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España España · Madrid
Críticas de J C
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Críticas 76
Críticas ordenadas por utilidad
7
4 de julio de 2011
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva película de Thomas McCarthy, tras la excelente The visitor, vuelve a incurrir en terrenos ya frecuentados por este cineasta que ha hecho de la independencia algo más que una manera de narrar al margen de lo establecido por la industria jolibudiense. Asuntos como la inadaptación o la incomunicación vuelven a confluir en una obra magníficamente narrada, en la que no existen buenos ni malos, sino seres que se mueven por instinto, haciendo incluso a veces de la ambigüedad una forma de vida.
Aunque la película podría ser una metáfora sobre el hecho de la victoria como meta (de ahí el título) o como fórmula para salir de lo banal y acceder a cosas más importantes, también es una reflexión sobre la soledad o la antes mencionada incomunicación o imposibilidad de empatizar con otros seres humanos.
Si bien el drama planea sobre la película en todo momento, casi desde su inicio, McCarthy opta por dejar que afloren situaciones de comedia que consiguen desinflarla de trascendencia y dejar que se vea con agrado. Giamatti vuelve a estar a la altura, arropado por unos buenos secundarios y sustentado por un guión bien urdido que no decae en ningún momento.
Sin duda uno de los aciertos de McCarthy es situar su mirada a la distancia suficiente para que los personajes, más que sentirse observados, se muevan e interactúen como si nadie los mirase. Y otro de sus méritos es que sus películas, y ahí es donde la palabra independencia adquiere su verdadero sentido, se despojan de artificios y excesos para revestirse de una naturalidad que las convierte en creíbles. No está mal.
J C
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10
26 de mayo de 2011
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva película de Woody Allen pertenece sin duda al grupo de esas obras suyas que, sin renunciar a sus temas y estilo habituales, trascienden la pura anécdota para ir más allá de lo común y ofrecer algo aún más original de lo que nos tiene acostumbrados. A esa categoría podrían adscribirse películas como La rosa púrpura de El Cairo o la más reciente La maldición del escorpión de jade, donde el neoyorquino introducía elementos fantásticos que las dotaban de una originalidad nada gratuita.
Ante todo, Midnight in Paris es una declaración de amor a esa ciudad, a la par que un tributo a quienes hicieron de ella inspiración, patria y forma de vida. Pero también es romanticismo, emoción, cuento maravilloso, poesía filmada y cine en estado puro, tocado con la gracia del mejor Woody Allen, que no nos entregaba una obra tan redonda y magistral desde la mencionada La maldición del escorpión de jade.
En esta ocasión la comedia vuelve a predominar sobre otros géneros, trazada en un guión certero y nada pretencioso, salpicado de momentos que ya forman parte por derecho propio de lo mejor de la filmografía del neoyorquino y, por qué no, de la historia del cine. Los actores, como siempre, se dejan mimar por el arte de Allen para dialogar, para moverse por una trama carente de cualquier artificiosidad o rimbombancia: más que correcto Owen Wilson mimetizando el personaje de Allen; deliciosa Marion Cotillard en un registro romántico y lleno de matices sensuales y casi oníricos. Atención a una secuencia impagable entre el protagonista y Buñuel, a la luminosidad de Marion Cotillard en prácticamente todas sus apariciones en pantalla, a la hermosa escena final... En suma, una película para disfrutar y reencontrarse con el mejor cine de Woody Allen, con su varita mágica y su siempre notable sabiduría para describir los sentimientos y las relaciones humanas.
Mitómana sin caer en lo pedante (atención también al personaje del amigo de la novia del protagonista). Romántica, que no cursi. Emocionante. Sencillamente sublime. Así es Midnight in Paris.
J C
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7
14 de marzo de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva película de Disney no decepcionará, sin duda, a quienes han gustado de una filmografía en la que siempre han imperado clasicismo y tradición como marcas habituales de la casa. En esta ocasión se vuelve a echar mano de un cuento clásico para construir una película en la que se equilibran perfectamente los ingredientes que han dado fama y fortuna a la compañía de animación. La historia de Rapunzel, la princesa de larga cabellera encerrada en una torre por su madrastra, da el juego necesario para mezclar música, humor, amor y un toque de drama, todo ello bien dosificado y sabiamente planificado por los creadores del filme.
