Shyamalan, como Nolan u otros, tiene sus filias y fobias. Así que cuando uno aborda un film suyo sabe que va a encontrarse con ciertos elementos a veces problemáticos tales como diálogos a veces un tanto forzados o comportamientos a ratos extraños en su justificación respecto a los personajes.

Vamos, que Night es Night. Y lo de aquí recuerda a un episodio de The Twilight zone algo alargado mezclado con un punto que le recuerda a uno a Lost. Y sin embargo, pese a no ser un largo especialmente aterrador y que se estanca un tanto durante cierta parte del metraje (la limitación de unidad espaciotemporal es estricta e impone cierta rigidez estructural en la historia que a veces juega en su contra) y pese algunas extrañas transiciones dramáticas, es mucho más interesante que cosas hechas con molde corporativo al estilo Jungle Cruise.

Primero, porque hay puesta en escena (qué gusto da ver un largometraje mainstream en sala de un cineasta al que realmente le importa la puesta en escena), luego porque hay cierta economía dramática (todo dura unos 100 minutos en total) y luego porque el cineasta hindú-americano le saca juego al valor metafórico de su premisa, en la que una suerte de entropía acelerada se convierte en un festival de vejez, enfermedad y perdón.

Y eso es mucho más que las mandangas que cosas como La guerra del mañana o similares nos cuentan. Hay una voz, un tema y una intención.

¿Film redondo? Nop. ¿Interesante? Sí, caray. Y eso a estas alturas es digno de mención.

Por cierto - la lectura pandémica que se puede hacer del material es sorprendente: aislamiento, tiempo distorsionado, enfermedad que empeora de golpe y perdida súbita de seres queridos.