La intención por mostrar la antesala del cautiverio de la forma más autodestructiva y descriptiva hacia el personaje roza el ridículo, poner a Josh Brolin al mismo nivel que un borracho asqueroso no es lo más adecuado, pero es curioso que ser americano suponga una mentalidad americanizada, y, por tanto, algo idiotizada incluso en momemtos de desesperación.

Su acción recoge el mismo frenetismo que su predecesora, algo que no puede decirse del lastre de los primeros treinta minutos que alarga demasiado una introducción no tan compleja como pretende ser. La reinserción social está contextualizada en tiempos más modernos, con la falta de ironía o sarcasmo con el que podría tomarse más en serio el filme. Jugar con la americanada del gore y lo impactable es una seña de identidad para colonizar un producto, sin embargo, para este remake nada de eso otorga calidad a dicha adaptación.

Incluso el sentimentalismo pasional es menos intimista y posee una mirada más perturbada, poseedora de una sintomatología ausente en lo que se refiere a sus personajes, sin alma ni emoción. Si se olvida su larga duración en un montaje desorganizado y bastante acomplejado por su desafío, la película es una simpleza que rodea de oscuridad y efusivo manifiesto del pecado todo su argumento.

Spike Lee demuestra que la destreza como cineasta y aclamado director no basta para recoger una historia impecable y llevarla a otro terreno, debido a que el dramatismo comprende una dramaturgia real y consciente de la psicología de los personajes, algo que no se percibe de forma correcta en ningún momento.