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España España · Madrid
Críticas de OsitoF
Críticas 2.102
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
5 de junio de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las primeras impresiones no juegan a favor de esta “The Outpost”. Con una apariencia no muy lejana al telefilm y un tono general de docudrama,nada invita a pensar en ella como lo que es, un sorprendente miembro del género bélico actual. Sin embargo, poco a poco, va ofreciendo detalles que indican que la película tiene cosas interesantes que contar y que lo va a hacer dándolo todo en la medida de unas posibilidades que son inciertas y dicen mucho de la capacidad de la producción para hacer más con menos, mucho con poco. Porque si, en principio, la escenografía, el atrezzo y los efectos especiales, no parecen, ni de lejos, lo que hemos visto en (por ejemplo) “Black Hawk derribado”, sino más bien a la altura de un episodio medio de “Seal Team”, su presupuesto de apenas 5M de dólares (según Wikipedia) es lo que cualquiera de muchas películas del género se gastan en aire acondicionado.

Sin embargo, con ese ‘reducido’ presupuesto, consigue una sensación de seriedad muy superior a la mayoría de series de acción y, lo que es fundamental en este género, que me crea que lo que me cuenta son los hechos reales que dice que son. Lo primero a destacar es la geografía. Casi todas las series y muchas películas supuestamente ubicadas en Afganistán están rodadas en California y, aunque no digo que el bosque de matorrales y las montañas secas no guarden cierto aire con las afueras de Kandahar, la verdad es que son localizaciones ya muy quemadas que matan la inmersión. “The Outpost” arranca con una llegada nocturna en helicóptero al puesto avanzado y, con la primera luz del amanecer, vemos un paisaje montañoso y árido que nos hace pensar en las imágenes de los noticiarios cuando hablan de Tora Bora. Esa primera imagen es realmente potente, con el puesto avanzado enclavado en un valle y expuesto al fuego desde las alturas por todos los flancos y hace sentir al espectador tan vulnerable como lo estaban los pobres chavales destinados a ese cuchitril.

Precisamente esa sensación de vulnerabilidad es un elemento fundamental del argumento de una película cuyo clímax es el combate a muerte entre los soldados americanos destacados allí y los talibanes. Pero antes, con calma y buen pulso, “The Outpost” nos pone en el contexto de una extraña estrategia diseñada, seguramente, por políticos y oficiales de academia y war-room que no tuvieron una idea mejor para controlar el país que crear puntos fuertes de avanzadilla con los que ‘controlar’ el terreno y dar a la población sensación de control, apoyados por reservas capaces de reforzarlos rápidamente en caso de problemas. En lo que es el tratamiento de ese objetivo de ganar corazones y mentes (como en Vietnam, si es que no aprenden), la película guarda una correcta neutralidad describiendo con bastante criterio lo que seguramente fueron las interacciones entre unos americanos que ofrecían dinero, escuelas y desarrollo a cambio de que los locales renunciaran a la violencia y a apoyar a los talibanes. Unas interacciones llenas de optimismo y buenas intenciones sobre el papel, pero que cualquiera podía ver que estaban condenadas al fracaso al ir dirigidas a un pueblo que nunca querrá evolucionar si eso implica enfrentarse a los fanáticos.

En lo que la película sí toma partido (con razón, creo) es en denunciar lo estúpido y peligroso de una estrategia que sobrestima el poder de la fuerza aérea (por ultramoderna que sea) y subestima las capacidades del enemigo. Especialmente cuando ese apoyo aéreo está a dos horas del frente y se confía en exceso en poder contener al adversario hasta entonces. Antes del clímax de la batalla, “The Outpost” describe los meses previos desde el punto de vista de la tropa destinada, dando una imagen desmitificadora del soldado medio: en lugar de recursos ultraprofesionales y megaformados, tenemos unos chavales de más o menos luces, ganándose la vida, tratando de encajar con los compañeros y peleando contra el aburrimiento mientras, cada dos días, reciben desde la distancia fuego aleatorio de un enemigo al que no ven y combaten a morterazo limpio. En contraste, a los oficiales se les ve muy formados, quizá en exceso, y demasiado confiados en la viabilidad de estrategias desarrolladas demasiado lejos con información sesgada de inteligencia. Su desempeño es muy desigual, los hay que acoplan las teorías a la realidad y admiten relajación en los protocolos en aras del sentido común y los que sólo quieren dejar pasar el tiempo hasta su relevo sin incurrir en ninguna que empañe su carrera, aunque implique poner en peligro vidas aplicando el reglamento incluso en sus puntos más estrafalarios.

