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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Bélico. Drama Película de encargo para celebrar el 40 aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Relata, a través de los ojos de un niño progresivamente endurecido por el sufrimiento, la matanza sistemática de los habitantes de las aldeas bielorrusas, más de 600, durante la guerra. (FILMAFFINITY)
11 de julio de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Idi i Smotri” se cuenta, sin duda, entre las películas más impactantes que haya visto. De hecho, cuando escribo estas líneas estoy aún recuperando el aliento, o la compostura, tras los continuos puñetazos en el hígado —y en el alma— que suponen sus durísimas imágenes.
Elem Klimov manifiesta una deuda estética evidente con el Tarkovski de “Stalker” (ídem, 1979), cuya “Zona” encuentra en el devastado campo bielorruso de “Idi i Smotri” un corolario infernal donde lo onírico ha acabado tornándose (todavía más) pesadillesco. Se aprecia asimismo la influencia del expresionismo pictórico, en concreto la de Otto Dix y Oskar Kokoscha, no en vano testigos directos —ambos fueron heridos— de los desastres, en su caso, de la I Guerra Mundial. La huella de Goya y Picasso es tan palmaria en cualquier alegato antibelicista que ni siquiera haría falta explicitarla.
Efectivamente, con todo y tratarse de una cinta de encargo destinada a conmemorar el 40º aniversario de la derrota de la Alemania nazi, no hay en “Idi i Smotri” un ápice de la fanfarria triunfal que hubiera sido de prever. Sólo en el contexto de la “Glásnost” es comprensible un enfoque tan poco complaciente. Porque, si bien adornan al invasor los vicios acostumbrados —cinismo, cobardía y un largo etcétera de ejemplos de su sadismo—, los partisanos comunistas se nos presentan poco menos que como una banda de cuatreros, si acaso redimidos por esa victoria final no exenta de crueldades.
Definitivamente, la guerra no tiene absolutamente nada de glorioso. Antes al contrario, se trata de un horror inabarcable, hecho de sangre, lágrimas, cieno y ganado sacrificado —humano o animal, tanto da—, una locura cósmica que, como se afirma en la posterior y casi igual de sombría “Unsere Mütter, unsere Vätter” (Hijos del Tercer Reich, 2013), “saca lo peor de nosotros”.
Que los primeros planos de gente llorando predominen sobre las vacuas escenas de acción constituye toda una declaración de principios. El rostro, como tallado a martillazos, de Alexei Kravchenko y su animalización progresiva se erigen en metáfora perfecta del mensaje terrible que Klímov quiere transmitir. Los fotogramas de archivo que ponen el alucinado punto final y en los que vemos a algunos supervivientes —es un decir, más bien esqueletos andantes— de los campos de exterminio liberados por el Ejército Rojo no hacen sino subrayar los niveles de ignominia que el hombre es capaz de alcanzar.
Carorpar
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