La animación que plantea el Francés Michel Ocelot, al margen de las técnicas, que buscan la máxima simplicidad, tiene que ver con la recuperación de valores, muchos de ellos en vías de extinción o vendidos directamente al marketing comercial de las grandes cadenas manipuladoras y rentistas: Disney, and company. Estas últimas explotan, sin escrúpulo alguno, el filón mercantilista, con la venta asociada de juguetes, mochilas, ropa y cualquier menaje de uso para los inocentes consumidores. Lo último que les importa a estos depredadores, es inculcar a los más pequeños utilidades sociales que les hagan mejores y más felices. Su intencionalidad, más bien, va en dirección contraria, pues es allí donde se encuentra su beneficio y el de la ideología a la que sirven.

Es muy de agradecer la existencia de personas sensibles que colaboran para que el sector más vulnerable, nuestros futuros valedores, aprendan a pensar por sí mismos, a idear soluciones, a ser críticos, a retomar el camino de la rebeldía para cambiar las cosas que están mal; como hace el valiente Kirikou en su aldea africana. Los mayores también necesitamos que alguien nos despierte; que actúe, mientras nosotros nos lamentamos impotentes y sumisos. La conciencia crítica siempre ha encabezado el auténtico progreso de la humanidad, por eso son tan importantes las moscas cojoneras.

No solo el tono didáctico, y contra el "empanamiento" mental, es apreciable en las aventuras de la diminuta e inteligente criatura y la bruja Karabá; la música compuesta, en esta ocasión, por el mismísimo Youssou N'Dour, acompaña las danzas y canciones tribales que reseñan cada fiesta en el poblado tras conseguir objetivos, o cada acción en pos de ellos.
La infancia del propio director en Conakry (Guinea) está muy presente en los paisajes y en los seres que pululan por los tropicales territorios y por su imaginación.