No obstante esa no es la trama principal, sino los cimientos para elaborar la trama de corrupción. Pero a mi me interesan más los agentes, que personas con dolencias físicas y secuelas psicológicas continúen en el cuerpo y sobre todo el buenismo que gracias a hábiles subterfugios logra residir en la serie. Por ejemplo, el antidisturbio más incorrecto es el personaje de Patrick Criado, se hacen alusiones subliminales a su posible simpatización con la extrema derecha, lo suficiente para generar esa impresión al espectador, pero es algo que nunca se concreta. Además, es sin duda es el personaje más tronado e incorrecto del pelotón, pero aún así nos lo dejan como un buen profesional, que cuenta con una mínima capacidad de raciocinio, sentido común y noción de las cosas. Perfiles más negativos (por ejemplo, los que estén en ese trabajo solamente para abrir cabezas) por tanto no existen. Con los negros pasa igual, se desliza su condición violenta, salvaje y beligerante, pero los vecinos del barrio de Lavapiés no tienen queja sobre ellos, y en lo que es el asunto gordo, al revolucionario de color fallecido se le habían atribuido antecedentes penales falsos. ¡Qué casualidad! Es decir, la serie da muestras de que en realidad ni son agresivos ni dan problemas ni hacen nada ilegal (robos, usurpaciones), quizá con la intención de desviar la atención hacia los ladrones a los que le interesa poner en el punto de mira. Serie que se sucede en el tiempo, su transcurso abarca varios meses, lo que a mí me sucede es que no siempre encuentro clara la proyección de las consecuencias que amenaza continuamente a los personajes. Cuenta con secundarios interesantes (el antiguo policía metido a detective privado anónimo) y todo apunta a la existencia de una segunda temporada. Mínimamente entretenida, algo repetitiva, no me ha mantienido en tensión constante a diferencia de lo que manifiestan algunos.