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España España · Los Llanos de Aridane
Críticas de Nairdan
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Críticas 87
Críticas ordenadas por utilidad
8
29 de diciembre de 2007
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Espero que la "tradición" comenzada el año pasado de encontrarnos con una buena película de acción en el profundo mundo de estrenos de verano siga latente en años venideros. El año pasado nos encontramos con la estupenda Misión imposible 3 y este año con esta película de Paul Greengrass (autor de esa obra maestra que es United 93). El ultimatum de Bourne funciona a muchos niveles, funciona como ejemplar y excelente película de acción, funciona como un perturbador estudio sobre el estado de las cosas en el mundo y funciona como certera radiografía del poder. Las escenas de acción son un prodigio de ritmo, montaje y dirección y hacen que vibres como espectador. Matt Damon está de lo más convincente en su desesperada búsqueda de respuestas y Joan Allen y David Strathairn lo secundan estupendamente. Un placer como la copa de un pino dentro de tanto subproducto de acción con una nula concepción de estilo y ritmo.
Nairdan
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8
24 de febrero de 2021
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Babadook, debut en la dirección de la actriz Jennifer Kent, es una cinta de terror que parte de resortes clásicos, con unos honorables y evidentes referentes (Polanski, Kubrick, cine japonés) y que logra asustar y sorprender. Es un inteligente artefacto de horror donde la sabiduría de su responsable se puede observar en lo bien que arma dramáticamente el conflicto y la tridimensionalidad que otorga a los personajes, o al menos a los que importa. A saber, Amelia y su hijo Samuel, la relación más intensa de la película, y el centro y fuerza motor de toda la peripecia.

Una vez definido a la perfección el drama de la historia, cuando lo expuesto tiene profundidad y hondura a nivel emotivo, entonces puede empezar la cadena de sustos. Y cómo lo hace. Kent orquesta la historia con los elementos precisos y no se sale del canon a la hora de establecer la progresión de la parte más abiertamente terrorífica. Como todo buen amante del género sabe, una vez están establecidos los puntos, puede comenzar el miedo. Y aquí lo hace sacando máximo partido de la localización estrella (esa casa tan siniestra) y con una planificación escénica sobresaliente, que usa los encuadres, ángulos y decorados para inquietar sin recurrir al despliegue de hemoglobina.

En su repaso a los resortes más clásicos y lugares comunes del género sí que es verdad que existen momentos más previsibles (el empujón a la prima, el futuro de Bugsy) y que se aplica una elipsis para avanzar la acción y cerrar la historia en lugar de lidiar con las consecuencias de esa noche tan intensa, pero la elegancia y el expeditivo uso de los elementos aquí conjurados suple con creces las deficiencias. Con el estupendo protagonismo de Essie Davis, que muestra múltiples registros a lo largo del metraje, y el pequeño Noah Wiseman demostrando un aplomo admirable, la directora y guionista altera el estado de conciencia de la película con eficaces recursos pirotécnicos y jugando siempre con las apariciones del escalofriante Babadook, ideal monstruo de cuento mortal que priva de sueño a madre e hijo.

El uso de fragmentos de películas que son capaces de dialogar con la agitada mente de Amelia (desde Mario Bava hasta los milenarios cortos de George Meliès o el español Segundo de Chomón, amén del fragmento de El extraño amor de Martha Ivers), hacen que el suspense y la violencia crezcan en espiral ascendente hasta concentrarse en una noche infernal en la que se lidia con traumas no superados. Es una cinta contenida y fría, que una vez se desate irá a por todas, hasta invocando algunos pensamientos incómodos e ideas políticamente incorrectas.

Y es que ese es otro de los grandes logros de Babadook, el plantear la historia creando ambigüedades respecto a temas como los terrores nocturnos, la culpa, la maternidad sobreprotectora, el deseo reprimido, la falta de disciplina, la mirada del otro o las proyecciones de nuestras emociones sobre los demás. La cineasta sabe jugar con el poder metafórico de todos estos conceptos, y como la relación maternofilial y su entorno está descrita con tal acierto, puede permitirse caminar por la cuerda floja que separa lo sobrenatural de lo psicótico hasta que toma una decisión. Una decisión que espolea el debate posterior y confirma a Kent y su cinta con un muy meritorio ejemplo de cine de terror que respeta sus fuentes y, lo mejor, que sobresalta.
Nairdan
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7
26 de febrero de 2021
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Era cuestión de tiempo que Angelina Jolie acabara dirigiéndose a sí misma, ya que es la ambición de muchos intérpretes reconvertidos en directores/guionistas el servirse retos de envergadura, en este caso doble (escribirse un papel complejo y a la vez capitanear el siempre complicado barco que es un rodaje). Tras tres largometrajes que exploran historias de otros pero que de alguna u otra manera le tocaban de cerca, la directora ha decidido lanzarse a una aventura de lo más curiosa y personal. Un drama intenso y elegante que explora las nociones de la pena y el amor en un marco tan hermoso como su pareja protagonista, la propia Jolie –que como actriz se queda a medio gas– y su ahora ex-marido Brad Pitt –estupendo–, productores además del proyecto.

