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Críticas de Sergio Berbel
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Críticas 837
Críticas ordenadas por utilidad
7
27 de octubre de 2022
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que hay que hacer es reconocer la valentía que derrocha Deakla Keydar con la serie “La lección”. Hay que ser incluso temerario para crear una producción televisiva en Israel denunciando el odio profundo y enquistado de la población judía contra el pueblo palestino, las posiciones fascistas de sus alas más ultraderechistas que han logrado inculcar a la juventud un odio heredado contra Palestina y un racismo intolerable e irracional en un pueblo que de por sí siempre fue el perseguido y que ahora se ha convertido en el perseguidor.

Y, lo más meritorio de todo, es que lo hace a través de una historia que se desarrolla alrededor de un instituto, a partir de un conflicto entre un profesor de Educación Cívica progresista y activista por la convivencia entre judíos y árabes y una chica ultraderechista radicalizada que propugna la expulsión de los árabes de la piscina municipal.

A partir de ahí, el conflicto se desarrolla y va creciendo, pasando del instituto a la ciudad, de ésta a los medios de comunicación y de aquí a convertirse en un problema político. El problema de la serie es que, en ese periplo, va de más a menos y todo lo que resultaba apasionante como conflicto en el aula se va disolviendo un tanto en algunos lugares comunes de la cinematografía sobre el tema. A pesar de ello, no deja de ser un honesto acercamiento al punto conflictivo más caliente del planeta y un grito contra la política que Israel está perpetrando contra el pueblo palestino.
Sergio Berbel
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10
6 de mayo de 2021
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algún día se hará justicia y se colocará a Sergio Leone en el mismo pedestal en el que reinan para siempre Alfred Hitchcock o Billy Wilder. Sergio Leone es uno de los mejores directores de la historia del cine, y posiblemente el más personal de todos ellos (y estoy reflexionando lo que estoy afirmando sin rubor, no es fruto de un calentón). Es el hijo más preclaro de ese fenómeno-milagro que tuvo lugar en los años 70, la mejor década del cine para quien suscribe estas líneas, en los que la industria del cine decidió madurar (le duró lo que tardaron en llegar los monstruitos de los 80) y facturó las mejores películas de la historia.

Fueron los años donde el cine tocó techo de la mano de Francis Ford Coppola, Arthur Penn, Stanley Kubrick, Sydney Pollack, Peter Bogdanovich, Martin Scorsese, Bernardo Bertolucci, Woody Allen, Roman Polanski, Michael Cimino, George Roy Hill, Bob Fosse, Milos Forman... y Sergio Leone, quizás compendio de la experimentación habida por parte de todos ellos, que culmina en 1984 en la mejor expresión cinematográfica que haya visto en todos los días de mi vida. Y es que, para mí, y esto es algo muy personal pero parece que no tan exótico como pareciere a simple vista porque somos legión, “Érase una vez en América” es la mejor película de la historia del cine.

Sergio Leone culminó con ella su lenguaje propio, único, personal, intransferible, reconocible en cada plano como quizás nadie haya logrado a esa altura poética, tensa y magnética. Y “Érase una vez en América” es su obra maestra, la traslación al cine mafioso de todos los códigos de la sublimación poética del cine a través del perfeccionamiento minucioso y detallista de su genialmente sudoroso spaghetti-western, dejando para mí la cima del Séptimo Arte.

En ésta, su obra maestra por encima de todas las demás a años luz, incluso supera los códigos personalísimos que bordara en “Hasta que llegó su hora”. El uso de los tiempos congelados, primerísimos planos de más de un minuto, el juego permanente con el sonido (anulando conversaciones con la música o prolongando sonidos en el tiempo hasta la irritación maravillosamente insoportable del espectador, como esa escena en la que un teléfono suena durante 3 minutos ininterrumpidamente, similar al sonido del molino de viento de la estación en “Hasta que llegó su hora”), la poesía en cada plano y el uso de los saltos temporales como hilo narrativo explicativo, los reflejos en todos los espejos de Robert De Niro y sus miradas… Todo lo que hace Leone a Leone alcanza la perfección sublime en “Érase una vez en América”.

Y Ennio Morricone, claro. Porque esta película no existiría ni sería para mí la mejor jamás habida sin su música. Y es que este film sería la mitad de lo que es sin Morricone. El mejor compositor musical de la historia del cine hace su mejor partitura para esta cinta, o sea, que estamos ante la mejor banda sonora de la historia del cine y “Deborah´s Theme”, para mí, el mejor tema que se haya compuesto jamás para una película. No se podría entender a Leone sin Morricone. Forman un pack absoluto y la gloria solo se puede alcanzar cuando están juntos.

Esta maravillosa historia iniciática de unos aprendices de gangsters desde su infancia hasta su ancianidad es un orgasmo cinéfilo de principio a fin de sus 4 horas de metraje. Ese tono melancólico con lo el que está narrado todo a través de tres momentos temporales diferentes que nunca se estorban sino que, todo lo contrario, se complementan y explican unos en otros y unos sobre otros, es la cima de la narración cinematográfica. Y la genialidad de pintar de necesaria tristeza esta historia de amistad y violencia es de una dimensión imposible de alcanzar para nadie que no fuera Sergio Leone.

