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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Intriga. Comedia Un gángster herido y su socio moribundo se refugian en un castillo cerca de una playa, donde viven un inglés pusilánime y su esposa ninfómana. (FILMAFFINITY)
31 de octubre de 2017
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“Cul-de-sac” es una película extrañísima. Claro que, difícilmente podría tildarse de convencional a su director, y menos aún al Polanski de sus primeras cintas, todas ellas ejemplos de audacia creativa salpicada de referencias de muchos quilates.
Me ha parecido leerle a algún crítico a sueldo que “Cul-de-sac” emparenta con el teatro del absurdo. Sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo. El Godot a quien esperaban los vagabundos de Samuel Beckett se transmuta aquí en Katelbach, ese supuesto capo cuya salvadora aparición aguardan los dos maltrechos matones, posiblemente atracadores trasquilados.
Las similitudes no acaban ahí, pues el insólito matrimonio que componen Donald Pleasence y Françoise Dorléac puede entenderse como la transposición de los Pozzo y Lucky de la icónica obra de teatro. Con la particularidad añadida del componente de liberación sexual femenina, entonces en plena efervescencia, que encarna esa Teresa inolvidable en la atractiva piel de Dorléac. La dominación a que somete a su pusilánime marido —Pleasance, como siempre, ofrece una interpretación que oscila entre lo quebradizo y lo alucinado, superlativa en cualquier caso—, sobre todo durante la memorable escena en que lo traviste, vendría a constituir la traducción, en clave de un feminismo brutal, de la sumisión de Lucky para con el cruel Pozzo en la tragicomedia de Beckett.
Asimismo, tanto la provocadora actitud de Dorléac como la presunta cobardía de Pleasance ante la irrupción de los intrusos remiten a “Straw Dogs” (Perros de paja, 1971), un lustro posterior y para la que Sam Peckinpah bien pudiera haber buscado inspiración en esta “Cul-de-sac”. Si bien es cierto que esa especie de “terribilità que, en forma de violencia soterrada, atraviesa las historias de Peckinpah hasta su acostumbrado estallido final adopta en el cine de Polanski las trazas claustrofóbicas de un Buñuel. Del “sordo de Calanda” toma también el gusto por las perfidias pequeñoburguesas, corolario del cual es la desopilante visita que reciben los protagonistas —y su ya único secuestrador— hacia el último cuarto del metraje.
En fin, pese a no contarse entre mis preferidas de su director, todo lo antedicho dota a “Cul-de-sac” de un interés innegable. Un último apunte, una pregunta no sé si más retórica que frívola o viceversa: ¿Soy el único al que Lionel Stander, tanto en su físico inenarrable como en su técnica interpretativa, le recuerda al ogro Shrek?
Carorpar
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