Fábula sobre el racismo en los USA de los años 50 en la que se ha incluido un elemento de horror sobrenatural para dar más fuerza al mensaje. Una familia negra, los Emory, se traslada a un barrio de la próspera y soleada California, donde solo habitan familias blancas con profundísimos prejuicios raciales. Su sola presencia altera el normal funcionamiento de la comunidad, que hará lo imposible por echarles, mientras unas presencias fantasmales harán de sus vidas un infierno aún peor.

Quizá tarde dos o tres episodios en enganchar, pero es cierto que los creadores apuestan fuerte por ir añadiendo elementos que hacen que al finalizar un capítulo quieras conectar con el siguiente. Ayuda, eso sí, que la duración de los mismos sea bastante ajustada. El diseño de producción y vestuario es espectacular, lo mismo que las caracterizaciones. Puros años 50. En el plano técnico la serie es irreprochable, un gran producto audiovisual, y las actuaciones, salvo quizá el personaje de Betty, demasiado impostado, son de notable para arriba.

En cuestiones más profundas, nos la encontramos cojeando justo por donde más podía hacerlo, y es que es muy difícil combinar realismo social con una trama fantaterrorífica. Compaginar ambas facetas no siempre cuadra. Cuando entendemos que las presencias fantasmagóricas son alegorías de los miedos de quienes las sufren, se producen hechos que parecen revelarlos como algo real. Hay cierta confusión con ello y la serie no se decide apostar abiertamente por una lectura o por la otra. La subtrama de Betty, cerrada en falso, también es otra pata por la que cojea.

Luego está el asunto del racismo, que en los USA todavía sangra. Puede parecer que algunos personajes son arquetípicos, que se abusa en exceso del maniqueísmo. El único personaje blanco que no es un psicópata racista tampoco se pone del lado de los Emory. Simplemente, se hace a un lado (luego sabremos que también tiene algo que ocultar).

La serie, por momentos, parece estar más por el discurso de Malcolm X que por el de Martin Luther King, y se nos ofrecen no pocas estampas, algunas muy duras (aunque poco gráficas) en las que contraatacar parece una opción justificada. Se nos tensiona con dichas escenas, que dramáticamente son muy eficaces, aunque más de uno pensará que son un intento de manipulación emocional. Pero no debemos obviar el contexto: años cincuenta, con plena vigencia de la discriminación racial, que no sería suprimida de la legislación (que no de las mentes de millones de usamericanos) hasta mediada la década siguiente. Piensen lo que sería vivir así cada día de su vida.