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Críticas de Rocco Fermo
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Críticas 88
Críticas ordenadas por utilidad
9
2 de abril de 2012
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Walt Curtis (Tim Streeter) está al cargo de una tienda de licores, a la que acude Johnny (Doug Cooeyate), un inmigrante mexicano que desconoce el idioma inglés. Walt se enamora perdidamente de Johnny y busca acostarse con él sin éxito.

Sin embargo, Walt prosigue sus intentos a la par que mantiene relaciones con Roberto Pepper (Ray Monge), el mejor amigo de Johnny.

Debut como director de Gus Van Sant, quien en blanco y negro (con alguna mínima parte en color) y con bajo presupuesto, filmó esta agridulce historia de amor homosexual, de amor loco, de amor apasionado, de amor humillante, que impulsa al protagonista principal a buscar callejeando y por hoteles baratos a su objeto de deseo, un inmigrante mexicano que no sabe ni papa de inglés.

Ambientada en Portland, es imprescindible contemplar esta película en original, ya que los mexicanos únicamente hablan en español y el personaje central, basado en el poeta Walt Curtis, en inglés con algún apunte en español.
Si se contempla doblada todito es escuchado en castellano, perdiéndose la curiosa interrelación cultural en medio de la vorágine de entendimiento amoroso, ya que el amor, más que el sexo (que también pero con una exhibición nada gratuita), es el motor de Curtis en su odisea de amor difícil que le lleva a formar parte de un singular triángulo.

Aunque todo resulta episódico, anecdótico, lo sucedido no aburre en demasía ya que dibuja y trata a los personajes con afecto, en especial al licorero interpretado por Tim Streeter, quien es condicionado de forma permanente por Johnny, sabedor de su posición desequilibrada de afectos.

Al margen de ello, la película, bastante visible en su retrato de personajes perdedores con acertadas ubicaciones ambientales, es narrada con estilo y énfasis en sus angulos, contrastes lumínicos que aúnan expresionismo y verismo, primerísimos planos, y músicas que viajan de tonadas tradicionales mexicanas a guitarras blues hasta la grande Mercedes Sosa.
Rocco Fermo
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7
23 de marzo de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Montedoro se inspira en la historia real de la actriz protagonista, Pia Marie Ann: una mujer estadounidense de mediana edad que descubre inesperadamente sus verdaderos orígenes nada más morir sus padres. Profundamente afectada por una brutal crisis de identidad, decide irse de viaje con la esperanza de poder abrazar a la madre naturaleza, a la que jamás conoció. Así es como llega a un pequeño y remoto pueblo del sur de Italia llamado Montedoro.

Su llegada será recibida por un paisaje apocalíptico: el pueblo, encaramado sobre una majestuosa colina, está completamente abandonado. Gracias al encuentro casual con algunas personas misteriosas, aquellas que jamás quisieron abandonar del todo el pueblo, la protagonista llevará a cabo un fascinante y mágico viaje en el tiempo y en la memoria, reconciliándose con los espectros de un pasado desconocido al que, sin embargo, pertenece, partiendo de su árbol genealógico y del de una antigua y misteriosa comunidad, ahora extinta, que volverá a la vida por última vez.

El auténtico protagonista del film es el pueblo fantasma de Craco, abandonado por sus habitantes en 1963 a causa de un desprendimiento de enormes proporciones. Dominado por el castillo y por la torre normanda, Craco es un lugar fantástico, elegido por numerosos directores como Francesco Rosi o Mel Gibson para rodar sus obras. El cineasta Abbas Kiarostami ha dicho de la película que “Montedoro refleja bien este lugar inolvidable y pone fin de una vez a mi tentación de hacer una película en Craco”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Rocco Fermo
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9
9 de octubre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ungaretti hablaba de "alta y franca poesía", Pasolini de "rigor estético absoluto": era el año 1963 y se referían a una de esas películas que hoy definiríamos "fuera de la norma", lejos de cualquier posible catalogación de género, nacida del encuentro entre un crítico marxista con cierta experiencia en el documental como Pandolfi y un poeta y predicador católico como David Maria Turoldo.

