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Críticas de Migue Muñoz
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Críticas 100
Críticas ordenadas por utilidad
Anvil - El sueño de una banda de rock
Documental
Canadá2008
7,6
3.025
Documental
7
31 de agosto de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ves a Lars Ulrich, Slash o Scott Ian y comentan que tenían a Anvil como a una de sus bandas favoritas en sus inicios, de la cual piensan que influyó en superbandas como Metallica, Guns‘n’Roses o Ántrax, y con la certeza de que creyeron que Anvil iba a poner el género del Heavy-Rock patas arriba, y a los pocos segundos ves la melena mezclada con calvicie de Steve “Lips” Kudlow (líder de Anvil) trabajando en su pueblo natal canadiense de repartidor de comida para centros escolares en pleno 2008 y piensas: esto es de broma. Una broma divertida, pero broma al fin y al cabo.

Aunque no. Todo en este documental es verdad y con una sinceridad fuera de lo común en el género. A lo largo de escasos ochenta minutos el espectador puede ir desvelando el porqué de su rotundo fracaso. Por qué no se vendieron esa millonada de discos, cuando todo apuntaba a que la banda canadiense se iba a comer el mundo y no iba a para de girar en esos treinta años que transcurren entre ese festival y la actualidad, donde lo único que ha sucedido es que los miembros de la banda tienen básicamente una vida igual de mediocre y convencional como cualquier ciudadano de clase media.

Esas ganas megalomaniacas, pero en el fondo humanas y sensibles con un sueño nunca abandonado, es lo que mantiene en pie un documental filmado desde el cariño por la miseria del ser humano. Sacha Gervasi, su realizador, en su juventud, fan y groupie de esta banda, trabaja una formalidad que carece de cualquier introspección más allá de ser un documento con aires independientes y domésticos (en Sundance, Anvil arrasó). Sin embargo, los logros se mantienen en el bando del fondo de la historia.La desgracia del sueño americano, la visión romántica que absorbe la visión de la realidad desde la búsqueda constante de un ideal de belleza vital, de felicidad personal y subjetiva en sumo grado. Una promesa entre dos amigos a los catorce años de edad, hace que más de media vida después siga bombeando un anhelo, una quimera y un espejismo que se topa una y otra vez con la objetividad de la existencia.

Disputas, autenticidad, lágrimas, gritos, impotencia ante el monstruo de la globalización y de las multinacionales. Este documental llano y amargo pero con una gran dosis de optimismo vital y autenticidad en los sentimientos parece toparse, por las frías calles del desconsuelo, con las ganas de un Kevin Smith con la idea de fusionar 'Some Kind of Monster' (Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, 2004) con 'This Is Spinal Tap' (Rob Reiner, 1984) en plena era MySpace, donde aún parecen existir sueños musicales que a pesar de jugar con muñequeras de pinchos, cardados y headbanging están totalmente convencidos de que el destino les depara algo muy grande.
Migue Muñoz
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6
31 de agosto de 2010
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué la comedia es, junto a la animación, el género más en forma de este nuevo siglo en el cine norteamericano, no recibe objeciones. Los Alexander Payne, Christopher Guest, Wes Anderson, Will Ferrell, Ben Stiller, Todd Philips, Jake Kasdan, o la Judd Apatow family son botones de muestra con bastante diámetro para sujetar el tinglado de un género popular, que ha tenido la estupenda clarividencia para no resistirse a postmodernismos: sin miedo a devorar el pasado, recoger bagaje y sofisticar la propuesta del humor en un collage tan estimulante, como el background constante que es capaz de evocar en cada propuesta. Vemos una pelí de Greg Mottola y sabemos que el tío adora a Richard Pryor, Chevy Chase o John Candy, además que tiene tanta delicadeza y emoción latente como el mejor John Hughes.

Directores jóvenes como Jared Hess siguen modulando el molde al estilizar un género que, incluso, se atreve a incluir la vergüenza ajena como sello personal. Después de 'Napoleón Dinamyte' o 'Super Nacho', nos trae 'Gentlemen Broncos', y la cosmovisión nerd sigue plantando semillas de aquello que se ha denominado post-humor. Ese territorio fascinante donde la comedia juega a dejar de ser comedia, el espectador tiene ganas de abandonar el visionado, horrorizado ante las dosis de vergüenza ajena que se le meten por vena, pero las referencias populares que se plantean alimentan una nostalgia que terminan provocando su aceptación, a pesar de que la vida se percibe miserable y patética.

Se nos viene a la cabeza a Ricky Gervais recibiendo a los extras de 'The Rocky Horror Picture Show', 'Forbidden Planet' revisitado por John Waters, o la incomodidad de El Monologuista Mierder ante la presión obsesiva de que nadie se ríe de sus chistes. Si Hess prefiere contagiar a través de lo desolador y deplorable de la vida no hace falta reírle las gracias, maldigan el mundo donde vivimos. No busquen la carcajada taladrando el diafragma, porque recibirán un retrato de la vida como fracaso perpetuo. A pesar de un final que parece soñado más que realizado.
Migue Muñoz
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6
16 de febrero de 2011
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Producción alemana de 1985 y segunda película de Roland Emmerich, antes de que viajara a EE.UU. y se quedara en Hollywood realizando blockbusters en el estricto sentido del término: 'Soldado Universal', 'Independence Day', 'Godzilla', 'El patriota', 'El día de mañana', '2012',...

