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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 837
Críticas ordenadas por utilidad
6
19 de diciembre de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Black Beach” es una obra simplemente pasable creada por un artesano sin pretensiones de pasar a la posteridad sino de tan sólo entretener y ayudar a sobrellevar una sobremesa dominical de manera amena. No le puedes pedir más porque no es nada más. Si te conformas con un thriller político de turbios negocios blancos en una república bananera, terminarás satisfecho. Si buscas cine de calidad, evidentemente no.

Esteba Crespo cuenta con presupuesto más que holgado y una producción de lujo para conformar un producto meramente comercial pero bien elaborado a mayor gloria de Netflix, a la que no se le puede pedir más de lo que da. Evidentemente, de un cineasta que en 2017 firmó una obra maestra atemporal como “Amar”, que me cautivó hasta levitar, esperaba muchísimo más. Él me ha defraudado, Netflix me ha dado lo que da siempre: comercialidad superficial.

No obstante, en ningún momento pretendo dar a entender que estemos ante una mala película. Ni mucho menos. Es un buen y digno entretenimiento sobre los avatares de un negociador profesional, hijo además de una Comisionada de la ONU, al que se le encarga viajar a un remoto país africano para mediar en un secuestro de un ingeniero de una multinacional petrolífera por parte de un grupo presuntamente terrorista que quiere atacar la igualmente presunta estabilidad democrática de un gobierno títere en manos de dicha empresa multinacional.

Pero la llegada de Carlos, el protagonista perfectamente interpretado por el siempre excelso Raúl Arévalo, a dicho país no es la primera vez que tiene lugar en su biografía. Allí dejó mucho pasado mal cerrado que comenzará a salpicarle en la cara conforme se vaya implicando en el grave conflicto en el que está inmersa esa nación.

Una cinta mucho más interesante en el aspecto formal y visual, por su producción lujosa y una valiente dirección, que por un guión que peca de convencional y que pisa todos los lugares comunes que uno espera en un thriller político al uso, timorato y convencional.

Lo peor es que se trata de un film que peca de cobardía, porque en aras de los macroasuntos del thriller no aborda los microasuntos de una África violada, saqueada y mancillada por el blanco desde que el mundo es mundo hasta el mismísimo día de hoy. Y lo que quede. Sobre todo porque no hay que ser Albert Einstein para adivinar que ese metafórico país africano que muestra la película en el que se habla castellano es Guinea Ecuatorial y es una pena que no se entrara a fondo en la realidad social y política de ese país, de la cual nosotros somos directos responsables.
Sergio Berbel
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7
4 de diciembre de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El neorrealismo (expresamente citado incluso en una escena de esta película) se expandió desde su epicentro italiano a buena parte de la cinematografía europea. Incluso este país, sometido a la férrea censura franquista y dentro de los estrechos límites que se le marcaban, se unió a esa ola mostrando duras historias de perdedores, de barrios marginales y de pobreza en las calles. Un buen ejemplo de este movimiento es “Surcos”, el clásico de José Antonio Nieves Conde de 1951, con guión del propio cineasta y de Gonzalo Torrente Ballester, ni más ni menos, ambos falangistas y paradójicamente autores de una obra abiertamente crítica con la sociedad del momento. De hecho, estuvo nominada a la Palma de Oro en el Festival de Cannes de1952, hito no menor para la situación de nuestro cine en aquella época.

Citado siempre como paradigma neorrealista de nuestro cine, lo cierto es que ha envejecido mal pero, a pesar de ello, sigue siendo una expresa denuncia de las condiciones infrahumanas que les esperaban a las gentes del medio rural cuando acababan haciendo caso al canto de sirenas que los empujaba a emigrar a la ciudad y comprobaban que nada era el oro que se suponía que relucía.

“Surcos” fija su vista en una familia compuesta de los padres, dos hijos y una hija. Abandonan el pueblo para intentar mejorar de vida en la gran ciudad, pero nada es sencillo ni las cosas salen bien por arte de magia. El padre no encuentra trabajo alguno al no tener más conocimientos que los de la agricultura; la madre intenta estirar un dinero que no llega para sobrevivir; el hijo mayor inicia una senda peligrosa trabajando para el mafioso del barrio y se entremezcla en sucias cuestiones de estraperlo; el mediano no sabe qué hacer con su vida y encuentra un trabajo como chico de los recados; la hija menor sueña con ser artista. Todos viviendo hacinados en un pequeño piso en una corrala con unos familiares que ya habían emigrado tiempo atrás.

