La mayor estupidez jamás perpetrada. La mierda de vaca más grande que he visto en mi vida. ¿Qué clase de infraser es Steven de Souza? Joder, con lo fácil que lo tenias, Steven. Adapto el videojuego, monto un torneito de lucha sazonado con dos o tres historias lacrimógenas y me queda una peli de acción la mar de digna, entrenida y sin pretensiones.

Pues no. Souza se sale por la tangente y se mete en un lío de cojones. Entonces le sale una especie de epopeya militar del olor de la mierda, con el glorioso y salvador ejército americano al mando. Mientras tanto, y para justificar la adaptación del videojuego, pululan en procesión una serie de personajes metidos con calzador en la (supuesta) historia: por ejemplo, Ryu y Ken son dos cantamañanas, Chun Li periodista y Honda conduce una furgoneta portando una camisa de flores. Me cuesta escribirlo sin reirme.

De las interpretaciones, poco se podia esperar de Van Damme, poco de Kilie Minogue, pero el pobre Raúl Juliá... sin comentarios, salvo uno: su actuación está a la altura del proyecto.

Entre la estupefacción, el odio a la raza humana y la verguenza ajena, el espectador no sabe si reir o llorar.

Me reitero. No exagero. La peor película de siempre. Dañina, cancerígena. Como muestra un botón. El patético discurso de Van Damme a sus soldados:

"Una historia de amor entre un padre y su hija".

Así la definió Clint Eastwood. Pero, partiendo de esa base, esta película es mucho más que eso. Se trata de la vida pura y dura, despojada de edulcorantes, mostrada con toda su crudeza y tambien con sus ocasionales rayitos de luz. Una historia de amor, sí, pero tambien de superación, de coraje, de sueños, del triunfo y el fracaso de Kipling.

La última oportunidad de Frankie Dunn y Maggie Fitzgerald me robó el corazón para siempre.

Es triste. Es sobria. Es un cuadro de oscuridad. Es una película demoledora.

Es hermosa. Es elegante. Es un ejercicio de ternura. Es una película inolvidable.

La mayor parte de las veces la belleza y la emoción aparecen de la forma más sencilla. Richard Farnsworth, una segadora, los campos de trigo de Iowa y la preciosa banda sonora se bastan y se sirven para crear, como dice Boyero, un regalo impagable para la historia del cine.

Una lástima que el señor Lynch no se prodigue con este tipo de historias. Por El hombre elefante y Una historia verdadera se le recordará en un futuro, y no por sus películas oníricas tan aplaudidas por los modernos tipo Terciopelo azul, Mullholland Drive y demás paranoias.

Volviendo al film, poco más que añadir. A quién no le toque el corazón es que no tiene corazón. Por mi parte, nada me gustaria más que llegar a anciano y poder decir, con sinceridad, como el viejo Alvin Straight: "He aprendido a separar el grano de la paja y dejar que las cosas pequeñas se las lleve el viento." No conozco forma más elevada de sabiduría.

Te levantas a las cuatro de la tarde de un sábado cualquiera con la peor de las resacas. Te tiras al sofá para acometer el intento de sobrevivir. Enciendes la tele. A ver qué coño ponen. La 1, la 2, la 3, la 4, la 5... ¡Oh, mierda! ¡La han vuelto a poner los cabrones!

Cuando ves a Papá Gafitas haciendo experimentos comienzas a sentir un profundo asco. La primera reacción de tu cerebro es diferenciar: ¿Esto será "he encogido a los niños" o "he agrandado al niño"? Cómo si eso importara...

Te han jodido pero bien. Te han recordado que el ser humano, la raza superior de la naturaleza, fue capaz de parir semejante engendro, y no una vez sino dos.

Maldito Telecinco.

La depresión ya no te la quita nadie. La resaca, tampoco.