En aquella época estaban en plena ebullición todas las producciones spielbergianas y de la factoria Lucas, y Emmerich parece querer hacer con 'El secreto de Joey' una réplica de ese tipo de cine comercial ochentero estadounidense que le sirviera de carta de presentación a Hollywood, a través de mezcolanza de 'E.T.', relato juvenil de Stephen King, efectos visuales LucasFilm y metiendo en cada escena merchandising de 'Star Wars' (ese R2D2 que acompaña al protagonista y que cualquier niño de la época hubiese matado por tener en su cuarto) o de producciones del Rey Midas de Hollywood.

La historia: niño que pierde a su padre y que mediante un teléfono de juguete parece poder comunicarse con el fallecido… Responde al cánon de historia fantástica enrevesada, donde aparece un muñeco inquietante que no deja de perturbar la mente del pequeño Joey.
Vista hoy puede perder su gracia de antaño pero es sorprendente el modo en que Emmerich calca cualquier matiz de ese tipo de producciones teen hollywoodienses hasta el extremo que parece mentira que sea alemana.
Migue Muñoz
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5
16 de febrero de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia infantil taiwanesa de artes marciales dirigida en 1986 a cuatro manos y cuatro ojos por Cheung Mei Gwan y Chu Yen Ping, y con el director de acción Lam Maan Cheung entre bastidores, se puede decir que fue la primera de un subgénero de explotation de chiquillos dando patadas, párvulos haciendo monerías y slapstick humorístico para impúberes.

También conocida como 'Young Dragons', tuvo siete secuelas, seguramente más divertidas y elaboradas que la que abrió fuego. “Pequeño tigre“, “Gordi” o “El abuelito” serán señas de identidad de su reparto coral. De todos modos, en plena fiebre infantil o juvenil ('Karate Kid', 'Karate Kimura',…) por las artes marciales llenando las estanterias del videoclub, no hay que olvidar la entrañable y fundacional 'Ping y Pong… Erasé una vez en China', dirigida en 1981 por Yu Chih Ping.
Migue Muñoz
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9
7 de junio de 2009
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras los éxitos de Agnès Jaoui u Oliver Assayas llega a nuestras pantallas una joya más de nuestro país vecino. Un trabajo de actores excepcional y una inmersión en el subgénero, llegado desde EE.UU., de la reunión familiar durante la celebración de Navidad. Mucha dialéctica, encuentros y desencuentros con el pasado familiar y secretos que afloran en el calor postizo de la festividad para solucionar varios conflictos abiertos.

La urgencia de hallar un donante de médula para la matriarca de la familia, una Catherine Deneuve soberbia en los dos sentidos del término: el tratamiento del orgullo por parte de su personaje y el estupendo trabajo interpretativo, no es más que la excusa o el McGuffin para realizar un tratado consumado de la soledad del ser humano aún a pesar de hallarse en el calor de una familia, la constatación de que una persona siempre va a morir sola, la compañía desaparece y la sangre y la genética a veces complican la existencia. Las infecciones se pueden multiplicar, los cromosomas a menudo incordian y es complicado hallar un donante compatible dentro de nuestro círculo: la medula espinal de la familia como institución se tambalea desde hace ya varias décadas y el término fraternalidad es casi una contaminación que necesita de transfusiones regulares para que la existencia de la relación no se extinga.

Desplechin deja vía libre a sus personajes y desde el primer minuto se dirige al espectador para abordarle con naturalidad la inflexión de la familia Vuillard: no hay sentimentalismos, ni secreto que se eterniza, hay dolor bien llevado y como espectadores se nos trata con inteligencia. Dialéctica brillante, citas culturales de altura que casan a la perfección en la trama y la enriquecen; cada uno de los personajes es una capa que ayuda a envolver de sentido toda la historia: se destapan y se tapan según el tour de force dialéctico les haga más fuertes o más vulnerables.

Mención aparte se merece un Mathieu Almalric en el papel de hijo díscolo. Un aliciente más dentro de una película tan conmovedora como valiente y con pocos pelos en la lengua. Pocas veces hemos visto tratar en una historia, con conflicto familiar, unas disputas verbales y físicas con tanta naturalidad y tratadas con tan poco énfasis respecto al resto de nudos de la trama. Lo que en cualquier historia sería el momento cumbre del relato aquí no se le da más importancia de la que tiene.

Como si Claude Chabrol hiciera un remake de La tormenta de hielo (Ang Lee, 1997) y pusiera el ojo en todas aquellas verdaderas que se extraen de diálogos en el jardin de la casa familiar o dentro de unos decorados que, como muestra Olivier Assayas en Las horas del verano (2008), están repletos de objetos, retratos y paredes que hablan por sí solos de la memoria allegada, Un cuento de navidad es consciente del derrumbamiento de la familia como institución base de la sociedad, pero también nos habla del poder de la genética y de sus infecciones.
Migue Muñoz
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