La película, basada en una historia autobiográfica del padre Turoldo (Io non ero un bambino), cuenta la dura vida cotidiana en el Friuli de los años treinta de Checo, hijo de campesinos muy pobres, apodado por todos "espantapájaros", que finalmente su padre le quitará de la escuela para conseguir ayuda en el trabajo del campo.

Interpretado por actores absolutamente no profesionales (el protagonista, Adelfo Galli, fue uno de los niños acogidos en Nomadelfia), autoproducido y injustamente rechazado por el comité de selección del Festival de Venecia, conserva toda su fuerza emocional al describir un mundo campesino dividido entre la tentación de la emigración y la certeza de la pobreza.

Una curiosidad: la maestra es interpretada por Vera Pescarolo, futura esposa del director Giuliano Montaldo.
Rocco Fermo
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7
23 de marzo de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podríamos definir Le ragazze di Piazza di Spagna como uno de los exponentes iniciales del denominado “neorrealismo rosa”, que pocos años después tendría numerosos exponentes en cintas realizadas por nombres como Luigi Comencini, para Gina Lollobrigida o Sofía Loren. En cualquier caso, hay que señalar que se mantiene una considerable distancia cualitativa entre el título que comentamos y –por citar ejemplos característicos–, los poco estimulantes Pan, amor y… que poblaron las carteleras italianas. No era, sin embargo, la primera ocasión en la que Emmer trazaba un relato coral, a partir de las experiencias de diversos personajes imbricados en una misma base dramática. Fue algo que trasladó al cine italiano con Domenica d’agosto (1950), abriendo una corriente que tendría en la producción de dicho país una enorme continuidad, a través de la forma de episodios más o menos engarzados a través de un débil elemento argumental.

A partir de ese punto de partida, uno de los grandes aciertos del film de Emmer, es el de saber transmitir al espectador la fisicidad de una Roma en la que conviven al mismo tiempo la impronta de una ciudad siempre abierta al turismo, un empuje de progreso una vez dejado atrás la impronta de la II Guerrra Mundial y el Ventennio Neofascista y, al mismo tiempo, esa personalidad obrera, populachera y temperamental, que se manifestará sobre todo en el ámbito familiar de Marisa y Lucia. Todo ello se combinará con especial habilidad y, en no pocos instantes, con auténtica inspiración, en un relato colectivo que tiene la virtud de ir de menos a más, enganchando poco a poco al espectador a través de pequeñas pinceladas que irán abriéndonos al conocimiento y, obvio el señalarlo, al crecimiento de estas muchachas que se verán abocadas a una forzada madurez, en una Roma que junto a ellas se ve impelida a un necesario crecimiento y progreso, sin que ello lleve aparejada la renuncia a una personalidad única.

Dotada de un notable sentido del ritmo, lo cierto es que esa ligereza no impide que en su trazado de incorporen cargas de profundidad. Aspectos como la alienación de un trabajo que apenas es considerado más que un necesario sustento. Que incluso no llevan a sus subsidiarios a llevar una vida digna –ese escaso sueldo que recibe Alberto, que buscará en Elena la oportunidad de encontrar una vivienda digna, tal y como atinadamente señalará la voz en off del profesor–, la aglomeración en las viviendas humildes de familias de poblada composición. Las carencias vitales que, disimuladas dentro de un modo de vida en el que la familiaridad encierra no poca vulgaridad, comprenderán un estado existencial en donde lo tragicómico se da de la mano en más ocasiones de las deseadas. Y es precisamente en dicha circunstancia, donde a mi modo de ver se encuentra el aspecto más brillante de esta mirada en torno a la Roma popular de principios de los cincuenta. La capacidad del realizador se muestra en no pocos instantes, como ese impagable contraste tragicómico, que nos permite en apenas unos instantes ser testigos del dolor de los jóvenes por el intento de suicidio de Elena, traumatizada al descubrir el engaño de Alberto, hasta describirnos las hilarantes exageraciones marcadas por los vecinos del barrio popular en que se pone en boca de ellos una exagerada reacción de Augusto ante determinados disgustos con Marisa.

