Se podría pensar que en su fabulosa anterior temporada los creadores de esta serie habían puesto toda la carne en el asador para atraer al público, pero nada más lejos de la realidad, ya que si en los aspectos meramente visuales sigue en la misma espectacular tónica, narrativamente supera a su antecesora introduciendo un sinfín de referencias, revelaciones y sorpresas que harán las delicias de los fans de toda la vida del Star Wars más clásico, y aunque sea inusual, también a quienes no conozcan este galáctico universo y solamente sigan las aventuras de nuestro querido mandaloriano.

Como era de esperar, los ocho nuevos capítulos de esta segunda entrega son rabiosamente divertidos sin excepción, y dolorosamente cortos en muchas ocasiones, con acción constante en cada uno de ellos y apariciones estelares de personajes ya conocidos que siguen fomentando nuestra devoción por ellos, y otros que debutan en mayor o menor medida, cuyos nombres, ya sean en la ficción o en la realidad, resultan altamente reconocidos. Por fin la sobreexplotación y el reciclaje de ideas pasadas con fines meramente comerciales del que vive la factoría Disney estos últimos años ha dado un sabroso y decente fruto que expía parcialmente su avaricioso pecado capital.

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Un terrorífico virus se desata en este largometraje de terror dividido en cuatro capítulos diferentes que cuentan su avance con el paso de los días y cómo afecta a diferentes personas. Cada una de estas partes está dirigida por un realizador diferente, lo cual se nota en los variopintos estilos fílmicos, pero siempre con el denominador común de mostrar muy explícitamente las consecuencias de esta mortífera enfermedad.

Y es que el guion, sobre todo en las dos historias centrales, es una mera excusa para regocijarse en un estremecedor y magistral trabajo de maquillaje y efectos especiales, que a pesar de unas flojas interpretaciones, nos removerán las entrañas en varios momentos.

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Es de alabar el impecable trabajo de realización y fotografía que podemos encontrar en este largometraje que juega con la intriga desde el minuto cero y que fomenta a la perfección su pareja protagonista con unas magníficas actuaciones.

Por desgracia su vertiente narrativa resulta bastante previsible, girando todo alrededor de un misterio que en los primeros compases ya se puede dilucidar, lo cual no importaría demasiado si al menos tuviera un ápice más de originalidad. Esto no evita que consiga mantener nuestro interés en todo momento hasta unos últimos y explícitos compases que no dejan ningún cabo suelto.

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Usar el género de terror como herramienta simbólica para relatar temores humanos y cotidianos es una técnica muy eficaz que consigue provocar dos clases de miedos: el típico a base de sustos inesperados y el que surge al enfrentarnos a la cruda realidad.

Esta es la intención dual que consigue a medias la directora y guionista de esta película que estira hasta la saciedad una intriga contenida, reservando su supuesta mejor baza para un metafórico desenlace que impacta de forma inapelable. Todo enmarcado en el único escenario de la casa familiar con tan solo tres actrices cuyas actuaciones son con diferencia, lo mejor de un largometraje que aún haciéndose cuesta arriba en ciertos tramos, es merecedor de ser visto.

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A través del objetivo de una cámara cinematográfica y de la inocencia e ignorancia de su protagonista, interpretado por el actor novel Kalipha Touray quien derrocha ternura y fortaleza por partes iguales, nos adentraremos en un árido mundo postapocaliptico. Este debut en la gran pantalla no podría estar mejor escoltado que con la compañía de ilustres veteranos como Nolte, Rampling o Skarsgård, quienes aportan su talento para otorgarle un necesario empaque al trascendental mensaje de la película.

Grandes e impactantes escenarios naturales complementan una historia calmada, sin acción ni giros dramáticos, que ha sido rodada de un tambaleante modo, lo cual no impide que logre dejar huella y dé mucho que pensar, sobre todo en los tiempos que corren.

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