Al final, como siempre, son los suboficiales (la espina dorsal de cualquier ejército desde los centuriones de Julio César) los que traducen las órdenes en algo ejecutable con los recursos disponibles y mantienen cohesionada a la unidad. Al final, “The Outpost” resulta ser una gran recreación de la batalla de Kamdesh, el ataque al puesto avanzado días antes de su desmantelamiento, con muy buena mano táctica para que todo resulte realista y comprensible en mitad de la confusión, es decir, para que el espectador además de ver tiros y explosiones, se entere de cómo se desarrolló un combate con muchos frentes y cómo se enfocaron el ataque y la defensa. Pero también ofrece un buen cuadro del contexto del conflicto y las políticas de desarrollo de Occidente en Afganistán (y de por qué resultarían tan estrepitosamente fallidas diez años más tarde). Quizá se echa en falta más ambición para hacer una película con cine y más épica en lugar de conformarse con documentar (muy bien), denunciar (correctamente) y dar visibilidad (con buen gusto) al valor de unos muchachos en medio de unas estrategias desastrosas.

De verdad, si os gustan las películas de guerra, no os quedéis con la primera impresión y dadle una oportunidad. Es buena y está bien hecha.
OsitoF
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8
31 de mayo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En las críticas profesionales de películas veo una palabra, usada más profusamente de lo debido, que activa todas mis alarmas: delicioso o deliciosa. Ese personaje «delicioso». Esas conversaciones «deliciosas». Esa «deliciosa» masacre sangrienta. Bueno, está claro que este último ejemplo es (de momento) inventado, pero algunos están desgastando un adjetivo que, por su carácter absoluto (se es delicioso o no se es, algo no puede ser ‘muy delicioso’, ‘un poco delicioso’ o ‘cuarto y mitad delicioso’) y sensorial (una película no sabe a nada, pero como figura retórica excepcional se puede asimilar el concepto) debería estar reservada a ciertas obras de incuestionable calidad caracterizadas, además, por su elegancia y buen gusto. Sin embargo, curiosamente, no la he visto utilizada en ninguna reseña de esta “La biblioteca de los libros rechazados” cuando es, precisamente, el calificativo que no me saco de la cabeza cuando pienso en ella.

Todo en esta película tiene ese aire de delicatessen de muchos productos actuales que posturean con exteriores de postal que provocan ganas de visitar puebluchos recónditos, con personajes encantadores de los que quieres ser amigos o con conversaciones profundas que te hacen sentir más intelectual… pero en “La biblioteca de los libros rechazados” hay sustancia detrás de esas sensaciones. El propio concepto de un lugar que guarda manuscritos no publicados evoca nostalgia y ternura por los perdedores que podría quedarse, simplemente, en un reclamo vacío como ‘el banco más bonito del mundo’ o ‘la iglesia más pequeña del mundo’ que sirviera de mero decorado a alguna trama genérica. Pero no, además de servir de base a un atípico thriller, la biblioteca en cuestión brilla con luz propia y se convierte en un personaje más de la obra. Quizá no un protagonista, pero sí un secundario de lujo en esta interesantísima historia de misterio.