Esa mirada que oscila entre lo distanciado y lo entrañable, permite a Luciano Emmer mostrarse divertido ante los ridículos intentos del joven jinete por crecer en su estatura –ahí es nada, mostrarlo con un extraño artefacto que más bien parece una sofisticada horca– o sensible, al describir ese intento de una segunda oportunidad para la madre de Elena –Rosa (Leda Gloria)– de casarse de nuevo, en esta ocasión con un veterano inspector de trenes –Vittorio (Eduardo de Filippo)–, que se conocieron precisamente cuando ambos acudían al cementerio para honrar a sus respectivas parejas muertas. Será este sin duda el episodio más delicado del relato, ayudado por la extraordinaria performance de ambos intérpretes, el tempo que el realizador concede a la pudorosa reacción de Rosa cuando Vittorio le brinda el deseo de casarse, quizá como medio para que ambos abandonen su soledad. Será un episodio magnífico, quizá el epicentro dramático de esta atractiva película, que tendrá su instante más memorable cuando la hija logre unir de nuevo a estas dos personas condenadas a vivir juntas el resto de sus vidas, en un momento en el que las miradas de ambos –sobre todo el gesto de de Filippo–, apele a una hondura en la dignidad de sus sentimientos.

Le ragazze di Piazza di Spagna culminará una vez comprobemos cómo se encauzan las aventuras de juventud de nuestras tres protagonistas –una de las cuales será el encuentro de Elena con un joven y emprendedor taxista, encarnado por un jovencísimo Marcello Mastroianni–. El flashback que ha descrito la casi totalidad del metraje volverá a tiempo presente y, con él, la nostalgia invadirá los comentarios finales de ese profesor que, ya jamás podrá divertirse con la contemplación y la escucha de la andadura de esas tres alumnas suyas. En definitiva, con ellas desaparece quizá un pedazo de juventud ya perdida. Todo ello, en esta mirada en voz baja. En este mosaico de aparente corto alcance, que se muestra sin embargo revestido de no poca autenticidad. Autenticidad en sus marcos, en la tipología humana descrita, dentro de una ciudad por siempre dominada por los excesos y los contrastes.
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Rocco Fermo
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7
9 de marzo de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si en Celebración era un banquete familiar lo que servía de marco espacio-temporal para poner al descubierto las tensiones ocultas de los personajes, en "Ceux qui m'aiment prendront le train" de Patrice Chéreau es el funeral del artista pintor Jean-Baptiste la circunstancia que permite la reunión de un amplio grupo de familiares y amigos que pondrán de relieve los conflictos que les separan e incluso les enfrentan.

Presentado en el Festival de Cannes 1998, Los que me quieran cogerán el tren es un relato de estructura coral en el que los personajes, a modo de puzzle que se va recomponiendo a lo largo de dos días, van revelándose al espectador con una serie de gestos y de expresiones verbales en torno a cuestiones como el sexo, las drogas, la codicia, el embarazo, el SIDA, el suicidio, el aborto, la infidelidad, el travestismo, etc.

La ceremonia del entierro es el eje narrativo que delimita una primera y una segunda parte del film. Al principio, los personajes acuden a Limoges en tren y la cámara los sigue de forma nerviosa y entrecortada, como para expresar la inseguridad y la neurosis que los atenaza. En la parte final, en casa del hermano del difunto, llega el momento de los enfrentamientos y de quitarse todos las caretas, asumiendo cada uno su identidad y la responsabilidad que les corresponde.

Película ambiciosa, Los que me quieran cogerán el tren utiliza la estación de tren como símbolo del cruce de caminos, de personas y de sentimientos, estableciendo una serie de encuentros y desencuentros que pondrán en relieve la coexistencia del amor y del odio, de la vida y de la muerte, en una familia torturada por sus propias pasiones y obsesiones.

Patrice Chéreau recurre a formas narrativas de carácter vanguardista: ritmo atropellado, frases entrecortadas, cámara a mano, encuadres inestables, música variada, voces en off… en un intento de hacer un cine de autor, moderno y original, tendente a captar todo el caos y la complejidad de la vida contemporánea, de las difíciles relaciones interpersonales, en una sociedad postindustrial. Lamentablemente, el exceso de personajes impide una adecuada profundización de los mismos. Los problemas y tensiones se acumulan y en muchos momentos prevalece el sensacionalismo, la concepción literaria del guión, las expresiones histéricas y la mera voluntad de provocación. Mucho ruido que impide profundizar más en lo esencial.
Rocco Fermo
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