Tenemos en frente la película en la que la talentosa Natalie Portman dejó de ser una niña para convertirse en una mujer. Para ello, no dudó en protagonizar una película en la que la infidelidad y el sexo se pronuncian sin desmedida. Todo ello, a parte de ser un fantastico reclamo publicitario hacia todos aquellos centros que se jactan de servir al amor libre, no es más que una interesante reflexión sobre una de las mayores verdades de la condición humana... El sexo, por mucho que lo despreciemos, es y seguirá siendo el motor de nuestro comportamiento.

La historia nos cuenta la manera en la que cuatro personas muy distintas ven y disfrutan del amor. Alice vive el amor de una manera muy intensa, pero al mismo tiempo es conocedora de que un dia termina por acabarse. Anna, en cambio, lucha por que ese amor no se acabe. De los hombres, Larry representa al típico hombre de las cavernas que sólo piensa en el sexo y en ser el mejor; mientras que Dan es todo lo contrario, el típico romanticón. Ellos se querrán, se separaran, querrán al otro, volverán a querer al de antes, y terminarán odiándose.

De la película, decir que todo ese rizamiento del rizo tan criticado por muchos permite reflejar a la perfección una condición humana que, en resumidas cuentas, tiene como fondo un ser perverso, egoista y primitivo. Gran parte de ese éxito se debe a un fabuloso guión lleno de diálogos mordaces, con enorme fuerza, y que retrata a la perfección la psicología de los personajes. Tampoco podemos dejar de alabar un gran acompañamiento musical, y lo enormemente elegante que está tratado el tema sexual.

De los actores, aclamar a los dos que salieron más fortalecidos tras el rodaje de este largometraje: Natalie Portman y Clive Owen; ambos están sencillamente sublimes. Sin embargo, al espectador le puede chocar una aparente fragilidad en el personaje de Alice que no lo es.