Porque, ante todo, “La biblioteca de los libros rechazados” es un thriller. Un thriller literario, nada menos; el primero (y puede que el único) en su especie: una obra maestra aparece de pronto en esa biblioteca bretona llevando el caos a la vida de un crítico literario (magnífico Rémi Bezançon) y despertando en él la obsesiva necesidad de descubrir qué hay detrás del fenómeno. Con un desarrollo muy serio pero lleno de toques de humor que saben no caer en la frivolidad, la investigación le lleva a conocer todo tipo de gente con todo tipo de peculiaridades, intereses y motivaciones. Hay muy buen rollo, pero sabe ser duro cuando toca serlo. También sabe plantear con toda naturalidad cuestiones sobre la profundidad de las relaciones sentimentales, las ambiciones personales o cuánto hay de calidad y cuánto de márketing en una presunta obra maestra.

Aunque cueste creerlo, la historia es absorbente. Te sumerge en su mundo y no te deja salir hasta que no has pasado por todos sus giros y desvelado todos sus misterios, que son muchos e insospechados. Pero lo grande es que la cinta sorprende no sólo por lo que es, que es mucho, sino por lo que no puedes tocar, el hacerte sentir parte de un mundo en el que la lectura es un pasatiempo y los expertos en literatura son eruditos considerados en lugar de objetos de memes. Basta recordar las parodias de Sánchez Dragó, algunas desde el respeto pero muchas (la mayoría) con mala leche y tratando de rebajar al experto mediante burlas, de bajarlo a la mediocridad.

De verdad que ha sido emocionante y reconfortante ver una película que habla de los libros con veneración en una época de inmediatez digital en la que la mera idea de leer un libro físico provoca ansiedad al noventa por ciento de la juventud y al setenta por ciento de los adultos. Y, ojo, no soy de los que se lamentan por los tiempos pasados o no sepa ver todo lo que nos ha aportado internet o los smartphones, pero me repatea el desprecio al que estamos llegando por lo que significan los libros y el papel. Igual son cosas mías, pero es como si el libro en papel siguiera conservando un valor como referente cultural que amenaza a otras disciplinas artísticas o comunicativas que se empeñan en ningunear o infravalorar a los que leen o a los que escriben.

En fin. He visto dos veces “La biblioteca de los libros rechazados” y me ha parecido mágica en muchos sentidos. Y deliciosa. Las dos veces. No es algo que me haya pasado muchas veces.
OsitoF
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8
27 de mayo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que le cogí cierta manía a esta “Gentlemen: los señores de la mafia” por ser la penúltima película que he visto en el cine, concretamente el 8 de Marzo de 2020, el famoso 8-M en el que el gobierno animaba a la gente a salir a la calle para celebrarlo, ir a los cines, a los teatros o a los estadios porque «nos iba la vida en ello», el machismo mataba más que el coronavirus y asquerosos slogans del estilo. Pocos días después, estábamos todos confinados y empezaba el tsnuami de muertes. El caso es que no creo que viese la película poniendo toda mi atención y, con todo lo que me gusta el estilo de Guy Ritchie, recuerdo que la película no me entusiasmó o, al menos, no tanto como otras. Me dejó un tanto frío. Ni Matthew McConaughey me parecía integrado en el mundo Ritchie, ni el ritmo tan fluido como en proyectos previos, ni las enrevesadas conversaciones tan divertidas, ni los personajes tan ingeniosos… y le sobraban un par de giros y alguna subtrama.

“Gentlemen: los señores de la mafia”, como todas las películas de Guy Ritchie ganan en un segundo visionado, especialmente si se tiene la posibilidad de verla tranquilamente desde casa en una plataforma en la que puedas detener la acción y rebobinar. También ayuda no estar pensando en si estás a las puertas de una pandemia o es otro caso de amarillismo periodístico. Con todo, me sigue pareciendo que la cinta adolece de cierto aire de despedida del Ritchie-style, esa fórmula de ritmo desquiciante, montaje de tramas trenzadas y conversaciones eléctricas y que el realizador estaba pensando en productos más directos y con más acción, como lo que terminaría siendo “Despierta la furia”. Eso sí, lo hace a lo grande, con una obra de difícil escritura y más difícil ejecución. Vista con cuidado, todos, los elementos están ahí, pero casi a modo de autorreferencia, de homenaje a sus mejores momentos: está esa curiosa visión del mundo gitano, las interminables persecuciones de gente trajeada y sudorosa, carteles promocionales de películas suyas, el uso intensivo de los flashbacks y flashforwards… y, por supuesto, la narración de varias conversaciones anidadas, que alternan hasta la histeria el uso de la primera y la tercera persona.