De entre sus tres líneas temporales narrativas, personalmente, me quedo con la de la infancia de sus protagonistas, por ser la más emotiva, mejor trazada y más delicada de todas ellas. Además de contener la mejor de todas sus escenas y una de las más grandes de la historia del cine, que es el espiado baile de Deborah en la trastienda, momento en el que el Séptimo Arte toca techo.

Y todo ello debidamente fundado en las mejores interpretaciones de su vida en el caso de Robert De Niro y de James Woods. Pero, hablando de actores y actrices (todos ellos igualmente sublimes) yo no puedo dejar de destacar por encima de todos y de todo a Jennifer Connelly, porque su personaje no debe salir más de 15 minutos en una cinta de 4 horas, pero es la dueña y señora de la función cuando se trataba entonces de una actriz aún menor de edad. El personaje de Deborah que construye te acompaña para el resto de tu vida, porque es imposible no caer a sus pies en un espectáculo interpretativo insuperable e inigualable por los siglos de los siglos, a la altura del de la también infante Natalie Portman de “Beautiful Girls” de Ted Demme.
Sergio Berbel
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10
19 de noviembre de 2023
18 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que logra Patricia Font en “El maestro que prometió el mar (El mestre que va prometre el mar)” es algo tan hermoso, honesto y maravilloso como necesario. Ahora, precisamente ahora más que nunca, resulta imprescindible narrar estas historias reales, para contrapesar el fascismo irrespirable que se ha apoderado de la sociedad mundial. Historias que me recuerdan la responsabilidad ineludible que tenemos como sociedad con respecto a la memoria histórica, pero también con la difusión de la educación y la cultura como único antídoto posible frente al pensamiento mediocre reaccionario que nos invade por tierra, mar y aire.

Patricia Font sabe combinar hábilmente dos propuestas precedentes y lo consigue de manera magistral: “Soldados de Salamina” de David Trueba en cuanto al recurso narrativo y “La lengua de las mariposas” de José Luis Cuerda en lo referente a su contenido. Lo hace además tirando de una durísima historia real, la de Antoni Benaiges, un maestro republicano catalán que es enviado a un remoto pueblo de la provincia de Burgos, Bañuelos de Bureba, para que se haga cargo de la escuela en 1935.

No será bien acogido en el pueblo, porque Antoni es catalán, es rojo, es profundamente republicano, publica artículos de opinión contra el capitalismo como sistema contrario al desarrollo humano natural y tiene un sistema educativo tan moderno e intuitivo como contrario a las esencias españolistas y católicas del municipio al que ha ido a parar. Todo será difícil. Incluso poder cumplir su promesa de llevar a los alumnos a ver el mar por primera vez en sus vidas.

Su historia la vamos descubriendo a través de la investigación de la nieta de uno de sus alumnos, Ariadna, interpretada por Laia Costa, que se enfrenta al horror de las fosas abiertas y las exhumaciones de seres inocentes asesinados para dar con los restos de su bisabuelo antes de que su abuelo muera. Utilizar una investigación del presente como “leit motiv” para conocer unos hechos del pasado, algo que David Trueba sublimó en “Soldados de Salamina” adaptando la novela homónima de Javier Cercas y que Patricia Font consigue mantener el pulso a la misma altura del maestro Trueba, lo cual no es decir poco.

Pero la película es, sobre todo, emocionante, profundamente emocionante, haciendo que se salten las lágrimas en numerosas ocasiones al espectador más frío. Y no lo consigue de una manera tramposa o sensiblera, sino todo lo contrario, siendo honesta con la historia real que cuenta y con los personajes reales que maneja, tanto el maestro como cada una de las alumnas y alumnos de la escuela, que van logrando hacerse un hueco en el corazón del cinéfilo.

Para ello, el film cuenta con tres trabajos interpretativos colosales: por supuesto, no podría empezar de otra manera, el de Laia Costa como la nieta rastreadora en torno a la memoria histórica, colosal, magistral, impactante, mágica, como la mejor actriz del planeta que es. Es igualmente “cum laude” la interpretación del maestro Antoni que nos regala Enric Auquer, siempre en el punto exacto de emoción y candidez, controlando el personaje en todo momento, resultando sublime siempre. La tercera en discordia es la gran Luisa Gavasa como la única amiga en el pueblo que tiene Antoni.

Un guión de Albert Val profundamente emocionante y honesto como pocos, trascribiendo al lenguaje cinematográfico la novela del mismo título de Francesc Escribano. Pero mención aparte merece su maravillosa partitura musical de Natasha Arizu del Valle, remarcando sutilmente todos los momentos importantes del film, también inteligentemente a la sombra la de “Soldados de Salamina” y, sobre todo, la portentosa dirección de fotografía de David Valldepérez, decolorada en las escenas de las fosas para crear un impacto más gélido y brutal, más saturada de color en la escuela, combinando ambas con una magnitud de sabiduría inconmensurable que hacen de esta película una experiencia fílmica ineludible.
Sergio Berbel
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10
16 de febrero de 2023
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seguramente “Fanny y Alexander” sea la obra definitiva y absoluta de Ingmar Bergman, el cineasta europeo definitivo y absoluto. Bergman, en el ocaso de su filmografía, decide legarnos su testamento cinematográfico rodando una serie para la televisión sueca (simultáneamente convertida en película para su exhibición en cines, con la que ganó 4 Oscars cuando dichos galardones aún tenían sentido y criterio) donde compendia toda su carrera y sus temas fundamentales en torno a los que su cine magistral y preclaro había girado desde siempre, desde la oscura realidad, a la filosofía o la teología más allá de lo tangible.

