado a sus imágenes y a su película. Años más tarde, cuando Roberto Benigni triunfaba en los cines con La vida es bella, muchos acusaron al italiano de estar frivolizando sobre un tema serio y de estar hiriendo con ello muchas sensibilidades. Las obras de Spielberg y de Begnini reflejan cietamente dos visiones distintas de una misma y dolorosa realidad, y como tales merecen ser vistas con diferente catalejo. No discuto que La vida es bella es y deba entenderse como una fábula, pero hasta para fabular con un tema tan serio como éste se requiere mucho arte. Benigni pretende que la ingenuidad de su joven protagonista, un niño de cinco años al que se le hace creer que la guerra es un espectáculo o un concurso de la tele montado exclusivamente para él, traspase a las conciencias de los espectadores. En mi caso, el director consiguió a medias su propósito. Y es que, repito, hasta para fabular con un tema tan serio y tan feo como es una guerra se precisa de mucho arte. Chaplin lo hizo con El gran dictador, y la verdad que no le salió nada mal; otro tanto puede decirse de Lubitsch y su magistral Ser o no ser, y seguramente habrá más ejemplos.

Es precisamente por sus múltiples similtudes con La vida es bella por lo que ya desde el principio la película que comentamos nació condenada a ocupar un segundo plano dentro de la filmografía de su director. A mí sin embargo esta nueva metáfora me llega y me transmite más (tal vez Beningni relaje sus pretensiones aquí con respecto a su oscarizado film y tal vez por ello el mensaje a algunos nos cale mejor.)

El tigre y la nieve es una nueva fábula en torno a la inutilidad de las guerras a las que se presenta como un elemento que va en contra de la naturaleza del hombre. O quizá no... "¿ Por qué existen las guerras? Porque el mundo empezó sin el hombre y debe acabar también sin él" dice el personaje de Jean Reno en una de sus muchas y acertadas reflexiones. Un discurso demasiado catastrofista dentro de una película con trasfondo optimista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan Solo
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