Pero, y aquí es donde reside la firma del genio, todo eso está integrado en un enorme conjunto de flashbacks invocados en una larguísima conversación entre dos de los principales protagonistas de casi hora y media. La acción no vuelve al tiempo real hasta casi llegado el final y, hasta entonces, un investigador de poca monta y el lugarteniente de una misteriosa banda de narcotraficantes, usando el lenguaje del cine y sugerentes referencias a la profesión de guionista, describen una compleja guerra de familias mafiosas a varias bandas. La historia engancha y la forma de contarla, si eres capaz de seguirla (de ahí lo de poder rebobinar) deja sin aliento. Requiere mente abierta y mucha atención, pero las cartas están siempre sobre la mesa y todo termina cerrando cierra. El Ritchie de siempre, con la sorna, el ingenio y la ironía de siempre, pero vestido de seda.

Me sigue chirriando el personaje de Matthew McConaughey, pero no tanto por su interpretación, sino por el propio personaje, demasiado americano en una película tan brit-pop. A nivel guion, el personaje está blindado y es perfectamente consistente, pero no termina de funcionar. Pecata minuta. También sigo pensando que le sobran varios de los giros, algunos personajes (casi todos los femeninos, algo endémico del cine de Ritchie) y que Ritchie debería pasarse por la Cañada Real o ver el programa “Gipsy Kings” para buscar otra visión del mundo gitano de verdad, con menos rap y más pruebas del pañuelo. Pero en todo lo demás, “Gentlemen: los señores de la mafia”, ahora sí puedo decirlo, es un peliculón. Una buena película dentro del Ritchie-style y por sí misma. Al menos, para los que no se asusten del particular estilo del director y guionista británico. Por cierto, desde entonces, por unas cosas u otras, sólo he vuelto al cine a ver "Top Gun: Maverick".
OsitoF
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6
21 de mayo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se me hacen simpáticas estas películas de Kong y Godzilla (particularmente “Kong: La isla calavera” es un peliculón) y es digno de aprecio su notorio intento de crear un universo cinematográfico propio, pero no veo que terminen de dar con la tecla y (impresión personal) creo que su momentum ha pasado. El problema no es, a la vista está, de dinero ni de recursos técnicos. El reparto es más que aceptable, teniendo en cuenta que muchas caras famosas se borran automáticamente de este género, y el uso de efectos especiales es masivo y potente. Con una premisa clara de hacer disfrutar al espectador, “Godzilla vs. Kong” atiborra la pantalla de todo lo que considera que hace molona una película: bichos gigantes peleando contra ejércitos o entre sí en escenarios majestuosos y oníricos, en los que las leyes del cine, de la física o de la tecnología se consideran secundarias frente a cualquier consideración que pueda implicar un mayor espectáculo visual o sonoro.

Y, la verdad, es que todo el CGI, tanto de monstruos como de artilugios, está muy logrado y, sobre todo, frente a otras producciones donde todo es sospechosa oscuridad y movimientos bruscos, “Godzilla vs. Kong” ofrece una nitidez en los detalles de sus gigantescos protagonistas (incluso cuando pelean) pocas veces vista. Claramente, están orgullosos de sus capacidades técnicas y hacen bien en sacar pecho y lucirla. También me gusta que su realizador, Adam Wingard, no tenga complejo alguno en recurrir a toda clase de recursos palomiteros o publicitarios para realzar la tensión o la belleza del momento con encuadres de videoclip, destellos de cámara, filtros y slow motion. Es perfectamente consciente de que no le han puesto ahí para hacer historia del cine ni homenajear a “El séptimo sello” y amortiza cada dólar de su sueldo y del presupuesto que han puesto en sus manos.

