La personalidad de Terry Gilliam como director hace que sus películas a menudo corran el riesgo de ser ensombrecidas por la propia y personal visión de su director, que crea un género en si mismo, con unas claves, una visualidad, un ritmo y un estilo que pueden chocar con el mensaje que cuenta, o con la valoración general de la película en cuestión.

Pero con 12 Monos, para mi su mejor película, su personalidad agranda y maximiza el poder de una historia en la que muchas claves del cine de ciencia ficción se aúnan en un solo argumento. Aquí hay viajes en el tiempo, el Apocalipsis inevitable, conspiraciones mundiales, virus mortales, sociedades ocultas bajo tierra… Con todos estos elementos, Gilliam realizó un cócktail explosivo, original, revulsivo y en definitiva, una película completamente ajustada con la visión del cineasta, pero a la vez redonda en cuanto a planteamiento, ejecución y resultado.

Porque 12 Monos recrea de una manera excepcional los esperpénticos y decadentes ambientes de su historia, porque hace que el ritmo sea imparable en todas las fases y capas de la película (el futuro, el psiquiátrico, la fuga, Philadelphia como epicentro, el aeropuerto), y porque detrás de lo insólito de esos ambientes, hay una historia emotiva y desoladora, del amor de dos personas que aprenden a creer en algo más, que luchan por un futuro mejor, o al menos por un futuro juntos.

A lo maravillosa que es 12 Monos, contribuye también la fascinante y enérgica labor de Bruce Willis, Brad Pitt y Madeleine Stowe, tres actores muy distintos pero que aquí crearon de los mejores papeles de sus carreras, arriesgándose con caracterizaciones extremas y tremendamente visuales, pero con una lucha humana constante.

Además de todo eso, 12 Monos es una película tremendamente actual, cuyo mensaje y cuyas sombras crecen con el tiempo. Es la confirmación de la personalidad de un autor capaz asimismo de hacer cine original, distinto y vivo.