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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Drama El periodista alemán Felix Winter recorre los Estados Unidos buscando temas para escribir un libro, pero como ni siquiera consigue empezarlo, su editor cancela el contrato. Cuando decide regresar a Alemania, conoce en el aeropuerto a una mujer, y como no hay vuelos hasta el día siguiente pasa la noche con ella. La mujer desaparece, pero le deja un recado: que vaya con su hija Alicia, de nueve años, a Amsterdam para reunirse con ella. (FILMAFFINITY) [+]
2 de julio de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A partir de una trampa argumental bastante inverosímil —o improbable, si se quiere—, un Wim Wenders recién salido del cascarón —no había cumplido los 30— y aquejado todavía, por tanto, de algún que otro vicio de novato prometedor —derivados, como siempre en estos casos, del anhelo de sentar cátedra en cada fotograma—, entrega, no obstante, una preciosa reflexión en torno a la vida como búsqueda de sentido, siendo la búsqueda en sí misma el sentido buscado. Con perdón del retruécano.
La existencia como “perpetuum mobile”, el ser como devenir es un “locus” intelectual de cíclica actualidad, desde Heráclito de Éfeso en el siglo VI a.C hasta las novelas de Jack Kerouac. Ha dado pie, de hecho, a un tipo de historia, la “road movie”, uno de cuyos maestros, precisamente, está considerado el propio Wim Wenders. Esto último no deja de resultar paradójico, toda vez que, salvo el “western”, se hace difícil imaginar subgénero más americano —pocas orografías y menos mentalidades se le ajustarán mejor—, al tiempo que anida en el cine de Wenders una mirada en absoluto complaciente hacia la aculturación de que se acompaña la propagación del “American Way of Life”. Con la perspectiva de cuatro décadas largas, lo que en 1974 eran sospechas fundadas, es en 2017 una realidad tan incontestable como irreversible.
“Alicia en las ciudades” es la recreación, pespunteada por la hermosísima lírica de lo cotidiano, del encuentro entre dos huérfanos —cierto que en sentido figurado, pero abandonados en y por el mundo como si lo fueran también en su literalidad— y del viaje que juntos emprenden camino de un hogar elusivo, al que nunca acaban de llegar pues éste no existe sino en tanto aspiración, siendo las impersonales habitaciones de hotel lo más parecido que van a encontrar. Es la presencia de ambos, sus intercambios de impresiones salpimentados con la lógica implacable de los niños a cierta edad, lo que insufla humanidad a esos espacios sin alma, como salidos de un molde y a los que cada día que pasa más se parecen nuestras modernas moradas. Qué funcionales, y qué anodinas. Lo verdaderamente preocupante es que eso mismo puede predicarse también de nosotros, sus inquilinos.
Carorpar
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