Se de sobra que “Sombras y niebla” no es una de las mejores obras de Allen (debido, en cierta medida, a que el listón se encuentra terriblemente alto), pero para mí, resulta una de sus obras más reconfortantes.
El guión, una rara mezcla de géneros y situaciones, desde el suspense más tétrico a la comedia, es uno de los más sensuales de Allen. Digo sensual y digo sonoro, atractivo, envolvente. Su ritmo es calmado, resulta rotundamente teatral, y por ello doblemente estimulante.
El salto entre el romance, la comedia y la intriga resulta original. Allen sabe jugar con todos los registros, captar la atención a su antojo, desviarla según sus intenciones.
Los personajes resultan tan reales como irreales. Al igual que toda la película, son producto de la deformación que produce la noche y la niebla. (Ver Spoiler).
Allen, más como guionista que como actor, dispara sus críticas contra los policías vagos e ineficaces, los sacerdotes avaros, la justicia arbitraria, que utiliza al desafortunado como chivo expiatorio de sus sospechas, el pueblo ávido de buscar un culpable al que castigar rápidamente… Y todo esto bajo un acabado artístico impoluto, lleno de misterio y atmósfera.
La fotografía, como es de esperar (y desear) en una obra en blanco y negro, es sorpréndete, especialmente en los momentos en los que las figuras se pierden en la oscuridad y el espectador cree formar parte de la misma negrura.
“Sombras y niebla” es una sociedad caprichosa, una ciudad, un vagabundear por la oscuridad y las dudas propias del carácter existencialista de Allen. Una crítica mordaz, una obra teatral y un mundo en el que tanto los protagonistas como el espectador se ven atrapados.

Posíblemente, la más marxista (por Groucho) de las obras de Allen.

Rodada cámara al hombro, con elocuente ritmo (quizá para compensar el tono falaz, tan televisivo, de sus escenarios), ofrece larguísimos (y dificultosos) planos secuencia y una abigarrada sensación de acrobacia circense, de nuevo, muy en la línea de los Marx.

Incluso, nos destapa algunos trucos de magia mientras hace slalom entre las diferentes credulidades de la vida, bien políticas, bien religiosas. Allen lo vuelve a lograr.

Sorprende, gratamente, que a diez años de "Interiors" Allen se saque de la manga "Another woman".

Ambas aguardan infinitud de similitudes: Protagonismo de una mujer madura, ambiente familiar opresivo y una estética común, repleta de tonos grises y pálidos, rozando la monocromía en paredes, muebles y ropajes, y que ambientan un estado psicológico opresivo y denso. Ambas cintas son parejas, podrían venderlas en pack si les diera la gana.

Volviendo a la estética, "Another woman" no solo ofrece tonos pálidos, también una resolución fotográfica sencilla pero efectiva, cercana, rozando el intimismo, para conversaciones susurradas que se desarrollan, entiéndase, a corazón abierto. Mientras, Allen, nos permite saltar entre el presente y el pasado, la realidad y el sueño, por medio de personajes que se entrelazan de forma surrealista, que saltan, en una misma escena, de la juventud a la madurez según se desarrollan sus recuerdos, o estos se vuelven más dolorosos. Un recurso sorprendente que aporta un cierto carácter psicoanalítico a la cinta, elemento, por cierto, también frecuente en el trabajo del director.

El resultado es una obra de espléndida madurez, muy abierta término formales, pese a lo opresivo de su desarrollo. Una cinta bien echa, inteligéntemente escrita, montada y dirigida.

A día de hoy, tiempo del color, el Dolby, los grandes efectos y demás… se sigue haciendo buen cine, aunque eso sí, se encuentra cada vez más escondido. Es por eso que ver películas como “M” es un acto agradable y fructífero, uno aprende y valora algo con lo que en cierta medida se siente deudor.
Lo más destacable: La dualidad entre el sistema policial profesional y el sistema popular, la actuación de Lorre y la intensa atmósfera.
Resumiendo rápidamente. La tensión creada parte del desagradable papel de Lorre, este desarrolla el conflicto entre el deber policial y el querer popular, encendiendo la mecha del film. Esta mecha estalla en uno de esos finales que se recuerdan por siempre, siendo la escena del juicio un momento en el que el más mínimo gesto cuenta, en el que todos parecen actores de primera y en el que Lorre asusta con su desgarrado monólogo. Nos hace incluso cambiar de opiniones, nos confunde, nos muestra que la ley no es tan sencilla de aplicar, que la mente humana de un asesino es retorcida.
Finalmente la atmósfera usa la baza del desarrollo en escenarios cerrados: elegantes salones, fábricas, tabernas, casas pobres… Estos representan casi la totalidad de la película, jugando con ambientes claustrofóbicos, atestados de humo y personal. La oscuridad hace acto de presencia de manera continuada, las sombras se convierten en personajes y la cámara toma perspectivas lejanas, principalmente en las escasas escenas exteriores, completando de esta manera la estética. Con todo esto, Lang, nos hace ver la acción como si nos tratáramos de mirones, observando al asesino… a sus perseguidores, a los perseguidos…

Te digo "La misión". Imponente, ¿verdad? "La misión"... A las gentes de 50 tacos, más o menos, les encanta decirlo; se inflan. "Que música tan bonita...". "La misión". Mucho ojito, tarde o temprano darás con alguno de esos que recetan "La misión" compulsivamente a vecinos, amigos y parientes de provincias.

Yo le tengo manía a las gentes de bien que gustan de ponerse el babero cuando hablan de esos clásicos de hace dos días, de grandes panorámicas y melodías lacrimógenas. "La misión" es uno de esos "must see" que suelen decir, bien rodada, jugando entre lo poético y lo simbólico, pero irreverentemente emocional.

Ese gusto por los sentimientos reciclados convierte cada fotograma en un ring en el que el "bien" y el "mal" se dan de codazos; como resultado, la narración se infantiliza y los personajes terminan por anquilosarse. "Película bonita" (y a mi eso me dolería).