Pero los sueños no son para los pobres. El peso de las clases sociales es más evidente en la ciudad que en el campo incluso. Las puertas se cierran y los caminos no conducen a ninguna parte.

El verismo propio de la estética neorrealista se impone en lo formal y un adusto blanco y negro cae a plomo sobre el espectador. Determinadas notas expresionistas y algunos alardes de montaje adelantados para su tiempo dan brillo a este recomendable film.

Hay una frase en la película muy llamativa, pronunciada por un habitante de la gran ciudad cuando ve llegar a la humilde familia del campo: “Éstos vienen a quitarnos nuestro trabajo”. Hay cosas que nunca cambiarán.
Sergio Berbel
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8
26 de enero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La década de los 70 es mi momento preferido de la historia del cine. En aquel contexto histórico concreto y por una pléyade de motivos concurrentes diferentes, Hollywood abrió la mano para hacer posible la creación de cine adulto y profundo, comprometido e intelectual. Fue el momento de Coppola, Leone, Bertolucci, Bogdanovic, Pollack, Roy Hill, Penn... Duró apenas lo que tardaron en llegar los 80 cargados de monstruitos entrañables, pero el legado será siempre eterno.

“Network” es un ejemplo de libro de la mejor época del cine. Un artesano honesto y consecuente, Sidney Lumet, con tanta modestia como pulso, firmó una ácida y devastadora obra contra la náusea de las empresas periodísticas, el amarillismo, el repugnante sensacionalismo y el capitalismo como causa de todos los males que nos siguen afligiendo hoy día.

Parece mentira que una película estrenada en 1976 sea hoy más actual que nunca en su análisis sobre las miserias de la prensa y de las grandes compañías capitalistas que se esconden tras las cabeceras de los medios de comunicación. Más actual casi que entonces, o tal actual como siempre.

El presentador de los informativos de la Cadena UBS va a ser despedido por su baja audiencia y decide anunciar que se va a suicidar ante las cámaras en el último día que presente el programa. La sociedad se revoluciona, la cadena ve las posibilidades propagandísticas y de mercadotecnia del anuncio y decide explotarlo de la forma más vil y rastreramente capitalista que pueda imaginarse. La verdad, la información y la dignidad humana son lo de menos, lo que importa son las cuentas de resultados y la audiencia, al precio que sea, a costa de lo que sea. La vida misma.

La película, con un elenco actoral que quita el hipo, nos muestra de forma coral un conjunto de personajes, a cual más esclavo de sus propios intereses y más ajeno a moral alguna, gentes que sólo ven a través de las cuentas bancarias y los datos de audiencia, a los que la verdad nada importa ni importará nunca. Un documental dramatizado más que una obra de ficción.
Sergio Berbel
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9
21 de enero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Espartaco” no ha envejecido bien. Los mejores rasgos de estilo del dios Stanley Kubrick, probablemente el director más importante e influyente que haya dado el Séptimo Arte, se perciben en nuestra época un tanto anestesiados ante la necesidad de entregar un péplum canónico que cumpla con todas las reglas propias del género en su momento. El montaje abrupto, la música estridente o ciertos pasajes excesivamente añejos que dejan traslucir que se trataba de un encargo y de que Stanley Kubrick había heredado un rodaje iniciado por Anthony Mann, lastran la obra final y la dejan un tanto por debajo del nivel estelar de la filmografía de uno de los más grandes directores de la historia del cine.

Y, a pesar de todo ello, se redime y se ofrece muy por encima de todos los productos de la época gracias a ciertos alardes técnicos de Kubrick y, sobre todo, gracias a la excelsa interpretación de Kirk Douglas. Porque este portentoso actor no era sólo el último vestigio de la etapa dorada de los estudios de Hollywood, también era un tipo temperamental, vehemente, progresista, valiente, políticamente señalado y uno de los mayores artífices del final de uno de los episodios más vergonzosos de la historia norteamericana, la incalificablemente fascista “Caza de brujas” del vomitivo McCarthy, donde todo intelectual era susceptible de ser tomado por comunista y, lo que es peor, a partir de lo cual ser objeto de persecución personal y profesional sin recato.

