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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
6
Bélico. Intriga En 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, la flota alemana está causándole a los Aliados un gran número de bajas. Los submarinos de Hitler hunden cientos de barcos gracias a un sistema de comunicaciones llamado "enigma", que permite establecer con extraordinaria exactitud la posición de los objetivos que hay que destruir. Un capitán norteamericano ha conseguido, sin embargo, detectar que las señales del codificador "enigma" proceden de ... [+]
18 de octubre de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Correcta película bélica, adscrita al subgénero de submarinos, cuyos códigos son respetuosamente expuestos por un aplicado Jonathan Mostow. "U-571" nos revela a un director capaz de manufacturar cintas de bastante más calidad que el afrentoso bodrio de "Terminator 3: La rebelión de las máquinas".
Como decía, Mostow no se aleja de los códigos del género, y hace bien. Porque éstos, formulados con gusto y combinados con mesura, dan, de largo, para trenzar una película trepidante. El mayor logro de "U-571" es probablemente su habilidad para sumir al espectador en una claustrofobia opresiva. De hecho, llegado el desenlace, me descubrí bañado en sudor como si de la sala de máquinas del maltrecho submarino alemán acabase de emerger. Si bien la copiosa transpiración muy posiblemente tuviera más que ver con la fiebre ocasionada por un proceso gripal, no es menos cierto que algo de responsabilidad puede atribuirse a la pericia del director.
Con todo, hay tres aspectos francamente mejorables en "U-571". De entrada, su reparto, más que discutible y, definitivamente, bastante por debajo de las posibilidades que ofrecía la película. Así, el protagonista Matthew McConaughey es cualquier cosa menos actor, incluso modelo de calzoncillos. Dicen que ahora, trece años después, ha mejorado. A la fuerza ahorcan, pese a lo cual no me lo creo. Jon Bon Jovi nunca debió bajar del escenario, ni cortarse la melena cardada, ni despojarse de las licras. Suerte que su papel resulte tan intrascendente como sus dotes interpretativas. Sólo Bill Paxton y, sobretodo, Harvey Keitel- quien imparte una lección magistral a sus núbiles acompañantes- mantienen el tipo. En segundo lugar, la acostumbrada certera puntería de los buenos evoluciona a infalibilidad divina, y la torpeza de los malos se torna en incompetencia manifiesta. Ambos progresos restan credibilidad a una historia a la que a priori no cabía ya atribuir demasiada. Y, por último, una banda sonora sumamente desafortunada, pertinaz en el subrayado y ridícula en su épica macarrónica.
Carorpar
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