En lo que la película ofrece más dudas es en si, en otras manos, se hubiese podido conseguir un producto con más intensidad y, con otro equipo de guionistas, un mayor grado de cohesión con entregas previas. Respecto a lo primero, sospecho que el equipo de realización se encontró con muchas imposiciones que lastraron la coherencia del conjunto. La más clara es la presencia de una Millie Bobby Brown que puede ser todo lo icono juvenil que se quiera, pero es completamente prescindible y obliga a emplear un minutaje nada despreciable en una subtrama infantil y anticlimática que rompe la magia que, en algunos momentos, se alcanza en la historia principal. Una trama principal que parece haber sido escrita y rodada a tirones y con mucha improvisación, a lo que salga, pero con la obligación de no desechar nada del material previo. Claro, luego hay enormes saltos de ritmo, concepción desigual de lo que es ciencia ficción y más agujeros de guion que socavones en la RENFE Badajoz-Madrid. Ves videos en los que Ucrania con misiles caseros alcanza a objetivos escondidos con precisión y la US Navy apenas es capaz de alcanzar a bichos gigantescos con la mitad de lo que dispara. A ratos se pasan de pesados tratando de justificar científicamente los flujos de plasma con inversiones gravitacionales y dos escenas después, Kong hace surf usando un portaaviones. No es que no sepas si reir o llorar, es que el problema es la falta de coherencia. La más coherente, a decir verdad, es Millie Brown que mantiene un nivel constante de prepotencia y de soberbia todo el metraje.

Respecto a lo segundo, los vínculos con entregas anteriores, fundamentales a la hora de definir un universo, son tangenciales y forzados. De no ser por unos rapidísimos créditos iniciales, apenas recordaríamos dónde nos quedamos y qué relación hay entre los protagonistas porque, durante el desarrollo de la película, las referencias al pasado de unos y otros es mínima y poco sutil. El efecto de acumulativo: si la gente no sabe que está en un universo, ve las películas sin preocuparse de almacenar información de contexto y las termina viendo inconexas y, lo que es peor, con la sensación de que se está perdiendo detalles y que podrían ser mejores si se hubiesen preocupado de hacerlas más digeribles. Deja en manos del espectador en buscarse la vida para hacerse una maratón y tener todo fresco en la mente.

“Godzilla vs. Kong” es vistosa y entretenida, pero desigual. Tan pronto te hipnotiza con propuestas artísticas fascinantes, como te pone una música horrorosa y te machaca con personajes (sobre todo los infantiles y juveniles) cargantes. Te engancha con lo que parecen ideas prometedoras, pero luego casi nunca sabe desarrollarlas ni concretarlas. Le falta algo de cabeza o, mejor dicho, un propósito, un clímax, que no parezca que la cosa va sólo de monstruos que se pelean porque sí, aunque en el fondo sea eso y haya hecho un considerable esfuerzo por justificarlo. Personalmente, creo que pone demasiado el foco en los kaidu y se despreocupa por completo de la destrucción colateral que causan sus peleas, millones de afectados (nunca se pelean en Soria, prefieren megaciudades) por los que la sage en general pasa deshumanizadoramente de puntillas. Yo lo dejo ahí.
OsitoF
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7
21 de mayo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con lo que no sé de cine se pueden escribir varios libros, pero tengo una cierta habilidad a la hora de detectar patrones y tendencias. En el caso de Ritchie, que desde “Snatch: cerdos y diamantes” ha venido utilizando las mismas estructuras narrativas y fórmulas visuales aplicándolas a toda clase de temáticas (desde mafiosos de poca monta hasta la fantasía medieval pasando por el thriller de espías), no es especialmente complicado percibir que sus últimas películas parecen transitar hacia un cine más directo, de menos palabras y más acción, del que podemos encontrar su esencia más elemental en “Despierta la furia”. Pero, incluso en las que mantienen ese ‘Ritchie-style’ de personajes gamberros, narración acelerada y montajes eléctricos, parece haber perdido parte de ese toque, ya sea por cansancio, como parte del viaje de transición o porque se ha peleado con alguien clave en el equipo de guionistas o de montaje.