El propio guionista de “Espartaco”, Dalton Trumbo, miembro confeso del Partido Comunista norteamericano, fue víctima del criminal senador McCarthy y tan sólo gracias a Kirk Douglas pudo firmar finalmente y tras miles de vicisitudes el guión de la cinta. Una historia que está muy bien reflejada en la magnífica película “Trumbo” de Jay Roach, cuya visión recomiendo encarecidamente como complemento a "Espartaco".

Ese espíritu progresista se lee perfectamente en cada línea de guión de “Espartaco”, atrevido dentro de una ortodoxia general, donde los esclavos pronuncian frases libertarias sin tapujos, los políticos muestran el cinismo de un sistema corrupto, donde incluso la homosexualidad se explicita en una escena abiertamente sincera con Antonino como objeto de deseo…

Para tratarse de un péplum al uso, y no otra cosa pretende ser “Espartaco”, el atrevimiento al guión de Dalton Trumbo y a la confección de ciertos planos (dentro de un clasicismo académico en este caso) de Kubrick, supone una ruptura con la generalización del momento y, en consecuencia, justifica el mito.
Porque de eso trata de la película especialmente, de la rebelión de los esclavos contra la república romana.

Y en eso triunfa y además nos regala una explicación por origen de muchas escenas de "Gladiator" de Ridley Scott que ya están más que anunciadas en "Espartaco".
Sergio Berbel
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10
12 de diciembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el páramo artístico de la represión brutal que la dictadura fascista franquista ejercía sobre la cultura, era difícil lograr trascender los productos cinematográficos de consumo de masas con propuestas populares para hacer un cine eterno y perdurable. Muy pocos lo intentaban y aún menos lo conseguían. Seguramente Juan Antonio Bardem fue el más importante de todos ellos, junto con Berlanga y Fernán Gómez.

Cine de portentosa calidad artística como vehículo de unos guiones complejos que dejaban traslucir de forma presunta todo el desprecio vomitivo que le producía la dictadura criminal fascista de Franco. Si “Calle mayor” ofrece uno de los mejores análisis de las clases populares de aquel país asfixiante, beato, miserable y gris, “Muerte de un ciclista” es una radiografía exacta de la miseria moral que anidaba en las clases altas, sin piedad con sus personajes ni posibilidad de redención. Mucho más que justo Premio FIPRESCI en el Festival de Cannes de 1955 para esta obra maestra inconmensurable a medio camino entre el cine de Hitchcock y el neorrealismo.

Con unos encuadres preciosistas y rompedores para la época y un deseo de trascender la mera narración para hacer arte, Bardem entrega a una pareja de profesionales en estado de gracia, Alberto Closas y Lucía Bosé las herramientas para contar la historia de una pareja adúltera de la alta sociedad madrileña que, cuando vuelven de un encuentro oculto, atropellan a un ciclista y, para que nadie descubra que iban juntos en el coche, lo abandonan en la carretera causándole la muerte.

Las implicaciones de semejante hecho salpicarán a la pareja de forma definitiva y torcerá el rumbo de sus vidas. A partir de dicha premisa argumental, Juan Antonio Bardem disecciona el mundo de las apariencias, del pijismo, del aparentar, de la falsedad, de los sepulcros blanqueados que esconden putrefacción dentro, de la asfixiante diferencia de clases sociales en la sociedad franquista de la época, del enchufismo, de la cobardía, del sometimiento al poderoso caballero Don Dólar…

Sublime escena para la historia del cine la del tablao flamenco, donde la tensión va in crescendo hasta hacerse insoportable sin diálogos, tan solo con el fondo musical y basado en las miradas cruzadas de los personajes entre sí.

Una película donde los únicos buenos que aparecen son los secundarios pobres, los del proletariado, como las familias que malviven hacinadas en la corrala, o la estudiante universitaria víctima del egoísmo del protagonista. Solo la clase baja muestra algunos rasgos de bondad, de sinceridad, de ser desprendidos. Los ricos, y los que sin serlo viven revoloteando alrededor de ellos (espléndido personaje el de Rafa, el crítico cultural pobre que vive a expensas de la burguesía, valiente crítica de Bardem), son miserables y rastreros y no tienen piedad entre ellos y mucho menos con los de abajo, sobre los que solo conciben como alfombra para pisotear.

El final de la película, terriblemente lúcido aunque tocado por la moral del momento, es el broche perfecto para una obra maestra imperecedera de visión imprescindible.
Sergio Berbel
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