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Voto de Naroa Lopetegi:
9
Drama Ana es una joven formal, educada en una familia de clase media tradicional. Está a punto de terminar su doctorado en derecho, entrar a formar parte de una empresa y casarse, pero no se siente realizada. Un día, descubre que una doble idéntica a ella ha ocupado su lugar, llevando a cabo todas sus responsabilidades y obligaciones. Ana entonces se debate entre luchar por su identidad perdida o, por lo contrario, intentar buscar su propia ... [+]
11 de noviembre de 2018
9 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Del 0 al 10, ¿cómo calificarías el grado de satisfacción que tienes con tu propia vida?”. Ana no sabe qué coño contestar ante semejante pregunta en el cuestionario de obertura de la película. Ni yo tampoco, por supuesto.
Así de fuerte empieza ‘Ana de día’, que tarda menos de dos minutos en cautivar por completo mi más entregada atención. El planteamiento sucede muy rápida y eficazmente, y en un plis plas ya tenemos a Ana convertida en Nina, explorando nuevas latitudes vitales. Un primer punto a favor de Andrea (no intentaré aparentar objetividad en mi juicio, perono tampoco escribiré una sola línea que no sienta) es presentarnos eficazmente a una Ana tímida, apocada, tradicional. Esa eficacia nos sitúa en el plano perfecto para sufrir con la protagonista ante ese nuevo mundo que va descubriendo en la pensión o en el music hall. ¿Cómo no sale corriendo de vuelta a su zona de confort?, nos preguntamos con angustia. El vértigo alcanza proporciones desasosegantes cuando hace uso del tinte y la tijera, y no digamos cuando acepta el dinero de Marcelo, después de la magnífica secuencia en que solo vemos sus dubitativos zapatos.
Llegamos así al primer punto de inflexión de la trama: el secador desempaña el espejo para que Nina descubra quién es ese ser que la mira desde el otro lado. Y es en ese momento cuando tiene claro qué quiere ver, y qué no; quién quiere ser, y quién no. Su expresión facial cambia desde entonces, su lenguaje corporal también (ya no se tapa las tetas delante de Marcelo)… El gesto de levantarle la falda a una iglesia ejemplifica perfectamente que Nina se ha comido a Ana.
Se suceden a continuación los momentos más confusos del metraje, un ratillo en el que siento que no estoy a la altura, como me temía, de las exigencias que plantea la directora; que no doy el nivel, que derribo el listón. Temo haberme quedado fuera del hilo, y lo lamento profundamente, porque estaba teniendo una gozosa experiencia hasta ese momento. Extremo mi atención para intentar volver, y creo que lo logro cuando el nudo gordiano de la historia empieza a desentrañarse. Pero claro, igual son más mis ganas de captar matices que mi capacidad para ello. Quizá todas mis conclusiones de aquí en adelante sean pajas mentales… No lo sé, pero mi hiper-motivación me llevó a extraer un mensaje que, incluso aunque no fuera el que pretendía Andrea, doy por bien empleado por lo que me ha hecho pensar desde que acabó la proyección. Y es que ¿es posible escapar de la inercia? ¿hay a dónde huir? ¿podemos de verdad elegir la vida que nos gustaría vivir?

El peso de lo narrativo, y por ende de lo que esa narración implica, es mayúsculo en esta película. Y mi sensación de que iba a ser necesaria mi máxima atención para responder al desafío me sugestionó de tal manera que enfoqué toda mi energía en atender, en no perderme detalle, así que seguro que se me escaparon por el camino muchos elementos artísticos y ornamentales de lo más disfrutables. No sé si en un próximo (y seguro) visionado podré abstraerme lo suficiente de lo primero para gozar más de lo segundo.
En todo caso, tuve margen para valorar los rítmicos cortes de raccord que se salpicaban en determinadas escenas; para alterarme con los pitidos sonoros que emergen de fondo en numerosos pasajes; para ser consciente de los reiterados (y no inocentes) planos en los que vemos doble a la protagonista; para sentir una sacudida con la canción final de la película (tremenda banda sonora, increíble ante la escasez presupuestaria)…
Y mención especial, desde un plano artístico, para el trabajo de Ingrid García Jonsson, que no desaparece de plano en todo el metraje, y llena la pantalla de múltiples maneras, soportando perfectamente los constantes primerísimos primeros planos con que le retrata la cámara de Andrea, y haciéndome temer que sea bipolar por lo convincente que queda primero como la tímida y convencional Ana, y luego como la barroca y liberada Nina.
Naroa Lopetegi
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