Antes de nada, para todos aquellos para los que, como yo, la firma de Ritchie tras la cámara es garantía suficiente para poner una película en la lista de futuros visionados, “Operación Fortune” es una película entretenida, divertida y que vale la pena. Además cuenta con dos de sus musas como son Statham y el reconvertido a villano Hugh Grant, que garantizan diálogos con sorna y patadas voladoras. Ritchie vuelve al género de espías como en “Operación U.N.C.L.E.” pero con más acción y más muertes en acto de servicio que de costumbre y apreciando más uso de armas de fuego que del cuerpo a cuerpo. Hace poco, al hablar de otra película de Statham, “The beekeper”, comentaba que su presupuesto sólo le había dado para contratar el paquete básico del carismático y alopécico actor: la patada frontal multiusos (que lo mismo abre una puerta que lanza a un adversario a cinco metros). “Operación Fortune”, por contra, paga el paquete premium y le saca partido en peleas de tanta violencia como elegancia, pero en menor proporción de lo habitual que las muertes por arma de fuego (subfusiles, rifles de asalto y armas de francotirador). No lo digo como algo bueno o como algo malo, sino simplemente como un patrón: Ritchie cambia de registro hacia una acción más táctica e igual de bien coregrafiada.

Otra tendencia que ya inició en “The Gentlemen: los señores de la mafia” y consolidó en “Despierta la furia” es hacia un ritmo más lento. El primer caso lo achaqué a contar con un Matthew McConaughey desubicado y falto de aclimatación al modelo inglés y en el segundo a que el COVID había impuesto una serie de limitaciones presupuestarias o de disponibilidad de recursos humanos. Pero no parece que ninguno de esos factores expliquen que “Operación Fortune” discurra un par de marchas por debajo de lo que se nos tiene acostumbrado en, por ejemplo, “Operación U.N.C.L.E.” uno de sus proyectos más contenidos. Es verdad que la cinta mantiene su sello personal de conversaciones recursivas que encadenan flashbacks y flashforwards mientras se desarrollan entremezclando personajes y anidando tramas… pero entre una de estas situaciones y la siguiente, o una persecución, o una pelea, o una conversación ingeniosa, o lo que sea, la película no sabe ser tan fluida o mantener el interés.

Es como si avanzara con más brusquedad, a saltos, sin nadie que cuidase unas transiciones que se resuelven con recursos no más ingeniosos que el fundido a negro o el salto a otra ciudad. O esa sensación de que los personajes, incluso estando en la misma habitación, parecen haber sido incapaces de rodar la secuencia del tirón y ha habido que cortar y pegar continuamente. Por suerte para ella, con lo que ofrece “Operación Fortune” tiene una gran fotografía, humor inteligente y acción de sobra para estar por encima de la media, pero quién sabe si siempre podrá contar con gente tan metida en su rollo como Grant, Statham, Plaza o Harnett para que le saquen las castañas del fuego. Con un reparto un poco menos enrollado, un par de diálogos menos afortunados o un enredo de más en una historia ya de por sí algo confusa, podríamos estar hablando de una castaña con pretensiones.

No sé. Lo mismo es que Ritchie ha perdido el toque o ya se aburre de este formato, pero debería aclararse para la próxima y seguir exprimiendo o dejar en paz a la gallina de los huevos de oro. Afortunadamente, por el momento, “Operación Fortune” da lo necesario para un rato más que agradable. Por el momento.
OsitoF
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