Pues aquí la tenemos, una de las películas del año, y uno de los mayores tostones de la década. Un astronauta recibe el encargo de comunicarse con el jefe de una misión desaparecida años atrás, que además es su padre, y que parece estar haciendo cositas malas desde Neptuno que perjudican a la humanidad. Tiene que salvar al mundo, qué carajo, otro más.

Bueno, pues ya empezamos mal con la arrastrada voz en off de Brad Pitt, que se pasa casi todo el metraje con cara de estar aguantándose un pedo, en una clara señal de que lo que estamos viendo pretende tener una trascendencia y entidad cósmicas. El problema es que por mucho que nos esforcemos lo que le escuchamos a Brad es una pila de obviedades tratada como si fuera la filosofía más profunda y enrevesada de la historia. Hasta el extremo de que cada recitado hace aflorar un puntito de vergüenza ajena que, al finalizar, son un cúmulo de puntitos. Demasiado para dejarlo pasar.

Lo del trauma del personaje de Brad es otra de las cosas infumables del film. ¡Rediós, que tienes cincuenta años y has hecho carrera de astronauta, supera ya lo de tu padre! ¿Cómo han podido dejarle llegar tan lejos en la profesión si su complejo es tan profundo? Así ocurre, que allí por donde pasa el desastre se adueña de todo.

No todo es malo. Hay escenas visualmente espectaculares, como la de la estación espacial o las que transcurren en la Luna. Son las razones por las que no le doy una nota aún más baja. No rechazo de pleno que haya quien disfrute de tanta pretenciosidad hiperbólica y vea en Ad Astra un referente de la cultura contemporánea. Pero no se dejen influir por la élite pseudo intelectualoide y, si opinan lo mismo que yo, díganlo. Siéntanse libres y exprésenlo sin miedo a ser señalados por los gafapastas de turno. ¿Ad Astra? ¡A Cagar!