Frente al mar cuenta la estancia en un hotel de Malta de una pareja neoyorquina tocada por una desgracia. De entrada un misterio, ya que no sabremos exactamente qué mal ha trastocado sus existencias hasta cerca del desenlace, y una propuesta que trata de no caer en obviedades ni caminos fáciles, algo que se agradece mucho en una temática –la de los dramas de pareja– aquejados de un sinfín de lugares comunes e instantáneas repetidas. Pero también de referentes tan magistrales que cualquier nuevo intento se recibe con la ceja arqueada, algo que le ha pasado a ésta notable película desde que se estrenara en Estados Unidos el pasado noviembre.

La cinta está a medio camino entre las loables intenciones de Jolie y el resultado final. Aquejada de una construcción dramática que finalmente se revela de manual de guionista, con arcos de personaje transparentes y una concatenación de eventos que llevan mansamente a un clímax dramático al que sucede la calma, Frente al mar tiene sus mayores virtudes en las decisiones más atrevidas. La cineasta y su equipo han creado un envoltorio no solo primoroso sino muy adecuado, evitando casi siempre el caer en lo estético porque sí y dejando que la narración la muevan los tumultuosos sentimientos de la pareja protagonista, las cosas que hacen para llenar su rutina diaria.

Este es un relato de sentimientos a flor de piel, de emociones en crudo, y no hay apenas momentos de relajo. Que se nos prive además de los finales de las escenas –una decisión muy curiosa– o se dedique tanta parte del metraje a los silencios y devenires (físicos y mentales) de los personajes y a explorar con la cámara el lugar es algo maravilloso, porque acentúa la suerte de catatonia emocional en que ambos están envueltos. Y una de la que deben tratar de salir.

Para ello entran en la vida de Vanessa y Roland unos Fantasmas de las Navidades Pasadas y Futuras que se materializan en una pareja de recién casados que habitan la suite contigua y un viudo muy reciente que lleva el bar donde Roland ahoga sus penas. Su alcance metafórico es básico y dificulta su existencia como seres dimensionales, pero la dinámica en la que meten al matrimonio protagonista es muy interesante, sobre todo en la subtrama voyeur, planteada y rodada con mucha atención al detalle y apelando a lo intangible de las emociones humanas. El dramatismo de su historia puede parecer caprichoso sino se regulan mejor los elementos, aunque su reivindicación de la fuerza del amor y la comprensión merece ser destacada.

Bailando en ese equilibrio entre la voluntad de diferencia y lo ortopédico del desarrollo dramático, Frente al mar queda finalmente como una propuesta con muchas virtudes dentro pero que como Todo adolece de problemas de envergadura. Si la forma es irreprochable, al fondo le faltaba algo más de valentía para cerrar la historia en alto y no irse a un proceso de posible sanación que deviene en exceso sencillo.
Nairdan
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Absent
Documental
Estados Unidos2015
--
Documental
7
25 de febrero de 2021
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Este es uno de esos documentales de tan transparente concepción y ejecución que uno pensaría que no puede habitar en él grandeza, pero estaría equivocado. El director y co-guionista Matthew Mishory escuchó la historia de su padre sobre la región moldava de Marculesti, que en 1941 fue masacrada por las fuerzas que querían erradicar a los judíos de la faz de la Tierra. En octubre de 2013, Mishory y un equipo mínimo (productor/traductor, director de fotografía, sonidista y él mismo) se fueron a la zona no solo a documentar la vida en el país más pobre y menos visitado de toda Europa (la generación con 30/40 años trabaja en otros lugares para poder mantener a su familia a distancia), sino a preguntar por el pasado del sitio, de una ciudad que quizá tiene una gigantesca vergüenza encima, y cuyas respuestas no están nada claras.

En lugar de la habitual voz en off, el cineasta nos habla a través de frecuentes carteles explicativos donde se refiere en primera persona a sus intenciones y experiencias, en una decisión que tiene incluso más sentido vista toda la cinta. Y es que Absent existe también en lo no visto, lo no dicho y lo no escuchado. Eso es vital en esta hora y diez de metraje (muy bien aprovechado). En su recorrido por una ciudad sumida en la pobreza, los responsables hablarán con el alcalde de Marculesti y sus múltiples vecinos. Con niños que no aprenden mucho sobre los nazis en la escuela, con adultos que oyeron diferentes historias de sus padres, con unos documentos oficiales que cuentan una historia y una generación, la que pudo ver y saber algo de primera mano, que cuentan cosas opuestas.

Las piezas más importantes de su investigación, aunque todas lo son, las protagonizan los ciudadanos de mayor edad. Uno es un historiador que ha dedicado su vida a escribir la historia de la zona para que no se pierda su visión de los hechos y la otra una conmovedora anciana sorda que solo habla ruso y que fue testigo de los hechos de primera mano. Como en un buen reportaje de investigación, Mishory urga con amabilidad pero insistencia en una herida abierta, y llega a conclusiones reveladoras y nada obvias. La barrera lingüística es muy importante, y es que oiremos hablar moldavo, inglés, rumano y ruso, y tenemos que valorar la importancia de un testimonio que casi siempre llega de segunda mano.

