Entre las incontables virtudes que adornan las películas de Hitchcock hay una en la que no suele repararse: su eterna juventud. Resulta sorprendente, y muy gratificante, comprobar cómo a ochenta años de su rodaje, y sin tratarse de ninguna cima en su carrera, “Enviado especial” conserva una frescura que envidiarían buena parte de las producciones de nuestros días.
Otro rasgo distintivo, digno de estudio por quienes tengan en mente dedicarse a la realización, se encuentra en su sentido del ritmo y dominio del tempo narrativo. Aquí, por ejemplo, la acción se desarrolla en tres países diferentes —Estados Unidos, Reino Unido y Holanda— y asistimos a un asesinato, una persecución, un secuestro e incluso un accidente aéreo, sin que en ningún momento dé sensación de amontonamiento ni se resientan los chispeantes diálogos también marca de la casa.
Tal como apuntaba antes, “Enviado especial” es una cinta imperfecta, en buena medida condicionada por la coyuntura, sin duda excepcional, en que se incardina, con la II Guerra Mundial llamando a las puertas de Europa. No obstante, resulta indiscutiblemente entretenida y numerosos pasajes anuncian futuras —éstas sí— obras maestras, como “Vértigo. De entre los muertos” (“Vertigo”, 1958) o “Con la muerte en los talones” (“North by Northwest”, 1959). Asimismo, cabe señalar que, pese a no gozar del carisma de Cary Grant o James Stewart, Joel McCrea compone un rozagante mocetón, periodista metomentodo y henchido de simpática arrogancia americana.
En suma, “Enviado especial” constituye una prueba —menor si se quiere, pero lo bastante ilustrativa— del talento de un director cuyos films más alimenticios y circunstanciales son mejores que los de la mayoría de cineastas, de entonces y, sobre todo —insisto—, de ahora.