Enredados es muy entretenida y se deja ver con agrado, sin sorpresas y sin grandes alardes que la diferencien de otros trabajos anteriores de Disney. Por eso insisto en que no molestará a sus seguidores, todo lo contrario, y sí a sus detractores, que volverán a encontrar lo de siempre. Buen cine de animación, en suma, para los amantes del género y aficionados a los cuentos. De eso hay y mucho en esta cinta.
J C
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9
31 de marzo de 2012
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia podría contarse de muchas formas, y probablemente ya se ha hecho, antes y después de que Louis Malle decidiera rodar esta hermosa película en 1971. Seguramente no era nuevo para el cine abordar en imágenes la iniciación de un joven al deseo, su asombrado descubrimiento del sexo y sus repliegues, del amor como expresión artística y humana. Pero quizá no se había hecho de este modo poético y contemplativo, utilizando la sobriedad como medio y la sutileza como instrumento de precisión.
Toda la película se articula en torno a una búsqueda, la de Laurent, el protagonista, un adolescente francés sumergido en plena década de los cincuenta, con el fondo de la guerra de Indochina y la caricia del jazz como bálsamo contra la indiferencia de su padre y la petulancia de sus hermanos mayores. Sólo la fascinación que siente por su madre italiana, interpretada por la maravillosa Lea Massari, va alimentando el deseo que no llega a culminar en las mujeres que va frecuentando a lo largo de esa búsqueda serena e incesante de la belleza. Insisto en que todo esto podría contarse de un modo mucho más mórbido, pero Malle prefiere la poesía al exceso y le sale bien el propósito, pergeñando una película más cercana a lo lírico que a lo épico.
Secuencias de una belleza plástica tan intensa como el baño de la madre de Laurent (repito, espléndida Lea massari), ante los fascinados ojos del adolescente que la mira, hijo y enamorado, Edipo redimido por la ternura de ese momento especial e incomparable, convierten esta película en una experiencia única. Es curioso
que, años más tarde, en la igualmente sublime “Atlantic City”, Burt Lancaster observará con idéntica fascinación a Susan Sarandon mientras se lava. ¿Casualidad?
Los ojos del protagonista, Laurent, su callado amor por la madre que lo ama, su secreto deseo de poseerla, nos van dando a retazos las claves de una historia que va creciendo a medida que la pasión del chico. Pero Malle no se recrea en la morbidez de la situación, todo fluye de una manera natural, como las obras de arte, igual que esos lienzos que parecen pintados por la mano de un niño. Creo que ahí está la grandeza de esta película, su profunda inocencia, su bella ingenuidad, que la convierten en una historia de amor, la crónica del instante sublime que es su desenlace, la realización del deseo en su máxima expresión. “Ha sido algo muy tierno que no se repetirá”, sentencia Lea Massari, perpleja y fascinada ante el milagro que acaba de producirse. Y nosotros sabemos que aunque no se repita, el instante será único y quedará ahí para siempre, como la estela de un verso inextinguible.
J C
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7
1 de abril de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay cineastas que entienden las películas como simples trazos de la realidad que los rodea, que anteponen la sinceridad de una imagen a la ambigüedad de lo forzadamente impostado. El argentino Carlos Sorín ha sido fiel a esta manera de narrar desde la sorprendente “historias mínimas” hasta el filme que ahora nos ocupa, con algún pequeño adulterio para frecuentar otros géneros sin renunciar, no obstante, a su estilo directo y semidocumental.
Siguiendo los pasos al comercial de una empresa de rodamientos que ha decidido pasar sus vacaciones en la Patagonia con la intención de pescar tiburones, aunque esto sea sólo el ‘macguffin’ para contarnos el reencuentro con su hija, a la que no ve hace años, Sorín, valiéndose nuevamente de actores no profesionales, indaga sin artificios en el itinerario de este ex alcohólico, secundado por un entrenador de boxeo y el propietario del barco en el que pretende salir a pescar.
Sin moralinas ni juicios sobre los personajes, al realizador argentino le bastan dos o tres pinceladas secas para darnos su medida exacta. Algo a lo que contribuye el hecho de que la película esté narrada prácticamente en tiempo real, con la cámara a ras de sus protagonistas, sin intervenir en sus vidas más de lo necesario. Cine honesto y sencillo, fugitivo de altisonancias y regodeos, creíble y con vocación de humildad.
J C
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