La sencillez del proyecto, su clara vocación de querer obtener respuestas sin alzar la voz, es su arma más poderosa. La empatía está garantizada con las intenciones del director (materializar esa “ausencia” a la que alude el título), y aunque también con los moldavos y sus perras vidas, está conseguida la sensación de sospecha sobre lo que están diciendo y por qué lo hacen. Las conclusiones finales, seguidas además de la charla con el hijo del alcalde que ha acabado por protagonizar el cartel, son como un mazazo que acaban de hacer que la película se quede grabada en el espectador, prueba de que Mishory sabe narrar y crear imágenes con potencial perdurable.
Nairdan
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6
25 de febrero de 2021
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Lilting no es una gran película, hay que decirlo de entrada. Su engranaje, aunque peculiar como argumento, es previsible en el desarrollo, y no es difícil imaginar cómo van a evolucionar las diferentes subtramas, cuándo tendrán lugar los momentos climáticos y dónde vamos a dejar a los personajes cuando lleguen los créditos finales. Aunque deja la más reconfortante de las sensaciones, su recuerdo no durará mucho en la memoria del espectador. Y si lo hace probablemente sea por motivos extracinematográficos, y es que es bien sabido que las películas que tratan de normalizar situaciones donde la homosexualidad es un tema central vienen ya envueltas por un bombo que a veces dificulta acercarse al filme con una mirada limpia, y ser capaz de valorarlo por lo que ofrece, y no por lo que supone. Cualquier avance para la comunidad LGTB es bienvenido, pero aquí no estamos ante un producto especialmente perdurable.

Dicho esto, importante pero no crucial para disfrutar de Lilting, la acción arranca con una reveladora charla entre una madre y su hijo, quizá la última conversación que tuvieron (o la que ella desearía que hubieran tenido) antes de la muerte del joven en un accidente. Este manido punto de partida se torna interesante cuando sepamos que el hijo tenía un novio –y con ello una vida– del que su madre no sabía nada, y éste se autoimpone la responsabilidad de cuidar de su frustrada suegra, que vive en una residencia por no tener más familia en Londres. Para más inri, la madre es camboyana y el joven británico, y ninguno habla el idioma del otro.

Lo que el debutante Hong Khaou se plantea por lo tanto es bastante grande, ya que toca temas como incomunicación, barreras culturales, diferencias generacionales, duelo y memoria. La película de hecho se estructura como una fluida sucesión de recuerdos sobre el fallecido Kai y el doloroso presente, donde Junn y Richard sufren en soledad la ausencia, y Richard trata de acercarse a la madre del hombre que amaba, batallando consigo mismo entre ser honesto con ella u honrar los deseos de su difunta pareja, que se lo iba a contar cuando estuviera listo.

El problema es que Khaou usa todos esos grandes temas pero no profundiza lo suficiente en muchos de ellos, asustado quizá de ser excesivamente dramático. Y es que si algo se puede decir a favor de Lilting es que no carga las tintas en ningún momento, y que hasta los instantes que bordean lo llorón devienen en una suerte de momento catártico lleno de honestidad. Las extraordinarias interpretaciones –en especial las de Cheng Pei Pei, Ben Whishaw y Andrew Leung– y la sensibilidad con la que todo está contando (las escenas entre Richard y Kai son un prodigio de intimidad, con el momento del pie en el pecho como hermoso súmmum) ayudan a que la cinta sea en última instancia un controlado drama de emociones que trabaja desde la pureza del sentimiento.

Cada arrebato de lágrimas de Richard o cada momento de dolor interiorizado de Junn se sienten reales, y lo hacen no solo por el compromiso de los intérpretes sino por el mundo visual creado por el director y la cinematógrafa Ula Pontikos (responsable también de la imagen de una obra cumbre del cine de temática LGTB, la extraordinaria Weekend (2011) de Andrew Haigh), que juega con la memoria y las posibilidades de los espacios físicos para crear un sentido paseo por los recuerdos que deja una ausencia, que son en definitiva lo último que nos queda.

Como contrapunto, y casi hasta choca por lo refrescantemente inesperado de ello, Lilting tiene un sentido del humor de lo más socarrón, que entra en juego cuando Junn sea cortejada por Alan, un compañero de la residencia al que se le intuye pasado ligón y Richard contrate a la traductora Vann en sus esfuerzos para que la anciana tenga una vida lo más cómoda posible. La manera en que estas traman se cruzan proporciona momentos de lo más divertidos, y también va sembrando el camino hasta un clímax que no por esperado resulta menos efectivo. Lástima que el cineasta revele con estas decisiones que solo quería hacer un previsible y agridulce drama de sentimientos, donde solo la noción del duelo y lo que hace con la memoria es explorada a conciencia, mientras que el resto de asuntos se resuelven con clichés (esa canción como leitmotiv emocional) y hacen que la experiencia de casi 90 minutos sea entonces tan bonita como autocombustible.
Nairdan
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