El resultado es excelso, una obra cumbre imprescindible para poder entender la historia del cine donde, a través del niño protagonista, Alexander, el genio sueco bucea a pulmón por su propia biografía y por toda la sabiduría atesorada a lo largo de décadas como cineasta de referencia en Europa. Y lo hace, y esto es lo más notable de todo, atravesando para ello varios géneros que conforman una cinta transversal como la vida misma: desde la comedia al drama más desgarrador, pasando por momentos de cine de terror psicológico o de escenas filosóficas y teológicas de primera magnitud, y resultando ganador “cum laude” en todos ellos. Ese hito sólo podía estar al alcance de Ingmar Bergman.

La historia, ambientada en la Suecia de comienzos del siglo XX, de la amplia familia burguesa Ekdahls, dedicada al teatro y a las artes, liberal en las costumbres y en los usos privados, vive en una especie de limbo libertario (sublime la primera parte de la cinta en torno a la Nochebuena), cuando todo se rompe al perder a uno de sus miembros, Oskar. Su viuda, Emilie, y sus dos hijos, Alexander y Fanny, tienen que salir de ese entorno hedonista cuando Emilie se casa con el Obispo, un terrible dictador sádico y fundamentalista religioso que los someterá al yugo de una vida insoportable, máxime para quienes han conocido otras formas y maneras.

Pero destaca sobre todo, además de los impagables diálogos propios de Bergman, la estética del film, especialmente en los tramos en los que roza el género de terror de forma excelsa y que marcan de manera indeleble a todo espectador que los atraviese cuando el film toma aliento precursor del realismo mágico y traspasa la frontera de la muerte para filosofar sabiamente sobre la vida.

Resulta pasmosa su actualidad cuatro décadas después de su estreno, resultando una obra magna tanto en formato serie como en película gracias a un guión del propio Bergman sencillamente insuperable y un elenco actoral para este film coral a una altura inconmensurable.

La música de Daniel Bell resulta siempre acertada y justa para subrayar las emociones necesarias y de la dirección de fotografía ni hablamos, dado que estamos ante otra obra magna del fotógrafo de cabecera de Bergman, Sven Nykvist, un absoluto mito.
Sergio Berbel
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8
28 de abril de 2023
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos más necesitados que nunca de que nos cuenten la historia desde el otro lado, de que nos erradiquen las hagiografías de unos para asomarnos a realidades que no resultaban tan terribles en los otros. En los tiempos donde el capitalismo salvaje nos ha arruinado, violado y amordazado como sistema único, nos llega una serie desde Croacia para susurrarnos al oído con cierta timidez pero enorme convicción que quizás los nuevos tiempos no hayan resultado mejores que los que vivieron durante la existencia de Yugoslavia; y también que el capitalismo puede ser muchísimo más inhumano y criminal que aquel otro lado del Telón de Acero.

Y lo mejor de todo ello es que “El último artefacto socialista” no es una serie política, ni mucho menos dogmática, sino profundamente humana, íntima y de personajes, de gentes que perdieron toda la dignidad como trabajadores al desaparecer Yugoslavia y que el capitalismo los etiquetó como perdedores para siempre. No tiene contenido político alguno y, sin embargo, es difícil resistirse a su inteligentísima tesis.

Hasta un remoto pueblo croata llegan dos inversores dispuestos a reflotar la antigua fábrica de turbinas de la Yugoslavia comunista para vender un único modelo a alguien que lo necesita. A su llegada, se encuentran un pueblo devastado que jamás volvió a levantar cabeza tras la caída del régimen y que malvive como puede devorado por el capitalismo salvaje imperante. Ese desembarco de un proyecto nuevo que en realidad es el de siempre comienza a cambiar para siempre las vidas de los habitantes que allí resisten como pueden.

Serie coral por vocación, cada uno de sus seis episodios se centra en un personaje diferente mientras va desarrollando una historia común. Seres que parecieren de carne y hueso y con los que el espectador empatiza fácilmente, trabajadores que nos reconciliarán con el orgullo obrero y la solidaridad de clase.

Correctamente dirigida por Dalibor Matanic, siempre con unos créditos finales brillantes, el guión basado en la novela de Robert Perisic es preciso y exacto y el elenco actoral que sostiene la serie resulta igualmente llamativo, como lo es también la música de Jura Ferina y Pavao Miholjevic, así como una excelente dirección de fotografía de Marko Brdar. Es tan buena, que no queda otra que perdonarle sus veleidades tendentes al “happy end” de forma permanente.
Sergio Berbel
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