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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Drama Los vecinos de un pueblo de las costa adriática italiana son gentes amables y corteses que se dedican afanosamente al trabajo. Sólo cinco jóvenes rompen la armonía de la comunidad; ninguno de ellos ha trabajado nunca y ni siquiera se avergüenzan de ello. (FILMAFFINITY)
15 de julio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La segunda película de Federico Fellini constituye un ejemplo delicioso de la socarrona vuelta de tuerca que el realizador de Rímini le dará al neorrealismo, paso previo a la consolidación de su peculiarísima —de hecho, inimitable— voz propia.
Se pueden rastrear en “Los inútiles” bastantes de las señas de identidad de la posterior carrera de su director. De entrada, un sentido del humor que impregna cada fotograma, incluso durante los pasajes menos festivos, caso de la desaparición de Sandrina, sufrida esposa de Fausto, el mujeriego impenitente encarnado por Franco Fabrizi. La corrosiva mirada de Fellini viene matizada, como siempre, por el inmenso cariño que muestra hacia sus personajes, hasta los más despreciables —el citado Fausto—. También su admiración por los viejos cómicos de la legua y sus dardos a la iglesia católica son marca de la casa, así como las localizaciones playeras, si bien normalmente bajo condiciones climatológicas desapacibles.
En cuanto a los encargados de dar vida a la panda de vagos y maleantes que la protagonizan, esos “inútiles” del título español —“Los gandules” parece una traducción más ajustada—, destaca sobremanera la figura de Alberto Sordi, cuyo desopilante “Albertone” se erige en el alma indiscutible de la fiesta, pese a contar con un papel a priori más secundario que el de Fabrizi o el de un Franco Interlenghi, a mi juicio, algo hierático. Como a Fellini, “Los inútiles” lo puso en el mapa. Y con sumo merecimiento, cabría añadir.
La grandeza de esta encantadora comedia dramática —conmovedora e hilarante a partes iguales— radica en que, tratándose de una cinta de juventud, firmada por un cineasta todavía en formación y, por ende, pródiga en imperfecciones, supondría la obra maestra de otros tantos autores, y de renombre muchos de ellos. Ganadora del León de Plata en el Festival de Venecia cuando éste no premiaba a la mejor dirección sino a la segunda mejor película a concurso, se antoja ciertamente inexplicable que el de oro —o sea, el primer premio— se declarase desierto aquel año.
Carorpar
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